Ana:-La "Gloriosa" Juventud Peronista mostraba una creatividad superlativa, además de ejemplar persistencia y entrega a la militancia cotidiana, su razón de vivir.
Un 16 de septiembre de aquéllos, cuando el Luna Park se llenaba de gorilas.
Buenos Aires - Ésta es una crónica de un hecho que no sucedió pero que debió haber sucedido…
El relato, hecho más de veinte años después de lo no ocurrido, estuvo a cargo de Rodolfo "Fito" Rimedio, uno de sus instigadores, valioso compañero de la Resistencia peronista y de la JP, fallecido hace un lustro.
Puede ser que esta versión de memoria no tenga las precisiones del caso pero no sería difícil confirmar todos los detalles, ya que, seguramente, algunos de sus otros protagonistas andan por allí o por acá, todavía...
El año es incierto pero puede ser 1962, 1963, 1964…
La Juventud Peronista de entonces, la "Gloriosa", mostraba una creatividad superlativa, además de ejemplar persistencia y entrega a la militancia cotidiana, su razón de vivir. Uno de los numerosos grupos de JP se planteaba, desde varios meses antes, alguna acción para arruinar una fiesta gorila muy tradicional.
Por esos tiempos, todos los 16 de setiembre, se hacía en el Luna Park un acto organizado por una autodenominada Comisión Nacional de Reafirmación de la Revolución Libertadora, presidida por el Contralmirante Isaac Francisco Rojas, quien siempre era el orador principal.
Su solo nombre exime de mayores explicaciones acerca de sus objetivos.
Hay que reconocer que esos actos tuvieron siempre una concurrencia muy numerosa y, además, estaban ampliamente promocionados por la prensa oral y escrita, antes y después de su realización, con profusas declaraciones previas y posteriores de los nombres más encumbrados del gorilaje criollo.
Todos los gobiernos, desde 1958 en adelante sin excepciones, temblaban ante el posible contenido de los discursos, ya que éstos operaban como una especie de juicio acusatorio -y de clara amenaza- acerca del “cumplimiento” de los principios y fines de tan “libertadora” revolución, ante los cuales, aseguraban esos sedicentes demócratas, serían implacables en no tolerar desviaciones.
Pues bien.
¿Qué hacer para mostrar que esa visión del país no era monolítica?
¿Cómo hacer visibles a los torturados, los fusilados del ’56, los presos Conintes, los cesanteados, los exiliados, los perseguidos, los proscriptos?
¿Es necesario recordar que estaba plenamente vigente el famoso decreto 4161 y que el periodismo, aún cuando lo hubiera querido -que no era el caso- debía ocultar todo lo que pasaba en esta otra Argentina resistente, que clamaba por la vuelta de Perón? Recurrir al ingenio.
Algo que los medios no pudieran ignorar.
Un espectáculo que conmueva.
Un grito imposible de silenciar.
Surgió la idea colectiva: expropiar por algunas horas varios camiones de esos que sirven para vaciar pozos ciegos --que suelen tener los municipios-- y volcar todo su contenido a través de cada una de las puertas del Luna en el medio del acto…
Original… Impactante… Sensacional…
Pero, bueno, no era sencillo.
Primero, había que saber a ciencia cierta cuántas entradas había, dónde estaban ubicadas, qué longitud debían tener las mangueras de descarga, si había otras salidas auxiliares para que la gente no pudiera escapar, en qué posición había que colocar los vehículos, etc; etc.
De este aspecto fue encargado Fito porque ya se había recibido de arquitecto (tiempo después, fue quien diseñó y construyó la actual sede del Sindicato de Empleados de Farmacia, sobre la vieja casona tipo chorizo de la calle Rincón).
Consiguió los planos, hizo diseños, calculó distancias, midió los pasillos interiores…
Según él, tenía todo diagramado y anotado meticulosamente, tarea que le insumió varios meses.
Segundo, había que detectar cuántos y cuáles municipios del Gran Buenos Aires o de la Municipalidad porteña disponían de esos camiones, dónde se guardaban, en qué horarios hacían los desagotes, hasta cuándo permanecían cargados -detalle nada menor, por cierto-, qué volumen portaba cada uno, cuántos se necesitarían según su capacidad y la cantidad de puertas del estadio, cuántos los conducían, qué distancias debían recorrer, qué trayecto convenía utilizar, etc; etc.
Tercero, había que encontrar militantes que supieran manejar semejantes móviles y que aprendieran a expulsar su contenido.
Cuarto, había que planear cuidadosamente cada operativo de expropiación, cuántos compañeros se necesitaban por cada camión, en qué lugares, con qué armas, cómo conseguirlas, qué hacer con los operarios que los manejaban, etc; etc.
Estos dos últimos aspectos se simplificaron bastante - maravillas del pueblo peruca - ya que, puestos a hacer las primeras discretas averiguaciones, los cumpas encargados de las mismas se encontraban con que la mayoría de los empleados municipales que trabajaban en esos camiones eran peronistas y también estaban, de una u otra manera, vinculados a la Resistencia.
Y, en cuanto entraban en confianza, al comunicarles el plan, se ofrecían entusiasmadísimos a ser ellos mismos los encargados de trasladarlos y tirar su preciosa carga en el lugar apropiado.
Quinto, había que disponer varios comandos para garantizar que se llegara al final de la calle Corrientes sin interferencias policiales, neutralizar la seguridad externa e interna del predio, asegurar la huída posterior y, además, autos y refugios…
La organización fue larga y lenta…, además de sigilosa…
Pero, entonces… ¿qué pasó?
¿Por qué no se hizo?
Aquí las versiones difieren…
Sostenía Fito que -¡La culpa la tuvo Fulano (*), que era el encargado de conseguir las armas y no lo hizo…!
Preguntado que fue Fulano, varias décadas después, desmiente indignado esa acusación y afirma: -¡De ninguna manera! Estaba todo listo pero el que tenía que reclutar no juntó a todos los compañeros necesarios, de confianza y con experiencia. Y, cuando se consiguieron, no hubo tiempo de entrenarlos…
Si bien el asunto no llegó a concretarse, la idea convendría tenerla en cuenta porque nunca se sabe si alguna otra vez volverá a darse vuelta la taba…