La utilización de las palabras siempre genera equívocos. Sobre todo, aquellas que están en disputa permanente en la hegemonía cultural de un país y pueden ser apropiadas por uno u otro de los actores de poder en disputa. Quizás una de las palabras que más inducen a errores sean aquellas apelaciones colectivas para legitimar la acción política. Y posiblemente entre ellas el término "nacional" sea el que más pliegues y vericuetos posea.
Algo así como la madre de las batallas discursivas. Quien se adueñe del significante "nacional" tendrá, sin duda, gran parte de la confrontación ganada en el marco del Estado–Nación. Los años setenta fueron el gran teatro de operaciones donde dos o tres versiones de lo "nacional" confrontaron en todos los aspectos: económicos, políticos, culturales y militares.
Juan Domingo Perón, con su Proyecto "Nacional" presentado el primero de Mayo de 1974, disputaba el terreno con el mentado Socialismo "Nacional", de la izquierda peronista, incluida, claro, la organización Montoneros y también, obviamente, con las ideas del Proceso de Reorganización "Nacional" de la dictadura militar. Se trató, finalmente, de una disputa hegemónica de diferentes "nacionalismos" –popular, revolucionario, liberalismo conservador– para que su propio Proyecto resultara triunfante.
Fue tan fuerte la disputa sobre lo "nacional" en los setenta que tras la instauración de la democracia en la Argentina prácticamente nadie se atrevió a volver a usar ese significante vacío, complejo y emotivo al mismo tiempo.
Veinte años después, el kirchnerismo volvió a sacudir el polvo de aquella vieja invocación. El Modelo "Nacional" volvió a apelar a viejas fantasmagorías de los siglos anteriores y se convirtió en una fuente inobjetable de legitimación política. Por primera vez en muchos años volvían los demiurgos de la Nación y la Antinación. Pero también de una invitación colectiva a otro tipo de solidaridades que habían estado ausentes durante un par de décadas.
Hoy la apelación a lo "nacional" está prácticamente imbricada al discurso kirchnerista. Pero no siempre fue así. El valiosísimo hallazgo documental que hizo público la semana pasada el ministro de Defensa, Agustín Rossi, demuestra no sólo la profundidad de la disputa por el término, sino también la imbricación entre los sectores civiles y militares de la dictadura. Por eso llama tanto la atención la portada del extenso trabajo que la Asociación de Bancos Argentinos presentado ante el 3 de abril de 1978, al "ministro de Planeamiento, General de División Carlos Laidlaw". "Presentación atinente a los antecedentes. Fundamentos y alcances para un esquema de Proyecto Nacional", reza el título del trabajo firmado por Narciso Ocampo, por entonces representante de los banqueros locales, con recomendaciones que le hace al "Proyecto Nacional" que el ministro le hiciera llegar en su momento.
El trabajo de los banqueros, extraído del vientre del Ministerio de Defensa, demuestra la inserción histórica que tenía el "proyecto nacional" de la dictadura militar: la sutura entre los "grandes sueños" de la Generación del Ochenta y la Dictadura Militar debía borrar del mapa histórico político aquellas fuerzas –la "ley Sáenz Peña" y el peronismo, fundamentalmente, según el propio texto– que fueran disruptivas con ese país tradicional, liberal conservador, de los patriarcas de la República Fraudulenta de fines del siglo XIX.
"Con la revolución de 1943 surge el segundo fenómeno de extraordinaria envergadura histórica que conmueve la Argentina del siglo XX. Aparece un movimiento político que, usando del poder del Estado, instaura en el país un orden profundamente antiliberal, en el triple plano de lo político, lo económico y lo social.
Si el paso del liberalismo a la democracia liberal fue una transformación en profundidad, el paso de un régimen liberal a uno de esencia totalitaria fue una transmutación gigantesca de naturaleza profundamente revolucionaria, puesto que cuestionaba todos los fundamentos filosóficos fundamentales heredados y plasmados en la sociedad argentina desde hacía casi un siglo" explica el texto.
Y remata respecto del peronismo: "El patriciado clásico era republicano en lo político, liberal en lo económico y pasivo en lo social. El radicalismo es demócrata en lo político, igualitario en lo económico desde la Convención de Avellaneda de 1946, e intervencionista en lo social. El peronismo es antiliberal y antidemocrático en lo político, igualitario en lo económico y demagógico en lo social". Estaba claro, el liberalismo podía convivir con el radicalismo y la clase media, pero le era imposible dialogar con el peronismo.
Pero lo interesante del texto era que no se trataba de un trabajo meramente clasista y excluyente. Simplemente, quería reemplazar al peronismo de la vida política argentina: "Dado el grado de complejidad de la estructura económica y social del país, se impone la posibilidad de contar con expresiones políticas que representen los intereses de los asalariados. El olvido o negligencia de este reclamo, condujo a la inestabilidad política de los partidos representativos de intereses y aspiraciones de la clase media, como a su turno había conducido a la inestabilidad política del sector tradicional de la sociedad, cuando negaba dichos derechos políticos a las expresiones representativas de los intereses de la clase media".
Un apartado más que interesante es aquel en el que descubre, supuestamente, las causas de la crisis del Estado: la politización de la CGT, de las Fuerzas Armadas y de la Universidad.
Es decir, para el vocero de los banqueros de aquella época, el gran problema de la sociedad argentina no fue otra cosa que el desafío al poder dominante por parte de los sectores políticos. Todo bien sazonado con un lenguaje como este: “También es ésta una herencia de la deificación del voto popular, de la burda simplificación igualitaria que tanto daño le ha producido al país".
Finalmente, la primera parte del trabajo analiza las causas de la decadencia del Estado en un muy rico compendio de lugares comunes en los que cayeron en los últimos 30 años los liberales conservadores en la Argentina. Claro que la gran virtud es que por primera vez están reunidos en un trabajo realizado por escribas de los sectores dirigentes y dirigidos a las jerarquías de la dictadura militar argentina.
No resulta curioso que la puesta luminosa de los documentos de la dictadura realizada por el ministro Rossi ocupe poco lugar en los principales medios de comunicación de nuestro país.
Es sencillo, leyendo el trabajo de los banqueros uno puede hacer una profunda relación entre la acción y los discursos políticos de los sectores dominantes a lo largo de la historia. Un mismo discurso, una misma concepción de lo nacional, una misma forma de ver la política, la economía, y la sociedad.
Está claro que hoy el cambio de nombres y de posturas en las dirigencias sectoriales no puede ser soslayado. No son los mismos hombres ni las mismas organizaciones. Sin embargo, el elocuente gesto de Rossi demuestra, entonces, que los escribas de los sectores dominantes en nuestro país tienen bien en claro lo que significa tener "perspectiva histórica" para llevar adelante una acción política. Allí reside la verdadera importancia de estos documentos.
(Diario Tiempo Argentino, 10 de noviembre de 2013)