La historia de amor más primitiva y genuina que vivimos, es la que nos condena de por vida a repetir modelos de conducta inconscientemente adquiridos y fomentados por la literatura infantil.
Desde pequeñxs nos enseñan a ser o buscar nuestras princesas y príncipes azules, estableciendo comportamientos “correctos” e “incorrectos”, relacionándonos con mecanismos de dominio sobre el otrx sujetx, también fomentado por la primera historia de amor y la educación, construcción social del siglo XXI, entendiendo los modelos de maternidad o paternidad como poder, “como YO te tuve vos sos mío”, “como sos mi madre/padre vos sos mío”, encasillando al amor en el determinante esquema de dar y recibir (yo te doy a vos porque me sobra, algo notorio en las relaciones maternales/paternales), este verticalismo del fuerte sobre el débil tan propio del capitalismo al cual el amor como formación humana contextualizada no podía escapar. Fortaleciendo así una performatividad heteronormativa a través de complejos que el psicoanálisis se ocupó de difundir: Edipo y Electra. Así, si nuestros genitales son cóncavos, debemos enamorarnos de nuestro padre, que tiene genitales convexos, para encastrar el mecanismo emocional de funcionalidad social. Lo mismo sucede en caso contrario, estableciendo para lxs niñxs de genitales convexos el enamoramiento por la princesa, su madre.
De esta manera, si el enamoramiento no obedece a los patrones determinados por la arcaica psicología, somos arrojados a los dragones de la condena social y el final de la historia no tiene felicidad ni perdices. Porque hemos sido programados desde pequeños a los comienzos, no solo cargamos con este “deber ser del amor ideal” sino que solo sabemos los comienzos, si unx relee a Cenicienta solo sabemos que se casa con su amado príncipe, no sabemos como sigue la historia, nunca sabremos si Cenicienta debía cambiarse la remera 3 veces al día porque se llenaba de leche materna, este problema de solo ver el comienzo de la cosas, sin adentrarnos en el proceso de aprendizaje, la idea ilusoria de este destino, como el enamoramiento hacia la madre/padre condenados desde chicxs, sin comprender que sigue detrás de este entramado tejido por las normas de la modernidad, nos condenaran siempre al “fracaso”.
Lo que comienza con la literatura infantil, se prolonga, además, en las líneas argumentales de películas juveniles e inclusive en los mensajes de los medios masivos de comunicación que llegan a invadir nuestra cotidianeidad. Así, las películas nos “enseñan” cómo debemos ser chicas/os que se enamoran de la figura popular del sexo opuesto, una princesa o un príncipe azul que es la más afinada o el más atleta del colegio respectivamente; mientras que las revistas nos dan “tips para conquistar” a nuestro objeto de deseo que, siempre en estos textos, es del sexo opuesto.
Lo que parece un chiste y resulta ser una frase popular que viene a representar el comportamiento impuesto de cuento de hadas, resume lo anteriormente dicho tanto para los individuos de sexo cóncavo con para los de sexo convexo: “te terminás casando con tu padre/madre”.
“Me enamoré de mi madre/Me enamoré de mi padre/Y vos también” pretende, a través de estas confesiones anónimas, liberar de los márgenes de la heteronorma al primer amor, ya que cualquier persona, vos, yo y todxs lxs demás, nos enamoramos de nuestros padres y cualquier condena social por ello es absurda, cualquiera sea nuestro sujeto depositario de amor.
No se puede reprimir ni constreñir a determinados límites identitarios esa primera experiencia emocional, porque estaríamos limitando todos nuestros comportamientos futuros. El amor no es un diván de psicoanálisis, ni la producción en serie del capitalismo, el amor se vibra en el cuerpo, lo demás es puro cuento.
Colectivo Artistico ABERROSEXUALES
Alejandra Celi, Gabriela Fonseca, Camila Guevara, Lucia Marimon y Esteban Prieto.