Se habla mucho, pero se dice poco sobre política en la Argentina actual. El debate -si así pudiera llamárselo- sobre el dólar en estos días lo patentiza. Mucho ruido, pocas nueces. Mucha ignorancia, escasa información. Muchos adjetivos, nulos argumentos. Todo esto, dándose incluso en buena parte de lo que se lee y escucha en los medios llamados "de comunicación".
Se entiende poco que los mismos que hasta ayer pedían devaluación, hoy digan que esta es peligrosa. Ahora bien, gran parte de la población ni siquiera registra estas contradicciones. No se advierte que es absurdo pedir la presencia de la presidenta, y rechazarla a la vez. O advertir que el dólar ha estado "planchado" y minivaluado por las políticas gubernamentales, y sorprenderse de que ahora se lo sobrevalúe. Pero todo es parte de un repiqueteo mediático donde se ha perdido el respeto por la palabra y por la razonabilidad. Sin dudas que cierta parte de quienes escriben palabra pública, ha perdido el cuidado por esa palabra pública.
No de otro modo puede entenderse esta gran decadencia del debate nacional a que asistimos. En vez de discutirse proyectos, ideologías, alternativas estructurales, modelos de país, se discute chismes, vestimenta de gobernantes y candidatos, su simpatía o antipatía, sus gustos y supuestos parecidos con "la gente común", como si se tratara de vedettes o de gentes del espectáculo, no de quienes deben tener la responsabilidad de gobernar un país.
Por eso y asumiendo el nombre de un "gag" de moda en TV, podemos caracterizar a la Argentina de hoy como la del "hablemos sin saber". Es cierto: hay temas técnicos que la mayoría no entendemos. Es verdad que no todos pueden saber de economía como para entender, por ej., sobre el dólar. A quién se favorece o desfavorece con ciertas medidas, qué consecuencias tiene un aumento de su cotización. Pero si no se sabe, o se busca información confiable, o se calla. No es nuestra costumbre: hablamos igual, y para peor solemos confundir nuestra perspectiva individual con la situación del país. Si un aumento del precio del dólar me desfavorece en lo personal, no significa que desfavorezca al país. O si a mí me favorece, no significa que favorezca a la Nación. Son dos niveles muy diferentes el personal y el estructural, permanentemente mezclados en el carnaval de opiniones que -a partir de la facilidad para decir cualquier cosa que proveen las redes sociales, y de hacerlo con firma falsa o sin firma- son hoy un alud de inconsistencias, interjecciones, invectivas e insultos, pero muy rara vez de información, razonamiento o argumentos.
De tal modo, confundimos opinión con conocimiento; como ya los griegos señalaban, superponemos "doxa" con "episteme". Hablamos con libertad de lo que no se sabe, como se lo hace permanentemente también en algunos medios. Confundimos campañas mediáticas de desprestigio con información fidedigna. Les creemos a personajes de crasa ignorancia, aceptamos diagnósticos médicos hechos a distancia y juicios valorativos sobre información desconfiable, asumimos valoraciones interesadas como si fueran pensamientos neutros y objetivos. Somos ciudadanos incapaces de sospechar de la opinión callejera y/o periodística, aunque creyéndonos astutos sospechemos siempre de los políticos, a los que se carga en todos los casos la cuenta de los males sociales (tanto los que ellos efectivamente producen, como los que les son totalmente ajenos).
Alguna vez fuimos un país culto, un país ilustrado. Las tecnologías electrónicas están arrasando con eso; cada vez menos letra, menos pensamiento, menos abstracción. El debate político nacional, no puede ser hoy más penoso: está más cerca de una pelea infantil, que de una discusión sobre modelos de acumulación, relación entre valor del dólar e importaciones/exportaciones, salario de los trabajadores, niveles de desocupación, lugar geopolítico en el mundo, tipo de Estado, índices sociales de desigualdad y nivelación de ingresos. En vez de todo eso se discute chismografía revisteril, tapas escandalosas de semanarios, titulares de mala fe, locutores incultos que miran a la cámara con aire de indignación y muestran ejemplar ignorancia sobre los temas implicados.
Ojalá estemos aún a tiempo de distinguir la diferencia que existe entre razón por una parte, y adjetivación de mala fe por la otra. De lo contrario, las nefastas consecuencias sobre el futuro político y cultural de nuestro país, son bastante fáciles de prever.-