MENDOZA / ¿Periodismo golpista? / Escribe: Roberto Follari






Los golpes de Estado no son como antes. Ya, por fortuna, no hay asonadas militares, desprestigiadas por sus matanzas inauditas. Ahora tenemos el "golpe blando", como en Honduras y Paraguay: echar a los presidentes progresistas, pero con cierta fachada institucional. Fachada, nada más: está claro que en esos dos casos ha habido sustitución ilegal de las autoridades legítimas, y que se trata de golpes de Estado encubiertos; los que no por encubiertos dejan de ser golpes.

Se han dado con el beneplácito, cuando no con el patrocinio explícito, de cierto periodismo. Tanto en sus países, como en otros que informaron al respecto, donde algunos sueñan calladamente con "soluciones" parecidas.


En reunión latinoamericana de periodistas realizada en Bolivia, se acusó a esa prensa cómplice, además de a la prédica que se realiza igualmente en medios como radio y TV. Los periodistas son los mismos, los nombres se repiten bastante en la gama diferencial de medios. Y allí se los acusó de golpistas, por el rol que juegan de desestabilización de las autoridades legítimas en cada uno de nuestros países.

¿Son golpistas ciertos periodistas de la prensa hegemónica en Latinoamérica? No cabe duda; algunos jefes, algunos de los que determinan la política de las empresas, algunos directores lo son. En Argentina hay ciertos nombres ligados directamente a las dictaduras militares (Grondona, Morales Solá) que son indisputablemente golpistas. Pero ésos no son la mayoría, ni siquiera entre quienes escriben abiertamente contra los gobiernos populares (digo sólo los populares, porque a los gobiernos de derecha ningún medio de importancia les realiza operaciones periodísticas destituyentes).

La mayoría de los periodistas creen en lo que hacen, y son llevados desde ciertas direcciones a naturalizar sus puntos de vista, a no darse cuenta de su parcialidad. Viven lo que el sociólogo Bourdieu llamaba la illusio; juegan el juego creyéndolo, creen que dicen la verdad objetiva aunque repitan sin saberlo el punto de vista de la empresa.


Si uno les hace notar su alineamiento, señalan que a ellos nadie les ha dicho lo que tienen que decir o que callar. Por supuesto, faltaba más; ¿acaso si uno llega de visita a una casa con simbología religiosa católica, alguien tiene que decirnos que no hablemos mal allí del catolicismo? Han sido acostumbrados a hablar tal cual se habla dentro de la empresa, sin que nadie tenga que haberlo exigido de manera autoritaria o siquiera explícita. Han sido acomodados estrictamente al molde del medio en que trabajan, sin violencia alguna pero de modo inexorable.

No sabemos si esta acción no intencionada resulta mejor o peor que si esos periodistas fueran concientes. Lo cierto es que hay gente que de buena fe recita minuciosamente el manual desestabilizador. Hay, entonces, discurso destituyente sostenido sin mala intención por quienes carecen de la suficiente reflexividad para comprender su propia práctica dentro de los grandes medios privados. Hay golpistas que están encubiertos aún para sí mismos, lo cual no los hace menos eficaces para las finalidades de quienes los emplean, ni menos insidiosos erosionadores de la legitimidad democrática y la voluntad popular.

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