INTERNACIONAL / Mercados de progreso / Escribe: Carola Chávez






La economía de mercado: una verdad incuestionable que debemos aceptar mansitos. Resulta que lo inaceptable es adecuado, decente, civilizado, necesario. Domados a punta de televisión y American Express, tantos terminan tragando con vaselina el cuchillo que los desangra y, para colmo, justifican la hemorragia sin intentar siquiera pasar sus argumentos por el colador del razonamiento lógico.



Humanizado lo inhumano, nos encontramos con mercados que se animan o deprimen cual víctimas de un trastorno bipolar. Están alegres en la mañana de Nueva York, se desploman exhaustos a la hora de la siesta en Madrid para luego despertar, tímidamente, tal vez en Londres, Frankfurt o Japón.

Los mercados se tambalean porque la economía está mal. ¿O era al revés? ¿O era lo mismo? ¡Qué importa! Lo que importa es que necesitan ayuda de los gobiernos y éstos, en una especie del Tongo le dio a Borondongo, dicen que, democráticamente, en nombre de los electores preocupados por la salud de los mercados, y no de esos alborotadores que duermen en las plazas, Burundanga le hincha los pies.

Sonríen los mercados que gobiernan a gobiernos que recortan empleos, beneficios laborales, presupuestos de educación, salud, vivienda… haciendo añicos cualquier iniciativa que pretenda salvaguardar el derecho de la gente a ser gente; necedades que, cual malignas bacterias, afectan la salud de los mercados. Se ahorra en todo menos en sacrificios -de los pendejos, eso sí-. ¿No quieren progreso, pues?.

Tiene el mercado una mano, invisible pero la tiene, y ésta regula el buen funcionamiento de la economía, lo que, según siempre nos dijeron y sin derecho a pataleo, redundaría en la prosperidad para todos. Pero a la mano se le fue la mano y ahora se extiende hacia la gente, sedienta, vampirezca, buscando exprimirle hasta la última gota.

Fíjense que el mercado tiene manos y trastornos emocionales pero se han cuidado bien de no ponerle cara, no porque no la tenga sino por no querer darla.

Como en El Mago de Oz, hay alguien detrás de los mercados, pero no un solitario enano bravucón, sino muchos. Señores encorbatados que creen que trabajar es apostar en la bolsa -casinos de la miseria- a que suba el trigo, invocando sequías, plagas, hasta guerras, pero que suban el trigo y el hambre, oferta y demanda. Financistas que convierten necesidades básicas en inversiones seguras y nos quitan el techo de las cabezas, el agua de los labios, y el pan de la boca y, por no dejar nada, nos quitan hasta el derecho de morir tranquilos, eso sí, pero rumbo al progreso.

Progreso, privatizaciones, mano invisible, liberación de precios, tratado de libre comercio, ¡libertad!, sálvese quien pueda, porque querer es poder, a menos que seas ignorante, niche y resentido, o sea, chavista que te niegas a ver las bondades del mercado.

La economía de mercado: una verdad incuestionable que debemos aceptar mansitos. Resulta que lo inaceptable es adecuado, decente, civilizado, necesario. Domados a punta de televisión y American Express, tantos terminan tragando con vaselina el cuchillo que los desangra y, para colmo, justifican la hemorragia sin intentar siquiera pasar sus argumentos por el colador del razonamiento lógico.

Humanizado lo inhumano, nos encontramos con mercados que se animan o deprimen cual víctimas de un trastorno bipolar. Están alegres en la mañana de Nueva York, se desploman exhaustos a la hora de la siesta en Madrid para luego despertar, tímidamente, tal vez en Londres, Frankfurt o Japón.

Los mercados se tambalean porque la economía está mal. ¿O era al revés? ¿O era lo mismo? ¡Qué importa! Lo que importa es que necesitan ayuda de los gobiernos y éstos, en una especie del Tongo le dio a Borondongo, dicen que, democráticamente, en nombre de los electores preocupados por la salud de los mercados, y no de esos alborotadores que duermen en las plazas, Burundanga le hincha los pies.

Sonríen los mercados que gobiernan a gobiernos que recortan empleos, beneficios laborales, presupuestos de educación, salud, vivienda… haciendo añicos cualquier iniciativa que pretenda salvaguardar el derecho de la gente a ser gente; necedades que, cual malignas bacterias, afectan la salud de los mercados. Se ahorra en todo menos en sacrificios -de los pendejos, eso sí-. ¿No quieren progreso, pues?.

Tiene el mercado una mano, invisible pero la tiene, y ésta regula el buen funcionamiento de la economía, lo que, según siempre nos dijeron y sin derecho a pataleo, redundaría en la prosperidad para todos. Pero a la mano se le fue la mano y ahora se extiende hacia la gente, sedienta, vampirezca, buscando exprimirle hasta la última gota.

Fíjense que el mercado tiene manos y trastornos emocionales pero se han cuidado bien de no ponerle cara, no porque no la tenga sino por no querer darla.

Como en El Mago de Oz, hay alguien detrás de los mercados, pero no un solitario enano bravucón, sino muchos. Señores encorbatados que creen que trabajar es apostar en la bolsa -casinos de la miseria- a que suba el trigo, invocando sequías, plagas, hasta guerras, pero que suban el trigo y el hambre, oferta y demanda. Financistas que convierten necesidades básicas en inversiones seguras y nos quitan el techo de las cabezas, el agua de los labios, y el pan de la boca y, por no dejar nada, nos quitan hasta el derecho de morir tranquilos, eso sí, pero rumbo al progreso.




Progreso, privatizaciones, mano invisible, liberación de precios, tratado de libre comercio, ¡libertad!, sálvese quien pueda, porque querer es poder, a menos que seas ignorante, niche y resentido, o sea, chavista que te niegas a ver las bondades del mercado.

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