ARGENTINA / Entre las cacerolas y las corporaciones / Escribe: Mario De Casas






Que siempre ha habido chorros,v maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos,
valores y dublé...

Enrique Santos Discépolo

Las grandes corporaciones, a través de comentaristas orgánicos y apéndices en la oposición formal, saturan el espacio mediático con apelaciones al “pluralismo” y la “unidad nacional”. En su intento por reivindicar tan altos objetivos como por sostener tan injustificados reclamos, atribuyen al gobierno nacional una presunta “intolerancia a las opiniones disímiles” y una no menos fantasiosa actitud de confrontación que produce la “crispación social”, sobreactuando fingidas preocupaciones. Esta es la escena, una farsa del pluralismo y de la unidad nacional, pero nada ingenua.


Se trata del pluralismo como mero maquillaje, limitado al cambio de caras: la vieja fórmula de cambiar para que nada cambie. Le llaman “alternancia” pero, eso sí, matizada con la búsqueda de “consensos” que garanticen “políticas de Estado”; todos eufemismos para asegurar la continuidad del statu quo, o su equivalente: la concreción de los cambios que aquellos poderes pueden controlar, y sólo esos.
v No debe sorprender lo que ya es una constante en nuestro devenir histórico: los sectores dominantes disfrazan autoritarismo y defensa de privilegios con las bellas palabras libertad, república o democracia; retórica falaz que les ha servido no sólo para oponerse a cualquier transformación que pusiera en peligro sus intereses, sino para cuestionar la alta legitimidad de gobiernos comprometidos con las mayorías.

No obstante, este montaje ha puesto en evidencia algunas curiosas contradicciones, como la que pretende que es más importante la “libertad” de comprar dólares –provistos por el Estado– para sacarlos del circuito productivo, que la decisión del Gobierno de cuidar esas divisas para evitar que amplias capas de nuestra sociedad –de las que forman parte muchos de los quejosos– paguen una vez más los costos de una fiesta a la que no fueron invitados. Todo en un contexto de crisis en los países centrales.

En una especie de segundo acto, se reclama la “unidad nacional”. Pero entendida como la “virtud” de no cuestionar el orden social establecido. Entonces, quien explicita cualquier conflicto de intereses “divide a la sociedad”; como si las relaciones sociales realmente existentes no determinaran las injusticias a superar. En cambio, la “unidad nacional” no interesa cuando hay que afrontar problemas en los que está en juego la soberanía política, económica o jurídica de la Nación.
v Este pasaje de la obra también muestra una clara contradicción, porque la convocatoria se hace desde una ideología cuyo rasgo sobresaliente es un individualismo que no sabe de solidaridades y que, por lo tanto, equivale al boleto de ida a la fragmentación social, en dirección opuesta a una bien entendida unidad nacional.

La realidad es otra cosa. La democracia argentina recuperó el pluralismo, entendido como la posibilidad de elegir entre proyectos efectivamente distintos, a partir de mayo de 2003 cuando Kirchner ofreció una alternativa –en el discurso y en la acción– al rumbo impuesto desde 1976, que ejercía una contundente hegemonía y había colonizado el sistema político entero.

Por otra parte, la Presidenta ha reiterado la convocatoria a la unidad de los argentinos con la autoridad de quien sostiene y profundiza el arduo trabajo iniciado en 2003, sentando las bases materiales para una unión posible y duradera. Efectivamente, la unidad nacional, necesaria para mejorar las condiciones de vida de todos los argentinos, debe ser parte de una construcción firmemente orientada a romper con cualquier forma de dependencia. En esta línea, las políticas del gobierno nacional van consolidando un proceso de industrialización imprescindible a un patrón de acumulación de capital que contempla como protagonistas principales a la clase trabajadora, una burguesía nacional y el Estado; es decir, integrador de los distintos sectores sociales. Su fundamento está en que sólo una organización socioeconómica de esas características ofrece las condiciones necesarias para un desarrollo tecnológico propio y un elevado nivel de empleo y de salarios. Además permitirá sostener y ampliar el mismo proceso de acumulación, al retener el excedente dentro de nuestras fronteras y evitar la depredación de los recursos naturales.


Si Kirchner generó las condiciones de lo que será una larga marcha recuperando para los sectores populares la conducción política del Estado, Cristina Fernández enfrenta desde esa conducción política al bloque de oposición al camino emprendido. La puja, que es por el control del Estado y la conducción ideológica, política y económica de la sociedad no es en sí misma cuestionable, y explica la reacción ante decisiones trascendentes como el desendeudamiento, la recuperación del Banco Central como instrumento de la política económica, la Asignación Universal por Hijo o la institucionalización de un sistema solidario de jubilaciones. Lo inadmisible son los sucesivos intentos de desestabilización con los que los sectores dominantes han buscado volcarla a su favor: el embate de los herederos de la oligarquía pampeana contra el gobierno popular en 2008, los ataques especulativos a la moneda nacional, la resistencia del Grupo Clarín a cumplir con la ley de medios y los permanentes intentos de manipulación a través de variadas tergiversaciones convertidas en “noticias”.

Para que la democracia misma no se convierta en una farsa, es indispensable que haya disputa ideológica, política y económica entre distintos proyectos. Pero cuando se intenta hacer pasar por realidad lo que es pura ficción, la cuestión no es ideológica, ni política, ni económica, es un problema de (des)honestidad.

Mario de Casas es presidente del ENRE.

(Diario Página 12, viernes 23 de noviembre de 2012)

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