MENDOZA / Esperando el tren / Escribe: Roberto Utrero






Con estas líneas iniciamos la tarea de divulgación sobre el Ferrocarril en la provincia de Mendoza, con el objeto de reinstalar el tema en la sociedad y forzar su retorno. Habida cuenta que la supresión de los servicios en los ’90 por los “bárbaros” trajo consecuencias devastadoras.




De ahí que comencemos divulgando el famoso poema “Esperando los bárbaros” del poeta alejandrino Constantino Kavafis, (1863- 1933) , el que ha servido para describir con precisión la acción de la pérfida fatalidad humana, como lo ocurrido en nuestro país con la ausencia de los trenes. Hecho que arrasó con pueblos, bienes y vidas irrecuperables en la actualidad.

Esperando los bárbaros

-¿Qué esperamos congregados en el foro?
Es a los bárbaros que hoy llegan.

-¿Por qué esta inacción en el Senado?
¿Por qué están ahí sentados sin legislar los Senadores?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
¿Qué leyes van a hacer los senadores?
Ya legislarán, cuando lleguen, los bárbaros.

-¿Por qué nuestro emperador madrugó tanto
y en su trono, a la puerta mayor de la ciudad,
está sentado, solemne y ciñendo su corona?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
Y el emperador espera para dar
a su jefe la acogida. Incluso preparó,
para entregárselo, un pergamino. En él
muchos títulos y dignidades hay escritos.

-¿Por qué nuestros dos cónsules y pretores salieron
hoy con rojas togas bordadas;
por qué llevan brazaletes con tantas amatistas
y anillos engastados y esmeraldas rutilantes;
por qué empuñan hoy preciosos báculos
en plata y oro magníficamente cincelados?
Porque hoy llegarán los bárbaros;
y espectáculos así deslumbran a los bárbaros.

-¿Por qué no acuden, como siempre, los ilustres oradores
a echar sus discursos y decir sus cosas?
Porque hoy llegarán los bárbaros y
les fastidian la elocuencia y los discursos.

-¿Por qué empieza de pronto este desconcierto
y confusión? (¡Qué graves se han vuelto los rostros!)
¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían
y todos vuelven a casa compungidos?
Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron.
Algunos han venido de las fronteras
y contado que los bárbaros no existen.

¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?
Esta gente, al fin y al cabo, era una solución.
Constantino Kavafis

Los trenes de pasajeros hace años que no pasan por Mendoza. Pero algún día- pueda que no muy lejano- esperemos que vuelvan a transitar.

En esta parte devastada de la Argentina por aquella absurda supresión del servicio, ¿quién se acuerda de ellos? Solamente la gente mayor, porque cientos de miles chicos menores de veinte años, jamás viajaron, disfrutaron la magia de los coches y salones comedores, por lo que ni remotamente pueden extrañar verlos circular por las vías. Es una verdad de Perogrullo que se quiere y desea lo que se conoce, como la experiencia indica. Lo que, como en este caso, al desconocerse la presencia del tren, cae irremediablemente en el olvido.

Por eso, recuperar la memoria sobre el Ferrocarril se transforma en un hecho político, en una cuestión que nos atañe a todos. De ahí la importancia de traerlos nuevamente a escena, a describir sus ventajas, a reflotarlos de ese pozo profundo que es la desmemoria.

Entonces, caemos en la cuenta que reinstalar los trenes en el imaginario colectivo, exige un esfuerzo de concientización que tiene como antecedente, justamente, la titánica tarea de los medios de comunicación que impusieron la necesidad de clausurar los servicios y obligaron a la privatización de las empresas públicas, generando un descrédito masivo del Estado y sus funciones. Tarea lenta que demoró décadas, pero que finalmente dio resultado. Para ser más precisos, desde aquel lejano Plan Larkin de 1958 que aconsejaba recortar ramales.

Los privatizadores, en su entusiasmo desmedido y con el viento a favor del decálogo de el Consenso de Washington, los consejos del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, preferenciaron al mercado por sobre las instituciones públicas.

Así nos fue, el objetivo del lucro de unos pocos, jamás pudo ni podrá conciliar con el bien común, con el de todos.

Como un eco lejano de aquella prédica, viene el mensaje de un periodista ya fallecido que todos los días evocaba a su personaje “Doña Rosa”, quien cargaba de quejas al Estado por su mala gestión, ilusionándose con la del empresariado privado. No creo que sea necesario que aclare que estoy hablando de Bernardo Neustadt, aquel que hacía dupla con Mariano Grondona.
Pero bueno, ya lo puse con todas las letras para no olvidarlo, ya que estamos ejercitando la memoria.

