HISTORIA / El legado de Jorge Abelardo Ramos / Escribe: Julio Fernández Baraibar (primera parte)







Este 21 de julio, por obra del azar –por obra de ese hilo misterioso con el que teje Clío- nos encontramos haciendo una reflexión sobre el legado de Jorge Abelardo Ramos, justo en el atardecer de lo que puede haber sido el día más importante de los últimos diez años para los latinoamericanos.



De alguna manera podríamos decir, sin falsear la verdad, que en la Cumbre de Presidentes del Mercosur, celebrada hoy en Córdoba, con la presencia del Comandante Hugo Chávez, de Evo Morales, la presencia fundamental del presidente Kirchner, sosteniendo contra los ataques más calumniosos y viles la alianza estratégica con Venezuela, con el discurso magistral de Lula, al hacerse cargo de la nueva presidencia pro tempore del Mercosur donde plantea una nueva estrategia brasileña en la política de la integración latinoamericana, con la presencia, por fin, de Fidel Castro, y la firma de los acuerdos que ponen en jaque el bloqueo económico a Cuba, todo esto que parecería ser el legado vivo y concreto del pensamiento y la acción política de Ramos.

Jorge Abelardo Ramos, la persona que posiblemente haya influido más en mi vida después de mi padre y de mi madre –habida cuenta que lo que influyeron mi padre y mi madre no contaba de mi partecon la racionalidad con la que contaba la influencia de Abelardo Ramos- era un individuo, como recordarán los que lo conocieron, de una extraordinaria y singular personalidad.

Pese a su aspecto poco criollo –ese pelo ígneo que le hizo ganar el inevitable sobrenombre de El Colorado, ese aspecto de Groucho Marx a quien a veces gustaba imitar, sus pecas- era, curiosamente, descendiente de criollos por el lado paterno: su abuelo había sido un hombre de a caballo, un payador ácrata de fines del siglo XIX que, en esos caminos del canto y de la militancia libertaria conoce y se enamora de una institutriz alemana en una estancia de la provincia de Buenos Aires. Y de ese matrimonio entre un payador gaucho anarquista y una institutriz alemana nace Nicolás, el padre –también anarquista- de Jorge Abelardo Ramos quien se casa con doña Rosa, una muchacha de la clase media, judía, porteña, hija de socialistas y adscripta ella misma a las ideas del socialismo.

Recuerdo un reportaje que le hiciera al “Colorado” Ramos –posiblemente en el año ’70- la revista “Panorama”, y quien era en ese entonces periodista de esa revista, el cura Ferreiros.

Ferreiros era un cura que ejercía su sacerdocio –quiero decir que no estaba reducido al estado laical, ni mucho menos- y que escribió un libro llamado “La Cuba de Castro vista por un católico”, luego de un viaje que hizo en la década del ’60 a Cuba. Era un hombre vinculado a la Democracia Cristiana; un hombre que siempre permaneció vinculado oficialmente a la Iglesia; compañero y amigo de Norberto Habbeger, quien luego termina en Montoneros y fue muerto en aquel suicida intento al que llamaron “la contraofensiva”. Y para que se recuerde quién fue Ferreiros: en una ocasión –siendo Juan Carlos Onganía presidente- Juan García Elorrio -fundador de la revista “Cristianismo y Revolución”- increpó a viva voz a Monseñor Caggiano, a la salida de la Catedral.Quien enfrenta a García Elorrio, interponiéndose entre él y el cardenal primado, fue el cura Ferreiros.

Tuve oportunidad de presenciar ese reportaje a Ramos, en el que Ramos recordó una situación que me ha acompañado siempre en la memoria: cómo eran los 1º de Mayo en su casa, cómo celebraba el 1º de Mayo una familia integrada por un padre anarquista y una madre socialista.

