(viene de la edición de ayer)
Porque Jesús viene a anunciar el plan divino no sólo a Israel.
Aunque reconoce su peculiar ubicación en la redención, si no a todos.
De ahí que su fraternal apertura hacia los paganos y samaritanos escandaliza a los judíos, y en particular a los zelotas, cuyo odio al extranjero era ilimitado.
Cuando los hombres de hoy luchan por extirpar las clases que dividen a los hombres en explotadores y explotados, y se oponen al neocolonialismo y al imperialismo, están reconociendo en la práctica, tal vez sin advertirlo, la fuerza del mensaje que Cristo trajo hace dos mil años.
Jesús y la cuestión social
Los Evangelios muestran con meridiana claridad que Jesús estigmatiza sin piedad a los ricos y predica con inusitada violencia contra la injusticia social.
Jesús anuncia por un lado, que a la luz del Reino que vendrá, la diferencia entre ricos y pobres es contraria a la voluntad divina.
Este juicio sobre el orden social de su tiempo, es como tal, un juicio revolucionario.
Pero Jesús como ya dijimos, no apunta a voltear el orden social directamente.
Él exige otra cosa de sus discípulos: cada uno debe aplicar individualmente desde ahora las normas del Reino futuro.
Cada hombre, como individuo, debe ser cambiado por la ley del amor.
Jesús se preocupa por hacer desaparecer en el individuo el egoísmo, el odio, la injusticia, la falsedad.
Esta enseñanza de Jesús sigue siendo hoy indispensable.
Si todos los que hoy en la Argentina nos decimos cristianos, realizáramos a fondo nuestra revolución interior, pasáramos de la injusticia al amor, ciertamente que la configuración de nuestra sociedad seria otra.
Y no se daría, por ejemplo, el hecho escandaloso de que solamente en Buenos Aires haya 120.000 departamentos vacíos y más de 2.000.000 de personas viviendo en villas miseria y conventillos.
Sin hablar de cristianos con dos o tres casas, que viven lo más panchos, ignorando la situación de miseria de sus hermanos en la fe.
Es cierto, como ya antes quedo señalado, que el Magisterio de la Iglesia enseña que la conversión del corazón, para no ser ilusoria, supone hoy una acción política eficaz que busque eliminar las injusticias estructurales.
Y que sea natural que una profunda conversación del corazón lleve al compromiso revolucionario, que busque acabar con la explotación del hombre por el hombre como lógica consecuencia.
Ortega decía: -El hombre es él y su circunstancia.
Después de Marx, esto no puede ser ignorado por los cristianos.
Y toda la enseñanza actual de la Iglesia exige atender ciertamente a la conversión personal, pero simultáneamente a la circunstancia, que en ciertas situaciones puede ser determinante de las actitudes interiores.
Pablo VI señala en su Carta al Cardenal Roy, refiriéndose a la insensibilidad social de los grandes empresarios, fruto de su tren de vida: -Muchos involucrados en las estructuras y condicionamientos modernos están determinados por sus hábitos de pensamiento, sus funciones, cuando no lo están, también, por la salvaguarda de sus intereses materiales.
Es cierto, sin duda que la cuestión se resolvería por sí misma si cada individuo se convirtiera tan radicalmente como Jesús lo exige.
Pero también es cierto que el condicionamiento estructural puede penetrar hasta la interioridad de la persona e imposibilitarla para el cambio profundo.
De ahí que hoy resulta inseparable en el cristiano la conversión del corazón y la acción política que busca la conversión de la sociedad.
Los primeros cristianos se tomaron en serio las enseñanzas de Jesús.
Por eso vivían en comunidad de bienes (Actos de Apóstoles, 4,36 / 5,4). Y su testimonio hizo explotar la institución madre de la opresión romana: la esclavitud.
Jesús y la cuestión política
Jesús fue condenado a muerte por Pilatos como rebelde político, como zelota.
Su mensaje trascendente resultó incomprensible, tanto para la mentalidad teocrática y sectaria de los zelotas como para la mentalidad pagana de los romanos, que se engañaron acerca de las verdaderas intenciones de Jesús.
Su esperanza escatológica, es decir, de la realización plena del Reino fuera del tiempo, llevó a Jesús a una actitud agudamente crítica frente al poder romano que lo hizo aparecer como zelota.
Los movimientos populares que suscitó su acción, indudablemente aparecían, ante los ojos de los romanos, como levantamientos contra el orden establecido.
El Sanhedrín, como lo muestra el evangelista Juan (Juan 11-48), al advertir que el movimiento popular a favor de Jesús se agranda día a día, toma la decisión de denunciarlo como rebelde político a los romanos, para que la acusación no recayera sobre él .
Cullmann demostró en su momento, en Dios y el César, que Pilatos no se limita a ratificar una pena aplicada por los judíos, sino que es el que eficazmente juzga a Jesús.
En Getsemaní es la cohorte romana -y no los judíos- la que apresa a Jesús.
Es cierto que la responsabilidad moral le cabe al Sumo Sacerdote y al partido del Sanhedrín (y no al conjunto del pueblo judío), pero la responsabilidad jurídica corresponde exclusivamente a los romanos.
