“Toda la historia es nuestra historia. Todo el pasado es nuestro pasado. Aunque a veces preferimos quedarnos con sólo una parte de ese pasado, seleccionando ingenua o engañosamente una época, una línea, unos personajes, y queriendo eludir tiempos, ignorar hechos y omitir actuaciones (…) Somos el conquistador y el indio, el godo y el patriota, la pampa privilegiada y el interior relegado, el inmigrante esperanzado y el gaucho condenado. Somos los dos, no uno de ellos solamente. Si nos quedamos con uno de los dos, siempre llevaremos a cuestas un cabo suelto sin anudar, siempre cargaremos un asunto inconcluso que no lograremos cerrar, siempre habrá un pedazo de nosotros que no lograremos integrar. Y todo aquello que uno no contacta ni incorpora y, por tanto, no cierra, eso no desaparece, continúa llamando, sigue siendo un mensaje en espera de ser recibido,reclamando ser escuchado."
Gustavo Cirigliano
Un lucidísimo aunque olvidado pensador argentino señaló en cierta oportunidad que una “…concepción nacional de la historia, implica reconocer que ésta no es un fragmento de la vida humana ubicada en tiempos pretéritos, clausurados definitivamente”[1]. La existencia de los pueblos sostuvo además, “…tiene una continuidad determinada sin espacios en blanco en la que actúan fuerzas históricas que producen una tensión permanente entre lo que cambia y lo que se conserva”[2].
Paz[3] afirmaba asimismo que en el trabajo del historiador prima el presente no el pasado, ya que “…el interés por el pasado siempre está determinado por la necesidad de conocer el presente[4]” y que la incomprensión del presente, surge de la ignorancia, el ocultamiento o la desfiguración del pasado. Para el autor las polémicas historiográficas suelen trasuntar “cuestiones de vivos”, y en tanto, traslucir asuntos del ahora o del futuro.
Las enseñanzas de Paz nos ofrecen una excelente oportunidad para reflexionar sobre la historia en general y sobre la figura de Julio Argentino Roca en particular.
I.- Sobre la historiografía y el revisionismo histórico.-
Del pasado sólo nos llegan huellas y vestigios. A partir de ellos el historiador debe fundar su labor reconstructiva, labor por su parte que de ningún modo es aséptica. Aunque el anhelo de objetividad inspire el emprender del profesional de la historia sobre lo ya acontecido, un sinnúmero de determinaciones recaen sobre su espíritu al momento de hacerlo. En razón de ello no existen veredictos históricos inapelables aún cuando algunos hechos puedan certificarse efectivamente. El filósofo, historiador y lingüista de origen búlgaro Tzvetan Todorov, sostuvo en consonancia que el conocimiento se encuentra íntimamente coligado con una posición ética que se asume y además a determinados valores que se exaltan.
El historiador selecciona, clasifica, constata, reflexiona y posteriormente enlaza el producido de dichas actividades para otorgarle el “alma” a su relato. Todo historiador, en tanto, recorta. El primer recorte normalmente está constituido por el hecho, el período, el individúo o la comunidad que pretende analizar, es decir, por su objeto de estudio. Un segundo recorte está instituido por la narración que construye, y mediante la cual, otorgará sentido su tarea de reconstrucción. En el derrotero del historiador la heurística y la hermenéutica constituirán su principal apoyo. La primera lo conducirá hacia documentos, testimonios y probanzas. La segunda, hacia la interpretación de los mismos y de los hechos acaecidos. Ambas operaciones también estarán sujetas a determinaciones que exceden la propia subjetividad del historiador.
Ana Jaramillo en un artículo[5] publicado recientemente, haciendo referencia al filosofo e historiador Italiano Benedetto Croce señala que para Croce, “…no existen leyes universales en la historia y que toda historia es contemporánea”. Asimismo ilustra “… que cada uno tome como materia de historia lo que se vincule con sus propios intereses y dé a la narración el tono que responda al pathos de su alma”. La obra historiográfica para Jaramillo como toda obra humana “…se realiza a través de una lucha, y no siempre obtiene en la lucha la victoria o la victoria plena”. Sentenciará finalmente en sintonía con Marc Bloch que “…los verdaderos historiadores son historizantes”[6].
