Hay pretendidas críticas al actual proceso político argentino que muestran umbrales cada vez más pobres de nivel intelectual, y a veces también ético. Es para pensar qué Argentina diferente algunos querrían construir.
Una, es la crítica a la educación (hecha, generalmente, por gente que jamás estudió científicamente la educación). Se dice que ésta ha bajado el nivel respecto de otras épocas, y se añora a Sarmiento o a la época de los años sesenta. La afirmación central es que entonces el nivel era más alto. Lo cual es una total obviedad: en una escuela que no incluía sino a los sectores más altos de la población, naturalmente que los resultados eran también altos. El resto de la población no iba a la escuela, simplemente. Ahora que las escuelas aumentaron su matrícula 20% gracias a la Asignación por Hijo están en las escuelas quienes tienen menos capacitación previa, y disponen las peores condiciones sociales para la apropiación de contenidos. Una escuela más inclusiva, tiene necesariamente un promedio más bajo de rendimiento de su matrícula; si queremos escuelas "perfectas", dejemos fuera de la escuela al 60% de la población, y entonces sí las evaluaciones darán óptimos resultados.
También hemos visto a algunos hablar de los derechos humanos en Angola (tema, por cierto, totalmente desconodido aún para los que lo esgrimen), para intentar deslegitimar la gira de la presidenta con nada menos que 400 empresarios a aquel país. Qué raro: son los mismos que apoyaban a los productores sojeros en 2008, los que exportan la mayoría de su producción a China. ¿Alguien sabe desde cuándo China tiene régimen de partido único? ¿Nadie recuerda la represión de Tianamenn? Pareciera que cuando conviene se dice una cosa y cuando no, la contraria. Por cierto, no es en derechos humanos que el actual gobierno nacional tenga que rendir examen: ha hecho mucho más que cualquier gobierno argentino anterior y que cualquier gobierno latinoamericano actual al respecto, con el juzgamiento sistemático de los genocidas de la dictadura.
Quizá el punto más alto de alevosía discursiva lo estampó, desde fuera del país, el gran novelista Vargas Llosa. Ese hombre que no por buen narrador deja de ser un ignorante de la política, en teoría y en la práctica. En lo práctico, todos recordamos el papelón de cuando el escritor se presentó de candidato a presidente y -con todo a favor- perdió insólitamente a última hora con un personaje lamentable como Fujimori. Esa tarde de derrota no salió a contener a sus seguidores sino que se fue con su prima a caminar por las orillas del mar, mostrando una irresponsabilidad política propia de quien no tiene idea de lo que la construcción paciente de voluntad colectiva exige, y que está más preocupado por sí mismo que por cualquier proyecto que lo trascienda.
En teoría política, Vargas Llosa repite hace años un rudimentario catecismo libremercadista que cualquier alumno de licenciatura en Economía miraría con vergüenza. No sabe más que atacar cualquier intervención del Estado y encomiar cualquier forma del lucro y la ganancia privados, sin ningún matiz adicional.
Lo recordamos en Mendoza, cuando un enorme abucheo en el Teatro Independencia lo obligó a cambiar de tema, tras pretender en tiempos de Menem que había que privatizar al sistema educativo en su conjunto, repugnando a la tradición argentina en la materia y ofendiendo el ánimo mayoritario de los concurrentes.
Ahora se ha atrevido a decir que el actual gobierno argentino se parecería al nazismo; lo cual no sólo es un exabrupto pasmoso, sino un error conceptual infantil y primario.
Aquí sí hubo algo parecido al nazismo: la última dictadura. Represiva y criminal, tuvo sus propios campos clandestinos de detención, modo local de los campos de concentración del hitlerismo. Aquí se secuestraba, detenía clandestinamente, torturaba y asesinaba como se lo hizo en los campos alemanes de la Segunda Guerra.
Los planes económicos de esa dictadura, son los que Vargas Llosa defiende. Y quienes sostuvieron ese gobierno criminal son los que más atacan hoy al gobierno actual, con lo cual quien más se acerca a la apología del nazismo es precisamente Vargas Llosa.
En cambio, quienes más lejos están del totalistarismo son los que han llevado a juicio a los agentes de la muerte. El actual gobierno es lo más claramente opuesto a la tiranía en tanto ha llevado a juicio a sus responsables, lo que -salvo en parte durante el gobierno de Alfonsín- no realizó ningún gobierno post-dictadura en nuestro país.
Cabría ocuparse de los logros que Argentina ha avanzado en los últimos años en lo económico, lo diplomático o lo social. Sin embargo hay que escribir sobre estas críticas aviesas, en tanto ellas obligan al esclarecimiento y la réplica. Aunque ojalá nos encontráramos con críticas que mereciera pensar y respetar, y no con este conjunto de incongruencias que forman el repertorio mediático-opositor del presente