Los socios de la dictadura quisieron empañar la trayectoria de Víctor Hugo Morales.
Eligieron mal. Y les falló el plan.
La gente no admite ya que el muerto se asuste del degollado.
Vivimos rodeados por vendedores de certezas en los medios hegemónicos y se extiende como una epidemia la enfermedad de la simplificación.
Sucede que a la oposición no le inquieta que el Imperio agresor ocupe mil bases en este planeta.
Ni le preocupa que hasta 2003 los derechos de las mayorías fuesen vulnerados.
Para muchos mendaces hombrecitos de polvo del periodismo la democracia es solamente para las corporaciones, excluye al pueblo.
Y prosigue su cotilleo en la tevé.
Allí vale la falsa sonrisa y sublimar más y más la bajeza para manipular a la opinión pública.
Por otro lado, la falaz pluma del periodismo de derecha revela que se extendió la corrupción moral de un despotismo democrático ilustrado.
Pretende engañar y dividir al pueblo.
Estamos rodeados de hipócritas periodistas que se plagian.
Lo cierto es que dicen lo mismo, como un eco.
En cambio, Victor Hugo no renuncia a emplear su arma natural (la palabra), porque gracias a ella ofrece otras armas valiosas: un puñado de verdades.
Ante la infame agresión que sufrió, nadie digno se quedó callado.
Hoy pocos ignoran que los medios hegemónicos detestan a cualquier proyecto nacional y popular. Utilizan eufemismos, difaman.
Esconden sus trapos sucios bajo la alfombra y sonriendo quieren recolonizarnos.
Saben que la opinión pública fluctúa en ciclos, como los países.
Hábiles para ofrecer políticas que favorecen sólo a los ricos, en lugar de informar repiten una falacia hasta el hartazgo, el panfleto cobra vida y algunos lo creen cierto.
Abundan los artistas sin arte.
No aman pensar y se dedican al rol donde pueden fingir: el periodismo.
En esta sociedad regida por las denuncias altisonantes no cuenta la verdad sino lo que se dice sobre el otro, el chisme autocreído.
Anhelan expandir el miedo, ese cáncer burgués.
Pero un buen periodista aúna a su curiosidad intelectual la obstinación independiente, y parte de la convicción de que la pretendida objetividad es una falacia.
Quien lo niega es, sin duda, un mediocre.
El periodista no debe ser un simple anotador de noticias sino un historiador de los hechos cotidianos, mientras une la fe del idealista con la veracidad al investigar.
Sin presumir de neutral, porque eso no existe sino en las malas conciencias.
Decía el escritor Gore Vidal que en EE.UU. “mandan las grandes multinacionales”. Y que la derecha rehúsa “dedicar el dinero a cuestiones tan frívolas como la educación o la salud”.
Si bien falta mucho camino aún, a la derecha las políticas antisistema de Cristina la crispan.
Y más aún la aparición de cierta juventud crítica que aplaude esas posturas. Juventud a la que el monopolio intenta confundir con su dosis diaria de información, tras convertirla en chismosa literatura basura.
No soporta que las víctimas hayan salido de su sopor, pues vende la imagen de un gobierno corrupto mientras disfraza su propia corrupción.
La historia dirá que los Kirchner fueron héroes por enfrentar al FMI y a multinacionales a las que es difícil controlar y menos castigar por su rol depredador: deciden elecciones, ganan licitaciones y con presiones se eximen de pagar impuestos.
Es usual que el alquiler de congresistas y jueces por las privatizadas lo velen algunos monopolios de comunicación mediante historias banales.
Evitan discutir las cuestiones reales que afectan a la gente.
Así la distraen.
Porque es sabido, según Gore Vidal, que “la política real está limitada a quien recauda, qué dinero, de quién, y para ser gastado por quién y en qué”.
Los amos exigen obediencia a los gobernantes; no los toleran si lesionan su máquina de ganar plata.
En el caso de hacerlo, se apresuran a manchar sus reputaciones.
Si un buen presidente quiere un nuevo mandato, gastan lo necesario para hundirlo.
No aceptan que alguien frene el torrente de oro que llega a sus bolsillos.
Y si este Gobierno, en defensa propia, avala un programa como 6,7,8, lo acusan de usar los dineros públicos.
Pero nadie dice nada sobre la radio de la Ciudad, que sólo da noticias a favor del PRO.
El odio que Cristina y Kirchner generan en la clase alta y parte de la media revela que su labor ha sido óptima.
Cualquiera que ayude a los “cabecitas negras” será odiado por esa gente.
También odia a cualquier mujer demasiado brillante para ella.
Es gente que, si tiene ética, la ocultó en la parte de atrás de su cerebro.
Y allí la eterniza.
Aunque uno no lo quiera, las chicanas opositoras a este modelo no debaten ideas, pues carecen de ellas o son burdas.
Procuran el beneficio económico como regla de vida, la defensa de las multinacionales y del empresariado y la negación de los derechos de los trabajadores.
Algo totalmente naíf, apto sólo para el país devastado previo al 2003.
Su manera de contar las cosas es libresca y normalmente lo que dicen no es cierto.
La gente se basa en lo que le cuentan, pero no logra contextualizar en un instante lo que lee, ve u oye.
Lo cree, sin más.
Pero eso es lo que uno ve o escucha, una real tergiversación de la realidad: no es lo que ocurre.
A la larga, las cosas no se pueden ocultar (los 300 canales de cable del monopolio, cuando el máximo admitido es 24) y tarde o temprano se saben.
Hoy las noticias se basan esencialmente en la imagen y no en el pensamiento razonado.
Los medios visuales aumentan la idiotez colectiva.
Los Kirchner jugaron su futuro a una moneda: la inclusión.
Con el modelo actual, mañana las nuevas generaciones tendrán motivos para reconciliarse con su condición de personas libres e iguales.
Y si uno intuye que la gente posee la fe que lleva a la esperanza, no tiene derecho a sentirse escéptico.
El kirchnerismo dio a su tarea un sentido humanista a que cuestionó las administraciones previas y lo situó del lado del más débil.
Ahora un grupo de altavoces antikirchneristas que colaboraron con Néstor (Alberto Fernandez, Moyano) iniciaron una campaña sucia.
Para atomizar el cristinismo, alegan que ya la presidenta no sigue el rumbo de Kirchner.
Anhelan trocarla (como decía de sí misma Marta Gellhorn, esposa de Hemingway) “en una nota a pie de página en la vida de otro”.
Pero a ninguno escapa que Cristina es no sólo la continuidad de Kirchner, sino que amplió la inclusión.
En medio mundo analizan estas políticas en cuestión, no existe ceguera.
Y cada decisión de la presidenta conduce a otra, porque no es una mujer que se arredra y le prometió a su marido “no hacerle pasar vergüenza”.
Uno elige el lado que anhela defender, definió Víctor Hugo.
A su vez, el ajuste que promueven editorialistas y economistas opositores llevaría a la recesión, mientras Cristina procura el consumo y el crecimiento.
Los Kirchner apostaron a un paradigma: “darse al otro para ser uno”.
Negocian con las elites económicas, pero son inflexibles con los codiciosos. Según algunos todo se compra, incluso las convicciones.
Pero Cristina lo niega: sabe que para quitar el polvo del espejo hay que usar el plumero.