Contaba Ramos que la celebración del primero de mayo –que en esa familia tenía una importancia muy grande, casi similar a la que en nuestros hogares puede tener la Navidad o el Año Nuevo- comenzaba la noche anterior –que es la noche de Valpurgis, por otra parte- en una reunión en el Centro Libertario. Contaba Ramos que estaban todos esos hombres y mujeres sentados en círculo en una mesa, con sus trajes negros y sus sombreros orión. Y había discursos sobre la redención del proletariado, sobre la destrucción del Estado y la desaparición de las cadenas de opresión sobre la humanidad. Se turnaban los oradores hasta que, de pronto, otro -que tomaba la palabra-, en lugar de dar un discurso, recitaba un poema también libertario, quizás de Alberto Ghiraldo, hablando de los mártires y de los héroes de la lucha obrera. Eso terminaba cerca de la medianoche, cuando todos se volvían a la casa. Al día siguiente –el 1º de mayo propiamente dicho- iba al Parque Japonés con su madre, dado que el parque había sido alquilado, justamente para celebrar el Día de los Trabajadores, por el Partido Socialista para el uso de sus afiliados.

Con esto quiero decir que Ramos era un hombre criado en éste ambiente peculiar, del cual él tenía una gran memoria. Pesaba sobre su pensamiento todo este pasado de un abuelo y un padre anarquistas y su madre socialista.
Jorge Abelardo Ramos tenía, además, un don admirable que era el de la narración. Contó una vez del miedo que le dio, siendo un niño de 4 o 5 años, cuando vivían en Flores. En ese entonces su padre iba y venía. No era una presencia muy permanente en la casa, incluso tenía residencia también en Montevideo. Tocan a la puerta, contaba Jorge, y va él –de niñito- y se encuentra con un gigantón –para él- totalmente vestido de negro, con una luenga barba y con un cuchillo de plata en la mano que le dice algo incomprensible en iddish, y él sale corriendo. Era un carnicero cosher que venía a ofrecer sus servicios a la casa de doña Rosa. Ese don para contar sus historias las volvían inolvidables, porque él las convertía casi en un hecho artístico.

En este marco, la figura literaria que más influye en ése muchacho de 16 o 17 años –anarquista- es una persona también muy extraña y poco conocida que es Rafael Barret.

Rafael Barret es un hombre que tuvo una vida corta y fugaz: vivió 34 años. También producto de un connubio extraño entre una aristócrata Álvarez de Toledo, española, y un inglés, un tal Barret Clark. Nace Rafael en la provincia de Santander, en España. No se sabe bien, pero parece que realizó sus primeros estudios en Inglaterra y luego vuelve a Madrid. En 1902, cuando él tiene 25 años, agarra a trompadas –literalmente, en la vía pública, en el centro de Madrid y a la vista de todo el mundo- al Duque de Arión, lo que le provoca un ostracismo social inmenso. Pero ¿cuál había sido la razón de este ataque? que luego fuera comentado por Ramiro de Maeztu en uno de sus artículos periodísticos, ya que este Rafael Barret era uno de los integrantes de la jeunesse dorée madrileña. Y el motivo fue que Barret había retado a duelo a un abogado por un cierto asunto. Y un tribunal de honor presidido por el Duque de Arión –a pedido del abogado, que le daba miedo batirse a duelo- declaró que Barret era un notorio pederasta y que, por lo tanto, no estaba en condiciones de defender su honor. Y lo salva al abogado de una muerte segura. Esto le provoca a Barret tal indignación que –como se acostumbraba a hacer en aquélla época, cosa que hoy suena ridículo- va a un médico a hacerse los análisis oficiales para que quede asentado que él no es ningún pederasta –cuando uno sabe que lo más difícil de probar es un hecho negativo- y así lo agarra a trompadas al Duque de Arión, que era el presidente del tribunal de honor que había decretado su pederastia.

