MENDOZA / Las madres, esa valentía / Escribe: Roberto Follari



La miseria moral adquiere muchas formas; una es la de hablar mal de gente que merece ser respetada, y más aún admirada. Hay quien se atreve a hablar mal de las Madres de Plaza de Mayo.

A veces por la desinformación a partir de algún malagradecido que parece se quedó con dineros que eran de la organización de las madres, otros simplemente porque tienen diferente pensamiento político. En ambos casos hay una fuerte estrechez de miras. Uno puede admirar a Mahatma Ghandi, al Che Guevara o a un escritor como Borges, aunque no piense como cada uno de ellos. Sólo admirar a los que piensen igual que uno es esperar que el mundo todo, en sus multuplicidades, sólo tenga un color homogéneo al de nuestros lentes personales.

Las Madres tuvieron el coraje de salir a la calle cuando nadie podía hacerlo, cuando la dictadura. Varias de ellas fueron secuestradas o desaparecidas. Sabían a lo que se enfrentaban, entendían lo que las amenazaba. El amor por sus hijos desaparecidos les servía no para dejar de tener miedo -quién podría no tenerlo- sino para sobreponerse a él y actuar en consecuencia.


El suyo es un testimonio planetario. Las Madres son patente moral de la Argentina en el mundo. Son conocidas como la literatura de Cortázar, la gambeta de Maradona, el tango como baile internacionalizado. Son una marca argentina más, pero no cualquiera: aquella ligada al ejemplo ético, a la voluntad inclaudicable, a la limpieza de valores que no iban por la fama ni por el dinero; sólo por el amor sano y empecinado, sin más armas que la decisión de ir al frente y dar la vuelta a la plaza con sol o con lluvia, siempre con represión y con espías pululando en derredor. Las Madres tuvieron eso que hay que tener para bancar las grandes batallas históricas; tuvieron eso que no tienen muchos que se creen capaces de criticarlas con recursos de baja estofa. Con la "crítica" grosera de la mesa de café o la cola del banco, ésa que se hace sin argumentos y a veces sin información alguna. Esa serie de boberías a las que algunos -dado que se habla mal de otros- llaman equivocadamente "crítica".

Las Madres han hallado que el actual gobierno nacional actúa en una dirección condicente con los ideales que defienden. No es casual, ni es fruto de improvisaciones; el actual gobierno lleva -desde Néstor Kirchner- nueve años en ese lugar. Ha habido tiempo para advertir adónde va, y de qué lado está. Con sus limitaciones y problemas (como toda política los tiene cuando aterriza en la realidad y en campos concretos de relaciones de fuerza), se trata de un gobierno que implica mejoras en las condiciones de vida de los sectores populares. Y las Madres lo asumen, y por ello apoyan la dirección general del actual proyecto gubernamental. Estas Madres ya ancianas, que han vivido existencias difíciles y que cargan con daños y golpes familiares inborrables, siguen trabajando hoy. Acaban de organizar un multitudinario Congreso en la ciudad de La Plata, sobre la temática de salud y derechos humanos.


Nada menos. Se ocupan de esos lugares insondables del sufrimiento humano, como lo fueron la tortura, los campos de exterminio, y como lo son a menudo los espacios de encierro donde se confina a los que padecen trastornos psíquicos. El lugar de "el loco", de ése de que nadie quiere saber, ese espacio del cual nos deslindamos para sentirnos cuerdos. Ese lugar maldito, del cual el gran pensador Foucault se encargó en su inolvidable tesis de doctorado. Allí se exponía cuántas veces la ciencia se había puesto del lado de la simple represión de la voz y del cuerpo de los psicóticos, esos también condenados de la tierra.

Y en La Plata se habló en pro de la plena aplicación de la Ley de Salud Mental, para que desaparezca el concepto de manicomio, para que la sociedad se haga cargo de sus enfermos, y para que el encierro -cuando sea inevitable- no sea una condena sino un camino de afirmación de la vida. Estuvieron muchos desde el gobierno (Mariotto, Aníbal Fernández entre otros), y muchos desde el campo de la salud mental. Entre éstos, cabe destacar a un ya añejo pero muy activo Alfredo Moffat, aquel de "El Bancadero". Ese que durante años apoyó a los llamados "locos", a linyeras y alunados de todo tipo, de ésos que no tienen dónde ir. De esos en los que reinan la soledad y el silencio. De ésos sin techo ni familia se ha hecho cargo Moffat, quien estuvo allí junto a las Madres.

Un Moffat que, como en alguna canción de Serrat, está acompañado en pareja por una mujer joven, que muestra que el amor es algo bastante distinto y distante sólo de la esbeltez del cuerpo. Que expresa cómo la belleza está presente también de otras maneras.

Como esa belleza de atardecer sobre la que se recostaba el día viernes la imagen de Hebe con otras ancianas señoras con pañuelo, ésas que ya caminan lento, con la dignidad de los años pero -sobre todo- con la del deber cumplido, que no cierra sin embargo nuevos desafíos y nuevos proyectos en su dignísimo umbral de las nueve décadas.

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