“Reformar, unirse, triunfar.” Las palabras del presidente francés suenan como una garúa triste. El socialista François Hollande fue electo en mayo de 2012 con una misión histórica que él mismo definió: liderar la renovación de la socialdemocracia europea, introducir una voz discordante dentro del liberalismo autista de la Unión Europea, ponerle límites al poderío de la Alemania de Angela Merkel y reformar a Francia con justicia social. Por segunda vez consecutiva, un candidato electo con un programa termina por hacer exactamente lo contrario. La sensación es semejante a la que dejó su predecesor, el conservador Nicolas Sarkozy, luego de su elección en 2007: una suerte de engaño que, elección tras elección, se vuelve mecánico. A los dos, Sarkozy y Hollande, les ocurren muchas cosas parecidas. En 2012, Sarkozy fue el hombre que perdió la sacrosanta AAA que otorgan las agencias de calificación, en este caso Standard & Poor’s (S&P). Hollande también perdió, no una A, sino el signo (+) que Sarkozy dejó como herencia. El mandato de Sarkozy concluyó con un AA+, el de Hollande empieza con AA. La lotería de las agencias de calificación no es desde luego una ciencia exacta. El norteamericano Paul Krugman, Premio Nobel de Economía, salió en defensa de Francia luego de que S&P pusiera su mala nota. Krugman escribió que no había que tomar la “degradación” de S&P como “la demostración de que algo se encuentra mal en el Estado de Francia. Esto se debe más a una cuestión ideológica que a un análisis económico defendible”.
Ello no quita que, al cabo de más de diez años de presidencias conservadoras, los socialistas no trajeron ningún recambio. Ni siquiera el moral. Parecen vacíos, agotados, sin recursos. La lista de promesas esenciales dejadas en los cajones es larga como una canción de cuna. Hollande prometió, en caso de victoria, renegociar el pacto presupuestario europeo firmado por Sarkozy bajo el impulso de la capitana Angela Merkel. La renegociación pasó al olvido. Otra promesa central llamada a marcar la política económica del gobierno también quedó prácticamente en la nada: la tasa del 75 por ciento aplicable a las personas con ganancias superiores al millón de euros. La propuesta sedujo al tiempo que suscitó una bronca perfectamente encarnada en la patética postura del actor Gerard Dépardieu, que huyó de Francia a Rusia y adquirió de manera automática la nacionalidad rusa. En diciembre de 2012, el Consejo Constitucional censuró el proyecto. En marzo pasado, Hollande anunció que la tasa sería abonada por las empresas, no por los particulares. Otro notable retroceso: la tasa ecológica para vehículos pesados, la ecotaxe, quedó suspendida luego de las protestas desencadenadas en la región de Bretaña. El gravamen sobre los beneficios producto de la venta de las acciones de una empresa corrió el mismo destino, al igual que la imposición sobre el excedente bruto de explotación de las empresas, o el impuesto sobre las transacciones financieras, o el aumento de los gravámenes sociales aplicado a los productos de ahorro financiero, o el control de la remuneración de los grandes dirigentes, o, o, o. Larga es la lista. Los malabaristas de las promesas también se cayeron de la cuerda cuando una adolescente kosovar de 15 años, Leonarda, fue expulsada de Francia junto a su familia. La expulsión obedecía a los términos de la ley, no la metodología: la policía fue a buscar a Leonarda al autobús escolar donde estaba con sus compañeros participando en una excursión.
Hollande llegó al poder con un luminoso ramo de promesas que contrastaba con la política de su predecesor. El ramo sirve hoy para ponerlo en la tumba de esas promesas. El liberalismo europeo no se movió ni un ápice, los impuestos aumentan para todos, las empresas cierran, el desempleo aumenta y la mayoría socialista se desgarra públicamente en torno de la pertinencia de la línea política y económica adoptada. Hollande había dibujado un cielo modesto pero diferente. Una presidencia tranquila comparada con la febrilidad sarkozista, recortes atenuados en el gasto público, aumento de los impuestos únicamente para las categorías más pudientes, alrededor del 10 por ciento. Pero el abanico se amplió considerablemente: habrá en 2014 recortes por unos 18 mil millones de euros suplementarios e impuestos nuevos. Más de un millón de personas con ingresos modestos deberán pagar más el año que viene. La sociedad tiene la impresión de que le están tomando el pelo, sobre todo cuando escucha a su propio presidente decir en la televisión: “La imaginación fiscal no tiene límites”. La decisión de Standard & Poor’s (S&P) de bajar la nota de Francia fue recibida con malestar por el gobierno. Hollande respondió diciendo “mantendré la estrategia, que es la nuestra, el rumbo, que es el mío”. El ministro de Economía, Pierre Moscovici, deploró “los juicios críticos e inexactos” del informe. La agencia de calificación fustiga el aumento de los impuestos y considera que el país no cuenta con espacio para reducir la deuda. Esta se acerca al 100 por ciento del PBI.
Las crisis que sitian al Ejecutivo se escriben con mayúsculas. La crisis moral tampoco falta con la profundización de la xenofobia. Se la siente, en la calle, los cafés, la prensa escrita, la radio, la televisión. La palabra “racial” se liberó como un germen contaminante. La ministra francesa de Justicia, Christiane Taubira, se vio retratada como un mono por una candidata del ultraderechista Frente Nacional y calificada luego de “gorila” por unos manifestantes sin que nadie del gobierno, aparte de ella misma, saliera en su defensa. Silencio presidencial, silencio igualmente de los intelectuales moralistas. La socialdemocracia francesa carece de proyecto, de modelo. Su doctrina es la austeridad como panacea y su biblia los criterios que dictan Bruselas y Berlín. La extrema derecha y los conservadores populistas tienen un camino sin escombros. No hay enemigo con una estrategia alternativa ni suficiente autoridad. El diseño socialdemócrata es blando, inconsistente, cambiante, menguado por la ausencia de coraje y creatividad política. Nicolas Sarkozy había exasperado a la sociedad por sus excesos. Los socialistas por su mansedumbre. El pasado es un desencanto; el presente, una nueva decepción. El futuro, ajuste y austeridad.
(Diario Página 12, domingo 10 de noviembre de 2013)