Todo este incidente provoca su aislamiento social que recién termina con la aparición de un artículo en la prensa madrileña –en uno de los diarios de mayor circulación de la época- en donde se publica “ayer falleció el señor Rafael Barret”. Lo declaran muerto. El tipo ve que toda la situación en España está cerrada para él, y se viene para Buenos Aires. Un joven de veinticinco o veintiséis años, solo, que hasta ese momento sólo había escrito sobre matemática, porque era un destacado matemático. Funda –según dicen- la Sociedad Matemática Argentina junto a Julio Rey Pastor y escribe en algunos diarios y revistas españolas y en el Caras y Caretas. Pero a los pocos meses de estar en Buenos Aires decide irse como corresponsal a cubrir una revolución liberal que se había lanzado en el Paraguay y decide afincarse en ese país. Queda atrapado por el Paraguay. Se adscribe a estos revolucionarios liberales y comienza su evolución hacia el anarquismo militante. Pero, curiosamente, no a partir de los mártires de Chicago ni de Sacco y Vanzetti sino de la situación de los trabajadores yerbateros, de la situación en que se encontraban los indígenas en el Paraguay. Era un hombre de una formación nieztcheana -muy de moda en ésa época- y se transforma en un anarquista libertario, militante. Funda un diario, el “Germinal”, donde empieza a escribir con una enorme ironía y sarcasmo, rasgos que veremos luego en Jorge Abelardo Ramos. Sus artículos le provocan la persecución política en el Paraguay, tiene que entrar y salir, se va a Montevideo. En Montevideo influye notoriamente en Rodó, en Vaz, en Zum Felde, en los intelectuales más destacados del Montevideo finisecular o de principio de siglo. Barret se vincula a la generación del ’98, y su presencia funciona como una especie de fermento o de levadura en la que germina esta renovación ideológica que se produce en ambas márgenes del Río de la Plata. Enferma de tuberculosis muy gravemente, viaja a Francia tratando de encontrar una cura para su mal, pero muere a los 34 años de edad.




Éste es el tipo que más influye en el joven Ramos y que le hace ver el conflicto social, junto con la lectura de los clásicos, del príncipe Kropotkin, de Gorki y de la literatura realista y naturalista rusa. Pero Barret también lo introduce en el tema del Paraguay, de la guerra del Paraguay y de sus consecuencias. Es a través de Rafael Barret donde la preocupación por la infame guerra de la Triple Alianza entra en el espíritu de Jorge Abelardo Ramos.

En ese anarquismo inicial tuvo como compañero de militancia, de luchas y de alguna huelga estudiantil a otro gran amigo nuestro: Luis Alberto Murray, de quien Ramos era compañero de escuela. De alguna manera, Luis Alberto nunca abandonó sus ideas anárquicas y logró congeniarlas con su catolicismo, su peronismo, su admiración por León Trotsky y el whisky.

Pero Ramos comienza lentamente a alejarse del anarquismo de su hogar –si uno cometiera ejercicio ilegal de la psicología, diría que significa un alejamiento del padre- y comienza a acercarse –siendo muy joven- a los grupúsculos trotskistas que, en Buenos Aires, comenzaban a surgir merced a la acción y la billetera de Liborio Justo, hijo del presidente de la República, Agustín P. Justo.
Liborio Justo fue una especie de proto punk, de hippie, de rebelde, hasta el último día de su vida, un peleador, enemigo de todo el mundo, que a los dieciocho años increpa con gritos destemplados al presidente Franklin Delano Roosevelt en la Cámara de Diputados, en una visita oficial que hiciera el presidente norteamericano a la Argentina y a su padre, nada menos que el General Agustín P. Justo. Liborio hace una denuncia a los gritos desde los palcos del Congreso –adonde había llegado justamente en su carácter de hijo del presidente de la República-.

