HISTORIA / Piedrabuena, el campeador de las borrascas (segunda parte) / Escribe: José Luis Muñoz Azpiri (h)






El solitario hijo del mar predicaba en el desierto.

Su desilusión provenía de las promesas de Mitre, quién apoyaba el proyecto y que le había otorgado los despachos de capitán honorario de la Armada Nacional, pero al asumir Sarmiento se opuso al envío de fuerzas.



“Dijo que no teníamos marina; que costaba mucho mantener un buque de guerra; que estábamos muy pobres; que ese territorio estaba desierto; que debíamos concertarnos y que más bien ese territorio le pertenecía a los chilenos, por ser el paso de Pacífico; que si se poblaba la guardia proyectada, habían de vivir como perros y gatos con los chilenos; que no había gente para darme. No me dijo que fuera o que me quedara; pero que procediera con prudencia con las autoridades chilenas”.

¡Que buen vasallo, si tuviera buen señor!

Paradójicamente, años más tarde, el sanjuanino fundaría la Escuela Naval Militar. Si su actitud se debió a la carencia de unidades de mar o a favores recibidos durante su exilio en Chile, nunca lo sabremos. Pero lo cierto es que sus palabras, tuvieron para Piedrabuena el sabor de la ceniza.

A estos desplantes se sumaban las penalidades económicas. Un día de 1866 compró en Punta Arenas un pequeño bergantín llamado “Carlitos”. Con él realizó un viaje a las Malvinas; lo cargó con carbón de piedra y lo fletó a Montevideo para su venta. Pero el “Carlitos” trajinado por los golpes de mar, llegó a destino con serias averías. Y en aquel puerto se perdió, sin que pudiera salvarse el cargamento.

Para comprar el bergantín había tenido que reunir, a costa de grandes sacrificios, cuanto centavo tenía por ahí disperso. ¡Y ahora, todo se le venía a pique!

“Y como si ésta fuera pequeña desgracia, estando él en las Malvinas compró a los agentes de una compañía de seguros un buque hundido llamado “Coquimbana”, cargado de láminas de cobre. Creía obtener un buen beneficio con la venta del metal. Invirtió seis meses e ingentes sumas de dinero en jornales y aparatos para reflotar la carga. Pero cuando había logrado poner a salvo el cargamento, he aquí que un buque de guerra de la Marina Británica, valiéndose de la fuerza, le intima la entrega del cobre que don Luis legalmente le había comprado…” (3)

Otro acto de justicia británica… y kelper.

En consecuencia, a bordo del “Espora” (Así había rebautizado al “Nancy”) decidió artillar su factoría de la isla Pavón para defenderse de cualquier agresión y protagonizar una de nuestras grandes hazañas náuticas. En 1873, decidido a fundar una factoría en la Isla de los Estados, el “Espora” es sorprendido por un tremendo temporal y despedazado contra los escollos (Tal vez para confirmar la creencia de que rebautizar a los barcos trae mala suerte). (4)

A salvo, y una vez en tierra, comienzan a construir con los restos, un pequeño velero bajo las inclemencias de los temporales y de uno de los climas más hostiles del planeta. Pese a ello, sus conocimientos marítimos y su inquebrantable voluntad le permiten concluir esta titánica tarea y a los 72 días del naufragio, lanzan al agua una reducida embarcación (el desplazamiento era de tan solo 13 toneladas y la eslora de 11 metros). El Cutter se llamó “Luisito”, en memoria de su primer hijo que falleció siendo un niño. Así lograron llegar a Punta Arenas. “Lo que hemos sufrido, solo Dios y yo lo sabemos” dijo más tarde.

Carente de recursos, el capitán Luis se vio obligado a continuar sus navegaciones a bordo de su improvisado velero, con el cual se dirigió a la Isla de los Estados para instalar una fábrica de aceite de pingüino. En unos peñascos inaccesibles divisó entonces a seis náufragos ingleses a punto de morir, sobrevivientes del naufragio del bergantín inglés “Eagle”.

Piedrabuena los rescató y los trasladó a Punta Arenas. Durante su vida, el marino argentino salvaría en sus viajes a 144 náufragos.

Su principal biografía, escrita por el sacerdote-historiador salesiano Raúl Entraigas, más que la crónica de la vida de un hombre parece la narración mítica de algún héroe homérico. Sin embargo, tras el relato de alguna hazaña, está en la página siguiente la constancia documental.

