ARGENTINA / Liberales, ma non troppo / Escribe: Alberto Dearriba







Los liberales apoyaron la reforma del ’94 para sostener al presidente que plasmó el paradigma de mercado.
Los supuestos liberales argentinos son tipos muy peculiares. Por un lado, promueven la desregulación de la economía a rajatablas a la manera del los '90 y critican cualquier “intromisión” del Estado en el área económica, como lo hicieron con todas las nacionalizaciones del kirchnerismo. Son tan adoradores del mercado que superan al propio Adam Smith, que algunos límites tenía. Pero cada vez que tuvieron una cuota de poder –casi siempre con las dictaduras– adoptan decisiones autoritarias y la persecución del adversario. Criticaron históricamente al peronismo por considerarlo un régimen autoritario, pero apoyaron los golpes de Estado que supuestamente venían a reponer las libertades públicas.




En democracia, esa franja del pensamiento llegó al poder de la mano de Carlos Menem –después de una enorme operación de travestismo político– y de Mauricio Macri, quién obtuvo el gobierno de la principal ciudad argentina con sólido apoyo electoral.

El alcalde porteño se ha declarado públicamente a favor de la teoría del derrame. Se trata de la quimera que plantea que es preciso liberar las fuerzas del mercado para que la economía crezca y derrame luego naturalmente su prosperidad sobre todos los actores sociales. No es más que la utopía de mercado que planteaban los “Chicago Boys” de José Alfredo Martínez de Hoz durante la última dictadura militar, cuando decían que el mercado decidiría si la Argentina fabricaría acero o caramelos. Es el modelo neoliberal que implantó Carlos Menem en los '90 con la ayuda de Domingo Cavallo. Los argentinos aprendieron con dolor cómo terminaron ambas experiencias neoliberales.
Los militares de la última dictadura llevaron al extremo la contradicción de los supuestos liberales argentinos, ya que para implantar la libertad de mercado necesitaron un baño de sangre. Pero fue un gobierno democrático, de origen peronista, el que estuvo más cerca del paradigma liberal en ambas dimensiones. Es cierto que Menem promovió la reforma de la Constitución Nacional, lo cual supuestamente no cuaja con el fetichismo institucional de los liberales de pura cepa, pero en cambio no se le pueden achacar graves cercenamientos de las libertades públicas.

El alcalde porteño expresa claramente las contradicciones de los adalides de las libertades, ya que mientras rinde culto al mercado, adopta medidas que poco tienen que ver con la pluralidad de ideas. Sus simpatizantes acusan alegremente al kirchnerismo de nazi, fascista, hitleriano autoritario y otras hermosas calificaciones, por impulsar la participación política de los jóvenes en las escuelas, mientras desde el gobierno porteño promueven la denuncia a través de una línea telefónica a la que la justicia le puso límites. Parece contradictorio que sean los supuestos adalides de las libertades públicas quienes impidan el debate de ideas entre los chicos, mientras el odiado populismo, políticamente plebeyo y supuestamente desprolijo con las instituciones democráticas, sea el que lo promueve.

Macri es heredero de los sectores gorilas que en los '50 renegaban del peronismo por la utilización de distintivos partidarios, el culto al personalismo y otras desviaciones autoritarias. Pero su gobierno prohíbe una historieta en las escuelas por su contenido subversivo, promueve la denuncia ideológica y separa de sus cargos a media docena de docentes porque se animaron a realizar una parodia que ridiculiza la decisión oficial de cerrar cursos con 20 alumnos en las escuelas públicas. Si la populista Cristina Fernández, sucesora del ex presidente que según Carrió se parecía a Hitler, se dedicara a sancionar a quienes se burlan de ellos, no le alcanzaría el día.

Pese a abrevar en el denostado populismo, el kirchnerismo se ha caracterizado por la ampliación de derechos, de los cuales el más resonante podría ser el del casamiento igualitario. Y ahora marcha a concederles a los jóvenes de 16 años la posibilidad de votar, al igual que a los extranjeros que residan en el país al menos por dos años. Es obvio que una fuerza política nunca deja de lado la conveniencia partidaria, ya que el cálculo electoral está en la naturaleza de la competencia democrática. Pero se supone que el pragmatismo político no puede desviar groseramente a los partidos de su ideario sin pagar un costo por ello. Cuando se sancionó la ley del matrimonio igualitario, el diputado Néstor Kirchner le dijo a su jefe de bancada, Agustín Rossi que “para ser progresista, una fuerza política debe incorporar a las minorías”. Al intentar habilitar el voto de los jóvenes y extranjeros, el gobierno usó obviamente la calculadora. La irrupción de sectores juveniles en la militancia fue la única buena noticia en las horas tristes del funeral de Kirchner. Muchos jóvenes se sienten atraídos por la política oficial y la decisión de habilitarlos en las urnas puede ser impulsada sin contradicciones porque también se inscribe en la ampliación derechos, la mayor responsabilidad cívica y el involucramiento político de la juventud, esa que el Pro rechaza en las escuelas.

La Constitución Nacional plasmó claramente el paradigma liberal que fue luego defendido a capa y espada cuando les convino a los sectores dominantes, pero también archivado cuando le abrieron las puertas a las dictaduras. El peronismo reveló tempranamente, en 1949, su vocación reformista. Los liberales apoyaron sin pudor la reforma del '94 para sostener en el poder al presidente que plasmó mejor que ninguno el paradigma de mercado. Pero se aferran ahora con pasión al fetiche institucional, porque el impulso reformista proviene de un gobierno que mete las narices en sus negocios.

Fue un liberal de las huestes de Alsogaray, el diputado Francisco Durañona y Vedia, quién blandió en la Cámara Baja la interpretación de que se podría sancionar la necesidad de la reforma constitucional con el voto de los dos tercios de los presentes y no con el de los dos tercios del cuerpo. Los radicales dicen que Raúl Alfonsín rubricó el Pacto de Olivos que le otorgó a Menem los votos necesarios en el Parlamento, porque el riojano hubiera apurado de todos modos la reforma con la interpretación de Durañona. En suma, los liberales son reformistas cuando les conviene y antirreformistas cuando no.




Para el politólogo Ernestro Laclau, un reivindicador del populismo, cuando irrumpen nuevas fuerzas sociales, el choque con el orden institucional es inevitable. Si a esta explicación reformista se agrega el hecho político de que el kirchnerismo no logra un reemplazante para Cristina Fernández, se concluye obviamente que intentará habilitar a la presidenta. Pero antes, falta la decisiva compulsa de medio término. Las cuestiones que hoy se debaten sobre la participación de los jóvenes, son precisamente la antesala de la decisiva elección de 2013 en la que se sabrá si el kirchenrismo puede arañar los dos tercios en ambos cuerpos legislativos nacionales.
(Diario Tiempo Argentino, 2 de setiembre de 2012)

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