HISTORIA / Latinoamericanidad: la apertura a lo imaginario (parte 1 de 4) / Escribe: Hugo Chumbita






A pesar de su historia de enajenaciones y parciales fracasos, de su difícil identidad, de su europeismo equívoco, América Latina es promesa y desafío. En esta transcripción de una charla en la sede de la revista Unidos, Chumbita habla de nuestro mestizaje, de este continente en ciernes donde aún es posible imaginar la vida y disfrutarla. En un avance sin dudas polémico, se atreve a nombrar los populismos regionales y a sugerir que son un típico producto latinoamericano (con sus sombras y esplendores); algo que sólo podía ocurrir aquí, y que expresa mucho de esta latinoamericanidad que estamos indagando.


El hijo de padre europeo no es un descendiente de su progenitor, sino en la fisiología que le supone engendrado por él. No es hijo de su padre, es hijo del país. 

Raúl Scalabríni Ortiz (1931)

El Peronismo... es en el fondo una anti-doctrina porque no dice claramente qué hay que hacer, ya que es el planteo de un nuevo estilo de estar del cual no tenemos conciencia clara pero que presentimos.

Rodolfo Kusch (1975)

Europa es un continente donde todo lo imaginario se ha reducido, porque el espacio del hombre se ha reducido... Lo imaginario, en América Latina, está todavía abierto...

Manuel Scorza (1983)


Después de estas citas, que pretenden llamar la atención sobre las ideas de tres autores a los que habré de referirme, permítanme que plantee la siguiente cuestión: ¿Existe Latinoamérica? Puede resultar paradójico empezar cuestionando el objeto del que se supone vinimos a hablar. ¿Objeto o sujeto? Pero sobre todo, ¿se trata de una realidad o de una idea? ¿Algo históricamente vigente, o sólo un proyecto? Incluso habría que cuestionar cuál es el nombre: ¿América Latina, Indoamérica, Hispanoamérica, Iberoamérica, Sudamérica? En rigor, cada una de estas designaciones implica una concepción diferente, o acentúa algún aspecto de la cosa.

Sería arduo venir a hablar aquí sobre algo que no tiene entidad concreta, como sostienen algunos, para quienes lo único cierto son los diversos estados sudamericanos, cada uno con su propia cultura y sus particularidades sociales. Por mi parte, no tengo dudas de que hablamos de algo efectivamente existente, y muchos convendrán conmigo en esto. Pero no basta la simple afirmación; la cuestión es, en todo caso, en qué sentido, cómo existe Latinoamérica, cuál es su modo de ser.

América, y menos claramente América Latina, tienen entidad como concepto de la geografía. Se habla de un continente, expresión por cierto muy sugestiva. También prolifera en el lenguaje desarrollista la denominación "subcontinente", que preferiría descartar por sus obvias connotaciones; curiosamente, no se oye hablar de subcontinente para referirse a la otra América. Ahora bien, ¿qué es lo contenido por este continente? ¿Una cultura, una historia, una nacionalidad? ¿o varias? Y en este último supuesto, ¿qué es lo que tienen de común esas culturas, historias o nacionalidades?

Eludiremos el problema de la unidad o pluralidad de naciones en América Latina, que por supuesto tiene su importancia para la teoría política, ya que la respuesta que se dé conduce a distintas soluciones a la cuestión del Estado. Habría que recordar al respecto el debate de la Constitución española de 1978, cuyo texto refleja una difícil transacción entre las ideas de unidad y pluralidad nacional, al admitir que dentro de la Nación española existen otras "nacionalidades". ¿No sería una situación comparable la de nuestra Nación latinoamericana?


Volviendo a la pregunta sobre "el contenido", nos estamos preguntando en definitiva sobre la latinoamericanidad. Noción que se relaciona con el concepto cultural de modernidad, del cual se ha hablado en otras charlas de este ciclo, ya que, a fin de cuentas, la latinoamericanidad sería nuestra forma de vivir la modernidad. En efecto, América Latina aparece como tal con la conquista hispánica; y luego emerge, luchando por su realización, por ser plenamente sujeto, a partir de las revoluciones de la independencia. Se trata de dos momentos fundacionales del mundo moderno, que son a la vez dos momentos clave en la configuración de Latinoamérica.

Pero esos grandes momentos representan dos enormes fracasos históricos. La conquista hispánica fue una experiencia tremenda, donde ninguno de los logros −con ser importantes− atenúan ni justifican el costo humano, social, de la europeización de América. Me refiero, por supuesto, a la pavorosa destrucción de los pueblos indígenas, que no hace mucho ha comenzado a ser cuantificada por la investigación histórica. A partir de los estudios sobre México central, se estima entre 50 y 75 millones la población del continente que, tres siglos después de la conquista, había quedado reducida a unos 20 millones (Konetzke, 1978). Estas cifras son elocuentes sobre la tragedia originaria de nuestra América, ese terrible aplastamiento humano que constituyó el cimiento de lo que vino después. El otro gran fracaso fue el de la independencia: las promesas revolucionarias incumplidas, la balcanización de las nuevas repúblicas, las guerras civiles, y finalmente la imposición del neocolonialismo europeo.