En su machacona labor cotidiana, criticaba a los peones de Vías y Obras que se encargaban de reparar las vías, porque eran unos vagos que en vez de trabajar, hacían su “asadito” al costado de los rieles. Justamente, los obreros más sacrificados y peor pagos del Ferrocarril.

Omitía comentar la función de mantenimiento que llevaban a cabo aquellos denostados obreros, servía para mantener en condiciones la vía y sus equipos accesorios, impidiendo accidentes, los que, en aquellas épocas, eran realmente accidentes, no siniestros evitables como ahora, que se cuentan por miles.

El desastre de la Estación Once con la trágica muerte de 51 personas y 700 heridos, es un hecho que nos debe hacer reflexionar sobre las actuales condiciones de los ferrocarriles para que “Nunca más”- como el título del libro sobre el holocausto producido por la última dictadura- vuelva a suceder esto y que, los servicios públicos, tal como en el caso de los crímenes de lesa humanidad, nunca más vuelvan a ser manipulados por un inescrupuloso elenco de gobernantes, siendo necesaria la consulta popular para una decisión de tal envergadura.

Pero volvamos a los trenes, ya que pocos se acuerdan de El Cuyano, El Aconcagua, El Zonda, El Cóndor, mucho menos de El Libertador, el tren insignia del Ferrocarril General San Martín. Todos ellos supieron transportar a miles de pasajeros desde San Juan, Mendoza y estaciones intermedias hasta Retiro y, viceversa. El Sanrafaelino, lo hacía también desde el departamento sureño hasta la Capital del país.

Ver la otrora gloriosa y centenaria Estación Mendoza de Pasajeros derruida, sin techo y arrasada por el saqueo y los incendios, es un insulto a la dignidad colectiva. Porque todos le dimos la espalda, miramos al costado, dejamos que la desidia, la indiferencia y el olvido arrasaran con lo que creíamos eterno.
Revertir la situación va a llevar mucho tiempo y esfuerzo. No obstante los obstáculos y los intereses que se oponen, no pueden ocultar la actualidad del tren en los países europeos o, como en el caso de Japón y China, en donde están los más modernos, rápidos y seguros.

Nuestra extensa geografía, nuestra población dispersa, la recuperación de la economía en materia de transportes, la necesidad de descongestionar las rutas, preservar el medio ambiente y viajar con seguridad, exige que nuevamente los trenes de pasajeros recorran el país.

Ferrocarril, memoria y pertenencia

Por ello insistimos que la memoria es un elemento inmanente de la identidad, indisolublemente unido a la pertenencia. Dado que no somos un ente flotando en el aire, sino que estamos insertos en un espacio, en un contexto al que, desde luego pertenecemos. Así somos personas, con una identidad, historia familiar y colectiva, parte esencial de un Estado Nacional, aquello tan remanido de ser “sujetos de la historia”.

La construcción de la identidad en una semi colonia como América Latina es un hecho político, y de esto hay mucha literatura nacionalista que nos ha alumbrado el camino para saber quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. Valga una de las tantas perlas ilustrativas de Jaureche: “lo nacional es lo universal visto por nosotros”, siempre y desde luego que, la cabeza y lo ojos sean nuestros y miren desde acá.

Opuestamente, los medios de comunicación colonizan la subjetividad, como le gusta decir a José Pablo Feinmann, y están al servicio de intereses particulares y ajenos al país, trabajan cotidianamente boicoteando lo nacional, lo colectivo y propio. Mandato perverso y traicionero que se llevó a cabo con los Ferrocarriles Argentinos en los noventa y nos arrastraron a esta situación de una emergencia vergonzante.

Dentro de ese imaginario colectivo que nos ancla a la identidad nacional, está el edificio con techo a dos aguas y el mástil con la bandera argentina en el extremo superior que evoca a la escuela pública, esa que nos devuelve a la feliz infancia. Del mismo modo como la silueta del tren surcando por la inmensidad de la pampa, las estaciones de chapa distribuidas por toda la amplia geografía del país o, los magníficos edificios de las terminales de línea de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que nos remontan a la época de oro de los ferrocarriles. Esto llena nuestro imaginario de argentinos, nos guste o no. Son parte entrañable de nosotros.

