HISTORIA / Sarmiento, un bárbaro civilizado, un caudillo de frac (primera parte) / Escribe: Juan Bautista Alberdi






El 12 de noviembre de 1863 moría asesinado el caudillo riojano general Ángel Vicente “Chacho” Peñaloza luchando contra el centralismo del entonces presidente Bartolomé Mitre.

Mitre había tejido una política de alianzas con los sectores conservadores del interior a fin de subordinar las provincias a los intereses porteños. Esto había provocado numerosos levantamientos armados, entre ellos el del caudillo riojano, quien durante veinte años había combatido por la federación contra Rosas y ahora volvía a levantarse en armas contra la política de Buenos Aires.

En junio de 1863, Peñaloza fue derrotado por el ejército nacional. El caudillo huyó entonces a Los Llanos, en La Rioja. Más tarde invadió San Juan, por entonces gobernada por Domingo Faustino Sarmiento, quien decretó el Estado de Sitio, y dirigió la campaña que terminaría con la vida del Chacho.


Peñaloza fue capturado y, una vez que entregó sus armas, fue asesinado bárbaramente en presencia de su familia. Su cabeza fue cortada y clavada en la punta de un poste en la plaza de Olta durante varios días.

Poco después del cobarde crimen, Sarmiento escribía a Mitre: “No sé lo que pensarán de la ejecución del Chacho. Yo inspirado por el sentimiento de los hombres pacíficos y honrados aquí he aplaudido la medida, precisamente por su forma. Sin cortarle la cabeza a aquel inveterado pícaro y ponerla a la expectación, las chusmas no se habrían aquietado en seis meses. Murió en guerra de policía; ésta es la ley y la forma tradicional de la ejecución del salteador”.

Transcribimos en esta oportunidad algunos fragmentos de las reflexiones de Juan Bautista Alberdi sobre el brutal asesinato, aparecidas tras la publicación del libro El Chacho, un libro que Sarmiento escribió dos años después de la ejecución de Peñaloza.

En su crítica feroz, Alberdi alude a Sarmiento como un “caudillo de frac (…), que fusila y persigue a sus opositores, que hace guerras de negocios… en nombre de la ley, que en sus manos, es la lanza perfeccionada del salvaje”. Y agrega: “Lo que es nuevo y magnífico es matar, empobrecer y desolar países florecientes como Entre Ríos y el Paraguay, en nombre de la civilización y del progreso; y éste es el atributo original y distintivo del caudillaje letrado de las ciudades argentinas”.

Fuente: Juan Bautista Alberdi, Escritos póstumos, Tomo V, Buenos Aires, Alberto Monkes, 1897, págs. 305-328.

El Chacho podría titularse con igual motivo "el Sarmiento", como libro que se ocupa de Sarmiento, más que del Chacho. No es un libro con visos de historia, como los otros. Es un “alegato de bien probado”, la relación de un pleito; un proceso en que Sarmiento no puede ser historiador y juez, porque es parte beligerante. Es, a la vez, un ataque contra el enemigo muerto, hecho en defensa propia por el enemigo vivo: un escrito de guerra, un acto de hostilidad, pasada ya la guerra, pues el vencido está en la tumba, sepultado por el autor del libro. Se necesita no respetar al público para darle a leer tal escrito como digno de él. […]

El libro titulado el Chacho es la prosecución de la guerra civil, un acto de guerra civil contra un cadáver, contra una tumba.

Lo que inquieta al cronista es que la razón y la moral tienden a proteger a su víctima. Era éste un general argentino, hecho por la autoridad que hizo coronel al autor. Había militado con Lavalle y La Madrid en las guerras de la civilización contra la barbarie de Rosas: con Lavalle, a quien no conoció ni de vista el autor. […]

El Chacho, pobre y desnudo de recursos, arrastraba la mitad de la república, que le seguía por simpatía; su adversario, a la cabeza del gobierno de San Juan y con todos los recursos de la república de que dispuso Quiroga, temblaba de miedo y de impotencia ante la popularidad del Chacho; y de miedo, como es visible en su libro, lo hizo matar alevosamente. […]

No es la vida del Chacho. Es la acusación del Chacho por motivos compuestos para justificar su muerte, de que es responsable en la historia de su país su mismo acusador.

Al ver el furor con que acusa al Chacho, de venir a interrumpir el movimiento de la industria y de la riqueza de San Juan, en 1863, cualquiera tomaría a su acusador por un Cobden o un Bastiat de la riqueza argentina.

Sabido es, sin embargo, que no fue el Chacho el que acabó de arrasar al Paraguay, defendido por el mismo Sarmiento en el Facundo; no fue el Chacho el que arrasó al Entre Ríos, defendido y glorificado por Sarmiento en Argirópolis; no fue el Chacho el que ha endeudado a la nación en sesenta millones de pesos fuertes, que son su deuda actual; no fue el Chacho el que arrancó de las manos de Weelwright las empresas que puso en manos de Telfener, para empobrecer a la vez a la nación y a Tucumán, con el ferrocarril que es un monumento de ruina y de vergüenza; no fue el Chacho el que privó a Buenos Aires y a la nación del puerto de la Ensenada, en defensa de la geografía colonial del puerto único que no es puerto, según sus cínicas palabras propias; no fue el Chacho el autor de la espantosa crisis de pobreza por que pasa la República Argentina desde el gobierno de su acusador y detractor póstumo y de ultratumba.