El indoblegable hijo del presidente fraudulento adscribe a los escritos de León Trotsky, quien ya ha sido expulsado de la Unión Soviética y se había convertido en el solitario denunciador de la dictadura burocrática que se ha instalado en el Kremlin sobre los restos exánimes de la Revolución de Octubre. Realiza un viaje a Nueva York, del cual hay una interesante colección de fotografías, tomadas por Liborio, sobre las consecuencias que la crisis del treintaimpuso a los trabajadores norteamericanos. Y vuelve a Buenos Aires con el objetivo de impulsar y dar forma política a las ideas del trotskismo en la Argentina.
Alrededor de él y de su dinero –y de la capacidad que tenía de hacer publicaciones, de pagar pequeños periódicos- se empiezan a armar grupos vinculados al ideario trotskista, que tienen una prodigiosa capacidad cariocinética, logrando aumentar el número de grupos sin aumentar el número de personas involucradas en la totalidad del movimiento.

¿Qué significa –para ser breve- el trotskismo en esas condiciones?
El prestigio que tenía en los años ’30 la Revolución Rusa tuvo –en la generación de hombres como Abelardo Ramos- una importancia iniciática, fundacional.

Yo pertenezco a una generación que se inicia a la vida política –y esto es algo que el Comandante Hugo Chávez lo recordó ayer- con dos hechos: el Cordobazo, por un lado, y, por el otro, la guerra de Vietnam, una guerra de liberación victoriosa.

La generación de Jorge Abelardo Ramos se inicia con los resplandores del Octubre ruso. En 1930 este movimiento prodigioso había sido absolutamente dominado, copado y cerrado por el sistema burocrático encabezado por Stalin y en el cual toda la generación de revolucionarios que había participado de manera directa en los Diez Días que Conmovieron al Mundo –como dice John Reed-habían sido eliminados por la policía secreta de Stalin, o estaban sepultados en mazmorras de las que nadie sabía el paradero. El partido de Lenin se había convertido en una organización burocrática piramidal, en la que ya no se discutía, sino que se escuchaban las revelaciones prodigiosas del gran timonel que era José Djugashvilli –Stalin-, donde todo debate había desaparecido por completo. Esto -que tenía por lo menos un principio de justificación en las condiciones de asedio, de sitio imperialista en que se encontraba la reciente Revolución Rusa- es imitado meticulosamente por todos los partidos comunistas del mundo, que no estaban sitiados por ningún cerco imperialista. Y entonces se aplicaron exactamente los mismos criterios policíacos que se aplicaban en la Unión Soviética. El pensamiento crítico del marxismo que había iluminado a las generaciones de Lenin y de Trotsky había sido convertido en un catecismo del Padre Astete, sin discusión alguna, de una estolidez intelectual repugnante para cualquier persona de veinte años que quisiera cambiar el mundo y que tuviera respeto por la inteligencia humana.

A eso se le sumaba, en la Argentina, la adscripción más rígida y absoluta a los lineamientos heredados del Partido Socialista y del liberalismo local. A lo que hay que agregarle el altísimo componente extranjero –inmigrante- que tenían las primeras organizaciones de trabajadores y de militantes, tanto socialistas como comunistas. El Secretario General del Partido Comunista, en ese entonces y por largos años, era un individuo que hablaba cocoliche, el ínclito Vittorio Codovilla.

En ese momento, el trotskismo aparece como una posibilidad intelectual de reflexionar –sobre todo a partir de los escritos de Trotsky posteriores a su exilio de Rusia, las reflexiones que él hace sobre la revolución traicionada, sobre los grandes mariscales de la derrota, sobre los procesos de burocratización, etcétera- que había –más allá de la estolidez staliniana- un mundo de ideas que todavía podía florecer. Todo esto enmedio de una presión enorme, porque –repito- el mismo método de represión policíaca que usaban en la Unión Soviética, lo usaba el Partido Comunista contra aquellos que disintieran con la línea oficial establecida por Moscú, apelando, directamente, a la delación policial, a la calumnia, a la descalificación y a considerar a los trotskistas, no militantes políticos con los que se tiene disidencia, sino lunáticos, dementes, orates o provocadores policiales. Este era el ambiente del momento, un ambiente cerrado, enrarecido, de una gran presión psicológica, de delirio.

