ARGENTINA / Dime de qué te indignas y te diré quién eres / Escribe: Jorge Muracciole






A diferencia de los actos en las embajadas en Madrid, Roma o París organizados por los sobrevivientes del terrorismo de Estado, durante los años más terribles de la historia argentina contemporánea, denunciando el secuestro y desaparición de miles de argentinos a fines de la década de los '70, curiosamente decenas de argentinos en pleno corazón de Nueva York intentaron en la última semana ser noticia.

Esta vez no fue en repudio a una dictadura asesina; fue la indignación de argentinos residentes en EE UU en pleno Estado de Derecho y ante la presencia de la presidenta constitucional democráticamente elegida con el 54% de los votos hace menos de un año.


El martes pasado en las puertas del Hotel Mandarín, luego de la destacada disertación de Cristina Fernández en las sesiones anuales de Naciones Unidas, los residentes indignados no tuvieron en cuenta ni el contenido de dicha intervención ni la clara confrontación de su discurso con las políticas implementadas por los organismos financieros internacionales y en especial el Fondo Monetario Internacional. Sus demandas fueron en extremo singulares. Según rezaban sus carteles, exigían desde el libre envío de dólares de sus familiares argentinos, hasta consignas históricamente enarboladas por la oposición mediática: "Queremos preguntar en una conferencia de prensa", o la paradójica frase "el pueblo siempre unido sin miedo". Entre las preocupaciones de los indignados for export, está la certeza de que el camino emprendido por la mandataria argentina es un viaje sin retorno al chavismo. Esta suerte de cruzada libertadora, que desde el conflicto con las patronales agrarias se ha exacerbado con el inestimable reforzamiento mediático, hoy amontona en un frente único antikirchnerista a las viejas y las nuevas oposiciones, incapaces de concretar en un programa común una alternativa política viable, quedando en el lugar de la queja cacerolera, y la impotencia política retroalimentada por la oposición mediática, con la mira puesta en el 7 de diciembre y la aplicación integral de la Ley de Medios votada hace casi tres años en el Congreso por una mayoría apabullante.

¿Pero cuáles son las particularidades que diferencian a estos indignados made in Argentina del movimiento 15M? En principio, los movimientos que resisten los planes de ajuste a escala global defienden las conquistas populares y democráticas del llamado Estado de Bienestar –máximo nivel de socialización distributiva en toda la historia capitalista– y son una respuesta a la coptación de los políticos a los intereses de las grandes corporaciones y el poder financiero.

En todo caso discuten la imposibilidad de una política alternativa a las recetas del FMI y la Unión Europea. También se enfrentan a la naturalización de la crisis narrada por la prensa hegemónica, sostenedores discursivos del proyecto neoliberal a escala planetaria. Denostando el rol funcional de los partidos políticos, tanto conservadores como socialdemócratas, al statu quo financiero y los consiguientes recortes en la calidad de vida de las grandes mayorías que viven de su trabajo.


En un mundo que se debate frente a una crisis de las más profundas desde la recesión de los años '30, con índices de desocupación cercanos al 30%, como los casos de Grecia o España, intentar poner en pie de igualdad por parte de los dueños de Papel Prensa y la cadena nacional del desánimo, al individualismo cacerolero con los movimientos sociales anticrisis, es por lo menos poco riguroso. Bautizar como indignados de Argentina a los sectores medios y medios altos que se sienten discriminados por el régimen "stalinista" de Cristina Fernández, que regula el mercado cambiario y que grava con un 15% los gastos de tarjetas de crédito en el exterior, da cuenta de la magnificación y el desatino de tamaña afirmación mediática.

Seguramente en el mundo contemporáneo hay múltiples razones para la indignación del ciudadano de a pie, ejemplos sobran: que los llamados mercados financieros decidan el presente y el futuro de las economías y de la vida de las grandes mayorías en la globalización capitalista sin haber sido elegidos por el voto democrático de nadie, es uno. Que los medios de comunicación en manos de corporaciones definan la agenda de la opinión pública a escala planetaria es otro esencial motivo de indignación.

Es cierto, América Latina no es el paraíso terrenal, pero tampoco es el infierno tan temido por los demócratas de cuatro por cuatro y veraneos en Miami. Como alguien dijo, es tan solo "el purgatorio" que estamos pagando como consecuencia de años de "revolución conservadora", "deme dos", "por algo será", y progreso sin chimeneas. Un futuro más equitativo dependerá de un profundo cambio cultural donde el sálvese quien pueda del libre mercado sea remplazado por el concepto de solidaridad social, trascendiendo los intereses individuales, paradójicamente de los que más tienen, por un proyecto de sociedad menos asimétrica y donde los sufrimientos de muchos sean la prioridad de todos. En síntesis, seguramente en ese ansiado momento, indignarse sea un acto de solidaridad y no de miopía política.

(Diario Tiempo Argentino, lunes 1 de octubre de 2012)

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