Para explicar y acusar la decapitación sin forma de proceso del general Peñaloza prisionero, ex-gobernador de la Rioja muchas veces, se invoca el procedimiento y la jurisprudencia inglesa para los que ese país culto sin igual pone outlaw, fuera de la ley, al salteador, como si la Inglaterra tuviese sombra de analogía con las campañas vírgenes, orígenes del Chacho y de Quiroga, que el autor de Facundo, explicando a su héroe, caracteriza de este modo: "La vida primitiva de los pueblos, la vida eminentemente bárbara y estacionaria, […] asoma en los campos argentinos”…(pág. 10). La sociedad ha desaparecido completamente… y no habiendo sociedad reunida, toda clase de gobierno se hace imposible: la municipalidad no existe, la policía no puede ejercerse y la justicia civil no tiene medios de alcanzar a los delincuentes. Ignoro si el mundo moderno presenta un género de asociación tan monstruosa como esta… (pág. 11). El progreso moral, la cultura de la inteligencia […] es aquí no sólo descuidada sino imposible… La civilización es del todo irrealizable, la barbarie es normal (pág. 12)”.


Tal es el país del Chacho, descrito por el autor de Facundo para explicar a Quiroga, como expresión normal de él. Y para juzgar al Chacho, lo declara fuera de la ley, outlaw según la jurisprudencia inglesa; ¡como si la Rioja fuese el condado de Oxford en cultura!

Prosigue Sarmiento describiendo las campañas argentinas para explicar al riojano Quiroga, paisano del riojano Chacho: “El gaucho malo no es un bandido, no es un salteador… Roba, es cierto, pero esta es su profesión, su tráfico, su ciencia. Roba caballos… (pág. 26). En la República Argentina se ven dos civilizaciones distintas en un mismo suelo: una naciente y que sin conocimiento de lo que tiene sobre su cabeza está remedando los esfuerzos ingenuos y populares de la Edad Media; otra que sin cuidarse de la que tiene a sus pies intenta realizar los últimos resultados de la civilización europea: el siglo XIX y el siglo XII viven juntos: el uno dentro de las ciudades, el otro en las campañas… (pág. 28). Andando esta historia, el lector verá en los caudillos […] el reflejo vivo de la situación interior del país, sus costumbres y su organización. (pág. 29). La vida de los campos argentinos […] no es un accidente vulgar; es un orden de cosas, un sistema de asociación, característico, normal, único, a mi juicio, en el mundo, y él sólo basta para explicar toda nuestra revolución.(pág. 35). Facundo Quiroga es el tipo más ingenuo de la guerra civil de la República Argentina, es la figura más americana que la revolución presenta… He creído explicar la revolución argentina con la biografía de Juan Facundo Quiroga… Facundo no ha muerto; está vivo en las tradiciones populares; en la política y revoluciones argentinas; en Rosas, su heredero, su complemento: su alma ha pasado en este otro molde más acabado, más perfecto. Rosas no es un hecho aislado, una aberración, una monstruosidad. Es, por el contrario, una manifestación social, es una fórmula de una manera de ser su pueblo… (pág. XXIV)”.

Si el caudillo no ha muerto en Quiroga ni en Rosas, ¿cómo matar en Peñaloza, ni el caudillo ni el caudillaje?

On ne tue pas les idées ha redicho el autor de Facundo. No se mata las ideas por malas y rudas que sean. El caudillo, como ideal de una sociedad, es una idea, una faz social, la personificación de un país en un momento dado.

Todo esto está dicho en el mismo volumen en que el autor de Civilización y Barbarie sostiene todo lo contrario hablando de Peñaloza (el Chacho), para probar que tuvo necesidad y razón para matar a este caudillo como salteador ordinario, al mismo tiempo que pretende haber enterrado en él al caudillaje y la montonera.

Él mismo sabe bien que el Chacho era un ángel de bondad al lado de Quiroga, cuya vida, contada por Sarmiento, es un tejido inacabable de asesinatos, robos y salteos los más escandalosos e inauditos.

¿Por qué dar al Chacho la muerte brutal que no mereció Quiroga, según Sarmiento?

¿Porque Chacho era un “montonero”, y la “montonera” es el “bandalaje”, el “salteo”, no la guerra civil en que el prisionero es sagrado?

Pero en el mismo volumen está demostrado que Facundo resucitó la montonera de Artigas en La Rioja, invitado para ello por su gobierno mismo, (págs. 63, 75, 87). […] “La montonera tal como apareció en los primeros días de la República, bajo las órdenes de Artigas, presentó ya ese carácter de ferocidad brutal y ese espíritu terrorista que al inmortal bandido, al estanciero de Buenos Aires, estaba reservado convertir en un sistema de legislación aplicado a la sociedad culta… Rosas no ha inventado nada.” (pág. 39). […] Como todas las guerras civiles en que profundas desemejanzas de educación, creencias y objetos dividen a los partidos la guerra interior de la República Argentina ha sido larga, obstinada, hasta que uno de los elementos ha vencido.” (pág. 40)

Así, para Sarmiento, la montonera es una especie de guerra civil, la forma natural de la guerra en democracias rurales, establecidas en vastos territorios mal poblados, cuando quiere explicar al caudillo Quiroga; y la montonera es mero bandalaje de salteadores cuando necesita explicar al Chacho, como un salteador que debe ser fusilado sin proceso después de hecho prisionero, porque su muerte es cómoda y confortable solución del estado de terror crónico en que lo tiene la vida y vecindad de un caudillo rival, adorado por su pueblo.

De esto resulta una cosa, y es que la vida y la muerte del Chacho, historiadas por Sarmiento en el volumen titulado el Facundo, es una segunda prueba de que el caudillaje, como idea, como faz social, como tradición revolucionaria, no ha muerto con el Chacho, sino, lejos de eso, renacido sobre su tumba, trasformado convertido de caudillaje rural, en caudillaje civil, humano, de las ciudades; reformado y perfeccionado, como el de Rosas fue la perfección del de Quiroga, según el doctor mismo de la ciencia del caudillaje.

(sigue en la edición de mañana)

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