HISTORIA / ¿Por qué se fue Perón? (primera parte) / Escribe: Enrique Manson






Perón se traslada de la cañonera Paraguay al hidroavión Catalina en que volaría a Asunción.

A su lado, el canciller golpista Mario Amadeo.

Este lo sostuvo, cuando el Tirano prófugo trastabilló, y evitó que cayera al agua.

Esto le ganaría la calificación de traidor por muchos antiperonistas.

De la cúspide al conflicto

En 1954, superada la crisis económica y después de ganar por dos tercios de los votos la elección de vicepresidente, el gobierno peronista parecía haber alcanzado la cúspide de su éxito.

Pero, según dice Félix Luna [1]: -esta monolítica estructura se desplomaría a la vuelta de un año. Y no por ataques externos*, sino por los asombrosos errores de su propio constructor.




Ese año estalló el conflicto con la Iglesia, y Luna se pregunta -¿Que motivaciones pudieron haber inspirado a Perón para insistir con una política tan insensata?... (la explicación) debe plantearse, más bien, en términos psicológicos: quizá haya que buscarla en esos agotadores nueve años de presidencia, en el ambiente de obsecuencia que lo rodeaba, en el reiterado ejercicio de un poder absoluto. [2]


Para alguna bibliografía la causa del enfrentamiento fue el tema de la juventud.

El desarrollo de la Unión de Estudiantes Secundarios, a la que Bonifacio del Carril llama una forma de halagar las bajas pasiones del dictador, era competencia con la Acción Católica Argentina en el encuadramiento de los jóvenes.

Pero a pesar de lo que pudo haber influido, no parece suficiente para explicarlo.

Para el pensador católico Carlos Chiessa, -a partir del segundo gobierno justicialista (1952), el proceso revolucionario se profundizará,[3] en lo que Perón había llamado la /Comunidad Organizada/.

Era una institucionalidad diferente, que sin excluir las instituciones de la Constitución, propias de la democracia liberal, incorporaba otras que correspondían a los sectores de la sociedad.

Así nacieron la CGP y la CGU que se sumaron a las ya existentes CGT y CGE.

-El Movimiento Justicialista...tuvo una concepción propia acerca del papel de la Iglesia… Aquí reside una de las claves de este problema”.[4]

A su vez la Iglesia tenía su propio proyecto de inserción social a través de organizaciones de profesionales católicos, así como de una penetración (infiltración, la llamaría el peronismo) en los gremios, y no estaba dispuesta a encuadrarse en la institucionalización propuesta.

El conflicto entre la Iglesia y el Estado ha sido tan antiguo como el mundo cristiano.

En el caso de la Argentina Justicialista, la condición cristiana, pero no confesional, del Movimiento Peronista, generaba ámbitos de disidencia.

A su vez, en Roma gobernaba un Pontífice político, Pío XII.

Preocupado por la reconstrucción de Europa, tras la Guerra fue -un crítico agudo del proyecto cientificista y tecnocrático capitalista, advierte el incremento y amenaza del poder soviético y pone su atención en las reservas de la Iglesia: España, América Latina y las dinámicas misiones africanas. [5]

Estallado el conflicto, el peronismo sufrió al mismo tiempo una sangría de católicos que se alejaban y el debilitamiento de las convicciones de muchos que quedaron adentro.

Este debilitamiento fue importante en la oficialidad de las fuerzas armadas.

Tras el cruento bombardeo de Plaza de mayo, el /Líder/ llamó a la pacificación, y declaró concluida la /Revolución Justicialista/, por lo que terminaba la situación de excepción y se entraba en una etapa de /normalidad/, por lo que se permitió el acceso a las radios de los políticos opositores.

Al asumir Oscar Albrieu el ministerio del Interior le dijo al presidente que si se trataba de reprimir, que llamara a otro. Perón lo tranquilizó: -Dígale a su amigo Frondizi que no voy a presentarme a otra reelección en 1958.

Pero la respuesta no fue la esperada.

Los políticos exigieron por radio la renuncia del primer mandatario, y los comandos civiles se entretuvieron asesinando vigilantes en las esquinas.

La conspiración siguió adelante.

El 31 de agosto, considerando que la pacificación había fracasado, Perón ofreció su renuncia, lo que fue rechazado por una manifestación popular en la Plaza de Mayo.

De la larga alocución de esa tarde, los enemigos del gobierno sólo rescatarían las palabras más violentas, especialmente la frase que anunciaba: -¡Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos!

Sin embargo, esta terrible amenaza no se cumpliría, aunque serviría para convencer a los conspiradores que todavía estuvieran dudando.