Por aquellos años, tomó mayor incremento la penetración chilena en el sur, merced al impulso del gobernador militar de Magallanes, Diego Dublé Almeida, quién competía con Piedrabuena en las respectivas influencias con las tribus indígenas. Mientras el gobernador trasandino contaba con todo el respaldo de su gobierno, para tratar de fijar jurisdicción en la margen sur del río Santa Cruz, el capitán argentino se veía reducido a sus propios recursos, debido a las continuas luchas internas del gobierno nacional.

Aún así, carente de medios, Piedrabuena envió importantísimos informes a nuestro país en el momento en que la Nación del Plata y la República de la estrella solitaria estuvieron al borde de la guerra. Las palabras de nuestro plenipotenciario en Santiago son concluyentes:

“Su informe – escribe el ministro argentino en Chile, Félix Frías – ha venido a prestarme un gran servicio… Hombres patriotas puros como Ud. Tarde o temprano tienen su recompensa, lo que yo le ofrezco es mi amistad y a mi vez quisiera tener el orgullo de disfrutar la suya. Pronto regresaré a mi patria. Una vez allí, no tomará Ud. a mal que yo revele al gobierno sus excelentes cualidades, y toda vez que sea oportuno será para mí una satisfacción ayudar a conocer en mi patria a uno de sus dignos hijos”.

Fue la culminación de una serie de desinteligencias que el gobernador de Punta Arenas, hábil tejedor de intrigas, había promovido.

De buena fe, intrigado sobre la personalidad y actividades del argonauta austral, Frías había pedido informes a Oscar Viel, quién no dudó en presentarlo como un inescrupuloso traficante, ávido de rápido enriquecimiento, raqueador, dipsómano, frecuentador de tolderías, falsificador de permisos de pesca, explotador de indios, etc. Todo esto se dijo y se repitió año tras año, y todo fue desmentido una y otra vez.

“No, no explotaba a los indios y, por el contrario, buscaba paliar las desgracias de la aculturación que padecían. Paupérrimo vigilante anglófono, cuidaba que los loberos contasen con permisos expedidos en Buenos Aires. Y los sobrevivientes de catástrofes, los extraviados en el páramo o en el fragor de las tribus, recibían la ayuda posible. Vista con ojos actuales, su situación era bastante absurda: Piedrabuena estaba avecindado en Punta Arenas y gozaba de buen concepto en esa población donde tenía sus bienes, consistentes en un almacén y una fábrica de aceite.

Molestaba sobremanera su adhesión a la Argentina, sin perjuicio de que constantemente se le pidiese colaboración. A su turno, Buenos Aires lo consideraba no más que un agente, alguien útil a falta de otro mejor y más formal” (5)

Afortunadamente, tanto el ministro Carlos Tejedor, como Manuel Eguía y otras personalidades que conocían la labor de Piedrabuena, fueron disipando las dudas de Félix Frías que se trocaron en franca admiración. El ilustre patricio y el recio marino mantuvieron varias reuniones en Buenos Aires, las cuales fueron de trascendental importancia para los pactos firmados posteriormente al llamado “Abrazo del Estrecho”.

Estando aún en Punta Arenas, donde don Luis poseía un pequeño almacén de artículos navales, y pese al encono que le profesaba el gobernador Viel, éste no tuvo más remedio que solicitarle una misión que pone de relieve la pericia profesional y la generosidad de alma de Piedrabuena. En 1872 fueron asesinados el capitán y la tripulación del bergantín inglés “Tresponts”. Con el fin de capturar a los victimarios, el gobernador trasandino puso a disposición del marino argentino el pailebote chileno “Reppling Wave” y éste, en medio de la noche del Estrecho de Magallanes, encontró los restos de los malogrados navegantes. Tras la sepultura de los cadáveres, un temporal hizo varar la nave y, con sólo un par de botes logró llegar a Punta Arenas. Luego de obtener equipo y bastimento, regresó a la “Reppling Wave”, a la cuál liberó de su situación llevándola a buen puerto.

Esta odisea duró más de dos meses y medio, por la cual se negó a ser recompensado. Piedrabuena gozaba de la aventura pues no había ninguna aventura que lo saciara.

En 1875 se inicia la última etapa de la vida extraordinaria de este marino excepcional. Debió vender el “Luisito” para sufragar los gastos de su servicio al país, pero llegado a Buenos Aires las autoridades resuelven enviarlo nuevamente al sur y le entregan la goleta “Santa Cruz”, en la que viajan jóvenes oficiales de la Armada y el memorable Francisco P. Moreno. Años más tarde, el 17 de abril de 1878, el presidente Avellaneda firma el despacho de Teniente Coronel de Marina en ejercicio para Piedrabuena. Acertada y oportuna decisión, dado que a los pocos meses se produjo en la Patagonia la penetración naval chilena que colocó al país al borde de la guerra.