Pero un mundo que se derrumba es un taller de forja –decía don Hipólito Yrigoyen- y en este magma -con tantos elementos de locura, de neurosis- surgen algunos elementos que habrán de ser decisivos. En primer lugar, una correcta, aunque genérica y abstracta percepción de los movimientos nacionales. Los artículos de Trotsky desde México, el reportaje que le hace el dirigente sindical argentino Mateo Fossa, algunas reflexiones de Trotsky sobre Getulio Vargas, empiezan a darles a estos jóvenes posibilidades de formular un análisis distinto, un juicio distinto, donde lo que prevalece es la idea central -planteada por Lenin en su momento- según la cual el mundo se divide en países imperialistas y países dominados por el imperialismo. Y que no se pueden usar los parámetros de los países imperialistas para analizar y dar la lucha política en los países sometidos por el imperialismo.

Esto, que parece una obviedad, era una revolución copernicana. Y lo que dice Trotsky, en algún artículo, es que entre una democracia que invade a un país feudal dirigido por un jefe despótico, el deber del revolucionario es defender al país del jefe despótico feudal contra los demócratas que lo invaden. Y después veremos qué hacemos con el jefe despótico, antidemocrático y feudal. Pero es el deber del revolucionario porque la razón de la humanidad está con el país oprimido y no con la democracia imperialista. Esto los impacta, y de este magma surge –al aparecer Perón en 1945- el pequeño –pequeñísimo- grupo que interpreta de una manera radicalmente distinta el nuevo fenómeno nacido el 17 de octubre y que confronta con la totalidad de las explicaciones que se daban en la Argentina sobre el peronismo.

Grupo que ve, principalmente, tres cosas: Primero, que éste es un país semicolonial, o sea un país dependiente, oprimido por el imperialismo. Tenemos que pensar de una manera distinta a como se piensa allá.

Segundo, que ésos que salieron a la calle, eran los obreros. No eran murgas de lúmpenes desclasados, sino que eran “los” obreros.

Y tercero, que van detrás de un jefe que no es un dirigente obrero socialista formado en la Tercera Internacional.

Entonces ese grupo se dice “bueno, vamos a tratar de explicar esto. Vamos a tratar de darle una racionalidad, porque todo lo que es real es racional, todo lo que existe puede ser explicado”. Estos grupos contaron con un hombre que jugó un papel fundamental en la articulación, el trabajo político y en la reflexión, como fue Aurelio Narvaja.

Aurelio Narvaja –a quien no conocí personalmente, pero que pude haberlo hecho, dado que fuimos contemporáneos- era un joven abogado santafecino -vinculado originariamente al Movimiento Reformista, de la reforma del ’18- que comienza a reflexionar sobre la naturaleza históricamente progresista del peronismo y sobre el carácter de clase del 17 de octubre. Este grupo se llamó “Frente Obrero”. Pero, paralelamente a “Frente Obrero”, el joven Jorge Abelardo Ramos –que se había peleado a puñetazos con Liborio Justo y con Raurich a propósito del 17 de Octubre- empieza a editar la revista “Octubre”. Y ésta es la publicación en la que Ramos comienza a elaborar su reflexión política y su pensamiento político. Ya independiente –aunque coincidente- con los trabajos del grupo de Aurelio Narvaja.