El 16 de septiembre se inició el levantamiento.

La reacción militar permitió que los principales focos fueran acorralados.

Pero la marina anunció que si Perón no renunciaba, los cañones navales destruirían la destilería de YPF en Eva Perón (La Plata), amenazando con ataques sobre otros puntos del Gran Buenos Aires.

Después de lo ocurrido en junio, no había motivos para pensar que se trataba de una bravata.[6]

No faltó quien propuso que se llevara a los lugares elegidos como blancos a los familiares de los bravos marinos, pero el presidente desechó la idea.

Por el contrario, el día 19 presentó una nota en que ofrecía su renuncia si era la condición para evitar la guerra civil.

A las 2 de la mañana del 20, -Perón llamó a Atilio Renzi (mayordomo de la Residencia Presidencial) y le dijo: -Mire, Renzi, me voy.

Ordenó algunos papeles, tomó el dinero que éste le había reunido, se entregó unas horas al descanso y, alrededor de las 8, partió rumbo a la Embajada del Paraguay. [7]

Desde ahí sería llevado, por seguridad, a una cañonera de esa bandera que estaba en reparaciones en el puerto, para partir luego en avión a Asunción.

¿Por qué se fue?

Desde ese día de 1955 han sido tema de debate los motivos de que el /General/ no aprovechara su superioridad militar y su inmensa popularidad, para aplastar a los rebeldes.

Naturalmente, sus enemigos se llenaron la boca con su presunta cobardía.

A esto contestó a Félix Luna: -¿Cobarde?-nos dijo en Madrid, en 1968-.

¡Si los generales nunca mueren en las batallas, nunca mueren con las botas puestas!

Ellos no pelean; mandan que peleen los soldados!

Desde una interpretación marxista, Milcíades Peña va más allá que la mera cobardía, aunque no la excluye:

-En verdad, no fue la matanza lo que Perón trató de evitar, sino el derrumbe burgués que podría haber acarreado el armamento del proletariado.

La cobardía personal del líder estuvo perfectamente acorde con las necesidades del orden social del cual era servidor (…)

La caída ingloriosa del régimen peronista dio lugar, pues, a gérmenes de una insurrección obrera.


Diez años de educación política peronista y el ejemplo de la dirección peronista se encargaron de que esos gérmenes no prosperaran.[8]

Más personalizada es la interpretación de José Pablo Feimann, un ex joven peronista que muchas veces hace pensar en enojos de adolescente con su padre:

-Que quede claro: Perón se va con un Ejército que le sigue siendo leal y es superior al enemigo.

Con una CGT decidida a la lucha.

Y con los obreros que se habían olvidado de los amparos del Estado de Bienestar y se la jugaban por él.

Lo que falla es la conducción. …

La conducción huye. …

¿Perón quiso evitar una guerra civil?

¿Fue víctima de sus condicionamientos de clase?

Si fue un líder combativo…

¿No tenía esa combatividad los límites de la coalición militar, empresarial, burguesa y proletaria que le dio textura?

Todo eso es posible.

Una cosa fue real: en septiembre de 1955, a todos los que salieron a pelear, el conductor los dejó solos…

Todos querían pelear, pero el jefe los abandonó.[9]

Nos preguntamos: ¿todos querían pelear?

Perón estaba desgastado, seguramente, por diez años de gobierno personal.

Con más razón, luego de la muerte de Evita, que no era una revolucionaria contradictoria del general /facho/, sino su única interlocutora válida desde una posición de la más estricta lealtad.

Pero eran muchos los que estaban desgastados por diez años de combate permanente.

Por que si la Revolución Justicialista no era revolución para ciertas categorías académicas, sí lo era para sus enemigos que la combatieron con saña.

Dijimos que el conflicto con la Iglesia había debilitado lealtades militares.

El general Alberto Morello era el jefe militar de Córdoba, y como el marqués de Sobremonte en 1806, estaba viendo una función de teatro.

Y como el virrey de la mala fama, no creyó en la importancia de los informes y se fue a dormir.

Durante su sueño, los revolucionarios se apoderaron del comando de la Escuela de Artillería, con lo que provocaron un desagradable despertar al jefe de ésta, coronel Juan B. Turroni, quien también dormía y que fue herido al intentar resistirse.

Años después Morello diría: -Sinceramente,… pensé que Lucero estaría muy nervioso y que por eso llamaba; jamás supuse que los militares se alzarían contra el Gobierno, pues sólo se esperaba un levantamiento civil.

(sigue en la edición de mañana)

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