Avellaneda, en uno de esos gestos quijotescos que algunas veces hemos tenido en nuestra historia, resuelve enviar la escuadra fluvial del Comodoro Py al sacrificio. Barquitos de río contra una potencia naval. Es que aún resonaban los ecos de la Patria Vieja: “Es preferible irse a pique a rendir el pabellón” había ordenado el almirante Brown.

En esta expedición, que afirmó definitivamente nuestra soberanía al sur del río Santa Cruz, participó Piedrabuena como capitán de la nave “Cabo de Hornos”. Así, en este acontecimiento histórico estuvo presente el hombre que, más que ningún otro, fue la atalaya de soberanía en las soledades patagónicas.

En mérito a sus servicios, fue designado director de la escuela de marineros a bordo de la nave mencionada. ¡La marina sabía a quién entregaba a sus cadetes! Al mando de los mismos, condujo a la famosa expedición de Giacomo Bove, auspiciada por el Instituto Geográfico Argentino; en la cual, lamentablemente, el controvertido oficial italiano se dedicó a poner topónimos itálicos a diestra y siniestra, incluso donde ya existían desde antaño. Y esto no le gustó nada al propietario de la Isla de los Estados, al ver, de la noche a la mañana, a su peñón austral transvertido en una ínsula mediterránea.

No era la primera vez que Piedrabuena colaboraba con expediciones científicas, ya lo había hecho en 1867 con la de Gardener, que buscando las nacientes del río Santa Cruz llegó a lo que se supone era el comienzo del ventisquero Moreno.

A su regreso a Buenos Aires, el presidente Roca premió sus servicios otorgándole el grado efectivo en la Marina y el Centro Naval lo distinguió como socio honorario. Pero el reconocimiento llegaba tarde para el “Petrel de las Tormentas”, las penalidades, ingratitudes e inclemencias climáticas ya habían minado su organismo.

Sus ojos se sellaron en tierra, no como él hubiera deseado, timoneando un gallardo bajel.

“Marineros ¿Por qué le dais a la tierra lo que no le pertenece y se lo roban al mar? Si murió como el mejor capitán; y su alma, viento, espuma y cabrilleo; está allá arriba, en el puente, deshojando la rosa de navegar?” Hubiera clamado el vate. Toda la tripulación del “Cabo de Hornos” acompañó su cadáver de yodo y de sal.

“Oh, capitán, mi capitán, nuestro terrible viaje ha terminado” – escribió el poeta norteamericano Walt Whitman en el aniversario de la muerte de Lincoln - ¿Ha terminado mi capitán?... nos preguntamos, cuando asistimos, impotentes, a la depredación de los recursos de nuestra pampa sumergida y a la provocación europea de considerar nuestro archipiélago irredento como “territorio comunitario de ultramar”.

El 10 de agosto de 1883 inició su travesía el Capitán de las Tormentas.

Apenas tenía 50 años.



(*) Blomberg, Héctor Pedro. Piedrabuena en los Mares del Sur. En: Cantos Navales Argentinos.
Departamento de Estudio Históricos Navales. P.91. Buenos Aires. 1968
(1) Martinic Beros, Mateo “Crónica de las tierras del Sur del Canal de Beagle” Ed. Francisco de Aguirre. Buenos Aires.1973
(2) Arguindeguy, Pablo E. “Piedrabuena y la Isla de los Estados” En: “A Piedrabuena en el Centenario de su muerte 1883-1983” Talleres Gráficos Malvinas Argentinas. Buenos Aires.1983
(3) Entraigas, Raúl “Piedrabuena, caballero del mar” Secretaría de Estado de Marina. Departamento de Estudios Históricos Navales. Buenos Aires.1966
(4) Los restos de la goleta “Espora” fueron descubiertos en Bahía Franklin en febrero de 1999 por un equipo interdisciplinario coordinado por Carlos Vairo, director del Museo Marítimo de Ushuaia. Lamentablemente el hallazgo dio lugar a una controversia entre el mencionado Vairo y el escritor Adrián Giménez Hutton (presidente del Explorer Club en la Argentina) referente a la paternidad del mismo
(5) Sánchez Zinny, Fernando “El enigma del comandante Piedrabuena” En: diario “La Nación” 5/9/2000.

Agosto 2011

(José Luis Muñoz Azpiri (h) es académico de número del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas)


Image Hosted by ImageShack.us