Podríamos decir que en América Latina nada se ha completado, nada se ha consolidado. Es como si nuestra historia nos siguiera pidiendo cuentas de lo que no hemos logrado, y de ahí que estamos constantemente empezando. Todavía tenemos que conquistar el espacio geográfico, donde hay inmensas regiones despobladas y desconocidas. Todavía no alcanzamos una verdadera independencia. Falta lograr la integración de diversos pueblos y culturas. Las instituciones republicanas no se han consolidado. Todo está aún pendiente. Muchas veces aparece la tentación de idealizar ciertas "edades de oro", como los imperios precolombinos, la sociedad colonial, la época de las revoluciones de la independencia, o los fugaces ciclos de prosperidad posteriores. Si tratamos de ver las cosas como son, encontraremos que toda nuestra historia está llena de experiencias significativas, pero ninguna era anterior podría servir de modelo para el futuro.

UNA HISTORIA ENAJENADA

En América, las poblaciones autóctonas no sólo fueron diezmadas, sino que además fueron desintegradas las culturas originales. Se trata de un fenómeno cualitativamente distinto al de otras áreas del Tercer Mundo, como la India o China, donde la dominación europea se superpuso a unas sociedades que mantuvieron sus estructuras culturales, y han emergido del colonialismo con sus tradiciones, su religión, sus lenguas, etc. En el caso latinoamericano, lo característico es que toda sociedad preexistente fue arrasada.

En los siglos coloniales se configuraron las sociedades latinoamericanas con una estratificación peculiar, que ha sido llamada de "castas raciales", donde el color de la piel marcaba con bastante precisión las jerarquías sociales: primero el blanco europeo, después el criollo algo más moreno, y los diversos tipos de mestizo, hasta los últimos escalones de negros e indios. La relativa homogeneidad impuesta por la dominación hispánica, hizo que la generación de 1810, principalmente San Martín y Bolívar, concibieran la revolución de la independencia a escala continental, como un proceso único. La culminación natural debía ser una federación de repúblicas, lo cual no parecía en aquel momento demasiado utópico, al punto que se llegó a reunir en 1826 el Congreso de Panamá con ese objetivo. Aunque el proyecto estaba trabajado, ya desde los inicios de la revolución, por tendencias contrarias que lo frustraron.


La revolución de la independencia no tuvo la culminación esperada por la debilidad de las burguesías criollas que la condujeron, por las contradicciones que no pudieron resolver para crear un nuevo orden social. Las masas populares, que se sumaron a las guerras de la independencia en pos de sus reivindicaciones, resultaron defraudadas. La expansión del capitalismo europeo terminó imponiendo un modelo de desarrollo extravertido que explica el origen de los actuales países latinoamericanos, donde cada país surgió alrededor de un puerto comercial que hacía la intermediación con Europa. Las nuevas repúblicas se dividieron y subdividieron, se organizaron dándose la espalda unas a otras, mirando hacia afuera, hacia el nuevo orden económico internacional al que se subordinaban.

Esta nueva fase de penetración europea que sucedió a las revoluciones de la independencia, en la que éstas desembocan como una frustración, fue otra vuelta de tuerca en la europeización de América Latina. Paradójicamente, las luchas por la independencia terminan ligándonos más a Europa. Se habían eliminado los eslabones parasitarios que eran España y Portugal, y se establecía una nueva relación de dependencia. Lo que quisiera remarcar es que se trata de un fenómeno común a todo el continente, y que en todos nuestros países hay un proceso de introducción de modelos políticos, educativos, culturales, que acompañan y refuerzan los mecanismos de la dependencia económica.

Pero además, en Argentina tenemos un proceso de europeización de particular intensidad a través de la inmigración El impacto de la inmigración en este país es un caso único en el mundo, como lo muestran los datos comparativos que cita Torcuato Di Tella (1985).

Si bien a partir del siglo XIX aparece este fenómeno con características universales, por las grandes migraciones europeas hacia los llamados "espacios vacíos" de Sudamérica, Estados Unidos, Canadá y los dominios británicos de Oceanía, Argentina presenta rasgos muy peculiares. Porque en Australia por ejemplo, o en Canadá y Nueva Zelanda, la inmigración es tanto o más numerosa que en Argentina, pero mayoritariamente son pobladores de las islas británicas que van a ocupar dominios británicos, gente con el mismo idioma y la misma cultura, que por lo tanto no son realmente extranjeros.

(continua en la edición de mañana)

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