Todo eso se ha roto como los fragmentos de vidrio de un caleidoscopio. De allí la nostalgia y la añoranza de lo perdido. De ahí también el efecto que nos produjo ver un film como “Luna de Avellaneda” que nos puso de manifiesto cuánto fuimos perdiendo como personas, como esa gran familia de los barrios. Cómo se hicieron añicos los afectos más entrañables tras el vendaval neoliberal, egoísta y perverso.

En esa burbuja artificial del “uno a uno” hipotecamos nuestros sueños por algunos artículos descartables y nos embarcamos en el engaño de estar en el Primer Mundo. Abandonamos los bienes y servicios que costaron generaciones en manos de aventureros. Nos extraviamos, perdimos la noción de quiénes éramos. Por eso es imperioso recuperarnos, volver a ser “nosotros”, retornar a nuestra identidad y a los afectos que la conforman. Por eso la necesidad de que vuelvan los trenes.

Con todo, estos veinte años con los terrenos e instalaciones ferroviarias cedidas a los municipios ha sucedido lo mismo.

No obstante, infinidad de instalaciones abandonadas y en ruinas fueron ocupadas por gente desplazada, víctimas del darwinismo social operado. Junto a ellas, han quedado abandonados cientos de vagones y locomotoras herrumbradas, como si fueran despojos de una guerra en donde faltan los proyectiles y los tanques.

Ese panorama desolador no sólo hiere las retinas, sino que cala hondo en el corazón de la población que, desolada, sigue aislándose un poco más, cargando con culpas ajenas.

Nuestros representantes, lejos de hacerse cargo, aprovecharon las vísceras del carneo, siguieron obsesionadas en borrar de la memoria colectiva al tren y aprovecharon para hacer sus propios negocios. La acción más directa en la Ciudad de Mendoza la realizó el intendente Eduardo Cicchitti, que gobernó entre 2004 y 2007. Entusiasmado con la asociación con la Corporación Puerto Madero, erradicó las vías de la calle Belgrano, que servían de ingreso a la Estación Mendoza, las parquizó y transformó en playas de estacionamiento, mientras aguardaba el mega proyecto urbanístico que se construiría en las 36 hectáreas que ocupa el Ferrocarril.

Felizmente, no se cumplió su anhelo y el único proyecto que subsiste sobre el terreno es la continuación de calle Godoy Cruz, que aun no se habilita.
Luego y, en base a otro sofisma elaborado para torcer el imaginario colectivo, en el que el uso público ya sea recreativo o cultural resulta un logro más democrático y participativo, (esto puede ser frente a los emprendimientos privados edilicios como el mencionado) pero que desde el punto de vista de utilidad pública y externalidades del Ferrocarril, sigue siendo una malversación, se construyó el Parque Central en los terrenos de Mendoza Cargas.

Desde ya sabemos que quienes lo disfrutan rechazarían cualquier argumento en contrario. Lo mismo sucede con las ex oficinas de la Jefatura de Zona, en Las Heras y Perú, en donde se dictan clases de teatro o danzas folclóricas, o en la Garita Mendoza Sud, dedicada a la cultura.

Otro tanto sucede con los amplios terrenos que poseía el Ferrocarril Belgrano dentro del predio de la Estación, en calle Mitre en Guaymallén. Allí el Estado Provincial y el Municipio se unieron para construir el Centro Provincial de la Cultura, pronto a ser inaugurado.

En el departamento San Rafael, al sur de la provincia, en los terrenos de la estación ferroviaria, se ha construido la Estación Terminal de Ómnibus, a cuya inauguración asistió la Señora Presidenta Cristina Fernandez el año pasado.
En oposición, en el edificio de la antigua estación San Rafael, funciona desde el año 2000 el Museo Ferroviario y enfrente, en una pequeña rotonda, se ha colocado una vieja locomotora de vapor, poniendo en valor al tren como partícipe de la construcción del departamento.
“El Ferrocidio” cometido, y en esto tomo el título del célebre libro de J.C.Cena, quien mejor ilustra el magnicidio operado, debería comprometer a la ciudadanía a elaborar una obra rotunda en defensa de lo público.



Cada Estación o espacio ferroviario recuperado debería tener murales didácticos que ilustren lo ocurrido, como también promover programas escolares que eduquen sobre ello, sumado a la difusión por los diversos medios que hacen las asociaciones en pos del retorno del tren público.
Esta iniciativa, debería tener el carácter de cruzada social, en donde Estado y sociedad, aúnen esfuerzos para no volver a incurrir en atrocidades pasadas.

Image Hosted by ImageShack.us