El historicismo en su versión revisionista empezó a gestarse a fines del siglo XIX como un desafío orientado hacia la reconstrucción de un pasado que, según sus principales impulsores, había sido recortado deliberadamente por la historiografía surgida al calor del proyecto modernizador triunfante en Caseros e inspirada por el iluminismo, una doctrina que por a- histórica, despreciaba al pasado por escatológico y heterónomo. El revisionismo se constituyó de esta forma como una matriz analítica orientada hacia la comprensión de lo que se es real y efectivamente, como abordaje a esa intrahistoria de la que hablaba Miguel Unamuno, y se propuso como misión cuestionar algunos de los presupuestos liminares que sustentaban el relato histórico erigido por los triunfadores de la guerra civil.
II.- El revisionismo y Roca.
Mientras la historiografía surgida al calor de los vencedores - aún con matices - coincidió en que Julio Argentino Roca se instituyó en el gran organizador un Estado Nacional erigido a partir de la sanción del orden constitucional inspirado ideológicamente por el liberalismo (cosmovisión que “naturalmente” conducía hacia el progreso), los revisionistas, ya en las postrimerías del siglo que concluía, comenzaron a formular discrepancias respecto al rol que le cupo al tucumano en el devenir histórico del país.
A la vez que autores inscriptos en el revisionismo clásico como José María Rosa, Fermín Chávez, y Ernesto Palacio (con alguna que otra divergencia) compartieron la tesis que sostiene que Roca integró estructuralmente el proyecto modernizador, agro exportador, oligárquico y librecambista surgido a partir de “disciplinamiento” interior federal y el establecimiento de relaciones económicas viscerales con el Imperio británico, otros revisionistas, tan disímiles y convergentes a la vez como Arturo Martín Jauretche y Jorge Abelardo Ramos, rescatarán algunos aspectos de su figura.
José María Rosa consagrado revisionista, opinará que Julio Argentino Roca constituyó el auténtico “jefe” de un “régimen” donde las minorías “…se consagraron a gozar de la riqueza material despreocupándose de otra cosa”, donde la política “…quedó en manos de pocos”, y donde la Argentina “…se transformó en una factoría, en un emporio mercantil”. Para el autor este régimen“… surgió con el asentimiento general, y donde los partidos provinciales terminaron entregándose a un presidente que les garantizaba estabilidad contra las revoluciones locales”[7].
Por su parte Fermín Chávez, discípulo de José María Rosa, manifestará al respecto que bajo el lema “Paz y Administración”, Roca, ayudó a “consolidar las bases de la república liberal, entre las cuales debe mencionarse la sanción de la ley de educación común.[8]” Ernesto Palacio otro integrante de la corriente revisionista, en relación al compromiso de Roca con sistema de librecambio, afirmará que “…el prestamista extranjero, el inversor de capitales que venía a hacer su negocio, no era para los hombres del roquismo, el mero mercachifle del que había que desconfiar para mantenerlo en sus justos límites, sino ante todo, un benefactor y un civilizador que merecía agradecimiento y reverencia”[9].
El revisionismo clásico concordará términos generales en que Roca contribuyó a consolidar una república dependiente. Fermín Chávez expresará en concordancia que durante su primera presidencia “…el país se desarrolla, crece, pero al mismo tiempo se endeuda. ¿Cuál es la razón? Tal vez cabe ella en una frase: Europa quiere de nosotros trigo, carne, lanas y cueros, y Roca organiza al país de acuerdo a esa división del trabajo. Crea un país de cereales y ganados sin industrias extractivas y de transformación. Somos lo que se llama una economía subsidiaria: la provincia-granja de un imperio[10].
(continua en la edición de mañana)