Hace unos años atrás, inmediatamente después de aparecer nuestro libro El Terrorismo de Estado en Mendoza, un día me encontré con un colega periodista en la redacción del desaparecido Diario El Tiempo de Cuyo. Fue en plena city menduca, y en torno a un aromático café surgió la charla del pasado y del presente en hechos que nos babía tenido en común actividad. Fue él quien puso en el tapete lo del libro. "Negro, me dijo, esto es para vos como una bomba que te puede explotar en cualquier momento..." Y por qué, le pregunté, y me contestó: "Son varios los milicos que te tienen ganas. El otro día me dijo el teniente coronel Enrique Gómez Sáa, que está medio loco y te tiene un odio de muerte... para ellos sos un subversivo que hay que eliminar". Esto dicho en 1989, aproximadamente. Gómez Sáa fue el segundo jefe de Inteligencia en la zona durante los años de plomo.
Juro por todos los santos y vírgenes que figuran en el calendario, que mi pecho se hinchó de orgullo. Un sentimiento contra natura, seguramente, porque debí sentir todo lo contrario, o sea acongojarme, incluso maldecir por mi osadía en decir lo que decía en dicho libro. Ya había tenido unos tropezones similares, lo que incentivaba mis miedos, pero paulatinamente mi piel y mis vísceras se revertían en una especie de coraza. Desde una de esas vísceras afloraba en mi conciencia el orgullo de lo que hacía porque advertía que mi odio contra los genocidas, el fascismo ideológico, los sacerdotes de mitra y oropeles, los imperialistas y sus lacayos nativos, traducido en militancia, levantaba polvaredas y me hacían sentir que aquellos, miserables de alma, eran el enemigo. El enemigo de la humanidad, al que me atrevía a mojarle la oreja. Desde esa óptica, sentí la importancia de tenerlos de enemigos.
Y esto viene a cuento por las bolillas negras -cinco- y algunas ausencias, que Omar Palermo, aspirante todavía a un cargo en la Suprema Corte de Justicia provincial, recibió hace poco en la sesión especial de la Cámara de Senadores, para decidir la propuesta del Ejecutivo. Por supuesto, que las blancas fueron abrumadoramente mayoritarias y ya Palermo es miembro del alto tribunal. Como en la Federal, en la justicia provincial quedan resabios de aquellas épocas, que al final de la dictadura se comprobó que el 99 por ciento de los togados habían jurado por las "Actas del Proceso", negando así que esa toga les correspondía en cuanto fueran reales defensores de la justicia, del derecho, ese que defiende y es expresión de la dignidad de todos los habitantes de nuestro querido suelo. Acompaña a Palermo una brisa renovadora.
La contra de Palermo, quien lo duda, es del enemigo, cuya esencia es lo peor de la humanidad. Tenerla de enemiga es importante, es un orgullo. Como solía decir mi tía Eulalia: "...muchacho, si te atosiga el peligro, es decir sino hay peligro en tus apaciguamientos, más vale que te despidás de la vida como un potro domado que hace feliz al que lo azota… no sea que tus coyunturas se resientan por las inclinaciones y te sean impedimento para las genuflexiones postreras".
ENRIQUE GOMEZ SAA ó ENRIQUE GOMEZ
Fue segundo jefe de Inteligencia del Comando, con el grado de Teniente Coronel. Fue el prototipo de los "procesistas", que veían subversivos hasta debajo de la cama. Andaba por las calles de Mendoza rumiando odio y venganza, proclamando la razón de la sinrazón de los crímenes de la dictadura, de muchos de los cuales es responsable por sus servicios de buchón y la caza de brujas. Para evitar ser blanco del repudio, disimuló su verdadera identidad a su paso por la Universidad como profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. En ese ámbito era simplemente el licenciado Enrique Gómez, seguramente uno de los tantos disfraces en que mimetizaba su verdadero rol de espía en contra de la causa popular. Padecía complejo de persecución, temiendo que de repente aparezca una víctima vengadora y le cobre sus ignominias. Pero desde el advenimiento de la democracia, y todos como él, tienen por cárcel al mismo pueblo que sangró.
(Fuente: LA QUINTA PATA)