Creo que la primera cuestión a la que hay que referirse, si se habla del legado de Jorge Abelard Ramos, es el aporte ineludible que éste hace a la comprensión del gran movimiento nacional argentino. Este aporte a la explicación de cómo y por qué los trabajadores se encolumnan detrás de un coronel y desarrollan juntos un gran movimiento cuyas tareas no son el socialismo, ni la socialización de los medios de producción, sino la creación de medios de producción: la creación de un capitalismo autárquico e independiente. O sea, de trabajadores que ayudan y colaboran a que hayan patrones que les expropien plusvalía para que ellos puedan ser trabajadores. Esta explicación es un aporte que él ha dado, no a lo largo de un libro –como “Revolución y Contrarrevolución en la Argentina”- sino a lo largo de miles de artículos, de notas periodísticas, de reportajes, de conferencias. Jorge Abelardo Ramos es, en este punto, inestimable.

A los veintisiete, veintiocho años –en 1949, ya en pleno gobierno peronista- publica un libro: “América Latina: un país”. Un libro que, en realidad, tiene un título y su contenido es otro.
Es muy extraño lo de este libro. Porque en realidad el libro habla muy poco de América Latina. Habla mucho de Argentina y de la historia argentina. Pero es un libro que tiene una particularidad extraordinaria. Con la capacidad de síntesis casi publicitaria que caracterizaba la pluma y el ingenio de Jorge Abelardo Ramos, plantear, en 1949, que América Latina es “un país”, era como intentar convencer al Instituto Nacional de Meteorología que llueve de abajo para arriba, que nos parece que llueve de arriba para abajo, pero que, en realidad, llueve de abajo para arriba.

Era una tarea imposible porque la propuesta era absoluta, radical y totalmente novedosa. Acá nadie podía pensar que eso se podía decir o siquiera pensar, que se podría llegar a entrever que América Latina se podía llegar a constituir en un solo país. Y mucho menos imaginarse que lo había sido. Esto es lo más subyugante y lleno de posibilidades que tiene el libro “América Latina: Un país”, que es un libro inicial. Es el libro de un joven que tiene 28 años, que tiene muchos errores, muchos desaciertos, muchas imperfecciones pero que establece dos cosas. Como dice Methol Ferré, en una excelente nota introductoria que hizo para la edición de algunos libros de Abelardo Ramos en Uruguay, “América Latina: Un país” era, en realidad, dos libros. Uno, “Revolución y contrarrevolución en la Argentina” y, otro, “Historia de la Nación Latinoamericana”. En este pequeño librito de 250 páginas estaban comprimidos estos otros dos libros fundamentales. La madurez política le permitió irlos reescribiendo. Pero, en 1949,”América Latina: Un país” plantea el eje central de su legado intelectual y político.

Poco después publica –siempre durante el gobierno peronista- otra cosa que tuvo el efecto de una enema de vidrio molido –si se me permite la escatológica comparación- que es “Crisis y resurrección de la literatura argentina”, un libro del ’54. Y digo que tuvo estos efectos porque se la agarra descarnada, brutal y provocativamente con dos vestales de la cultura oficial argentina: Jorge Luis Borges y Ezequiel Martínez Estrada.




Es obvio que “Crisis y resurrección de la literatura argentina” no es una obra de crítica literaria. Es una obra política. De crítica a la cultura política oficial del país. No está destinada a discutir las cualidades literarias de Borges y de Martínez Estrada, sino que está destinada a discutir y criticar el peso que las concepciones de Borges y de Martínez Estrada tienen sobre el conjunto de la sociedad. Y establece otro ángulo de su crítica a la realidad argentina: el plano de la lucha cultural. Establece un principio básico para un país semicolonial que es que la lucha por la liberación se da en la cabeza de los oprimidos de ese país. Y que para alcanzar el nivel político capaz de cambiar las condiciones es necesario realizar una profunda crítica intelectual y política a las bases espirituales del pensamiento de esa sociedad. Este es el aporte de esta obra –que es un folleto, un opúsculo, no es una obra de envergadura, por lo menos en cuanto a su extensión- pero que asesta un golpe en el nudo gordiano de la dominación política de la oligarquía y del imperialismo en la Argentina, que es el modo de pensar.

(CONTINUARA EN NUESTRA EDICION DE MAÑANA)

Image Hosted by ImageShack.us