Es cierto que Jesús es condenado por zelota, por revolucionario, pero esta acusación de ninguna manera significa que Cristo fuera realmente zelota, sino que su actitud trascendente, profundamente religiosa, escapaba a toda posibilidad de comprensión por parte de los paganos.
En los Evangelios se ve con claridad que Jesús elude los movimientos populares que suscita con su acción, sobre todo cuando el pueblo trata de hacerlo rey (Juan 6-15) y los zelotas perciben que no quiere adherirse a su partido ni hacer causa común con ellos.
Jesús se atribuye a sí mismo la profecía de Isaías, que presenta al Mesías como al siervo de Jahvé, como un varón de dolores, y considera como la tentación capital de su vida la de erigirse como líder político.
Esto queda sugerido en el episodio misterioso de las tentaciones en el desierto.
A la proposición del demonio de constituirlo en rey y señor del mundo, Jesús contesta: -Apártate, Satán (Mateo 4,10).
Y se resiste a ser llamado Mesías.
Prefiere designarse a si mismo como Hijo del Hombre.
Es realmente significativo que prefiera este titulo aun al de Hijo de Dios.
Para los cristianos que miran a Jesús con los ojos de la fe, éste es un índice más de compromiso definitivo del Dios Hombre con los hombres.
Cuando se pretende usar la violencia para impedir su detención, se opone enérgicamente.
Y coherente con la afirmación de su mensaje trascendente, responde a la pregunta de Pilatos: -Mi reino no es de este mundo.
Un elemento original de su mensaje, tal vez el más profundo, coloca a Jesús por encima de los antagonismos de su tiempo.
El amor a los enemigos.
Es cierto que, de suyo, el amor al enemigo no excluye necesariamente el enfrentamiento, incluso violento, con éste, en situaciones extremas como se ha dado tantas veces en la historia, pero Jesús traza las líneas ideales de conducta, validas para todos los tiempos y que suponen para el cristiano en situación de lucha o aun de guerra una permanente tensión de reconciliación.
Cuando Él dice que no vino a traer la paz sino la espalda, de ningún modo esta recomendando la guerra santa: constata que la decisión que su mensaje exige de los hombres provoca disensiones entre ellos y puede suscitar la persecución en sus discípulos.
La historia reciente y actual muestra como las palabras de cristo tienen plena vigencia. Luther King, el apóstol de la no-violencia, es eliminado violentamente.
Es que el mundo no puede soportar el mensaje cristiano cuando se expresa con su fuerza original.
Las palabras de Jesús: -si a mi me persiguieron, los perseguirán a ustedes, son para siempre.
Pueden dar buena fe de ellas los laicos, obispos y sacerdotes de América Latina, que por su fidelidad al Evangelio sufren hoy las consecuencias de la violencia institucionalizada.
Conclusión
La actitud de Jesús en el Evangelio es de una profunda unidad.
Él quiere afirmar a fondo la trascendencia de su mensaje, su originalidad en un mundo cerrado en la inmanencia.
Sin embargo, es fundamental tener en cuenta, como lo señala Cullmann, que su actitud no puede ser transpuesta sin más a nuestros días.
Son muchos los teólogos que afirman hoy, Cullmann entre ellos, que en la perspectiva de Jesús el fin del mundo era inminente y, por lo tanto, poco importaba cambiar las estructuras de la sociedad.
Es importante entonces, como lo dijimos antes, no absolutizar al Jesús histórico cuando lo buscamos como norma para orientar nuestra actitud frente al compromiso político y la revolución.
Para los cristianos, Jesús es el cristo resucitado que, vivo y lleno de fuerza, sigue conduciendo a su pueblo a través de la Iglesia, de su Magisterio y de la Historia.
El cristiano de hoy, convencido de que estructuras injustas dificultan la conversión del corazón, no debe olvidar jamás la necesidad de la revolución interior.
En la Unión Soviética se ha realizado una revolución social y económica, que duda cabe.
Pero la burocracia parasitaria que impide al pueblo una real participación en el poder político es una realidad indudable.
Por más revolución social que se propugne, y hoy es absolutamente indispensable encararla en los pueblos del Tercer Mundo, será necesario realizar el proceso interior de la conversión continua del odio al amor para buscar el poder no para dominar sino para servir.
Un no cristiano genial de nuestro tiempo parece haberlo comprendido.
Cuando Mao realiza la revolución cultural y habla de la necesidad permanente de revolucionar la revolución esta postulando precisamente un cambio hondo del corazón, como también lo exige Jesús.
Este trabajo de Cullmann es un aporte importante para la reflexión de los cristianos, que hoy, tal vez con más seriedad que nunca, asumen el compromiso político y la lucha revolucionaria porque comprende que el Reino de Dios comienza ya en este mundo.
Para no falsear su testimonio será importante -no tener vergüenza del Evangelio (Epístola a los romanos 1,16) que siempre, en alguna de sus dimensiones, será considerado locura por el mundo.
Se trata de usar de las cosas de este mundo, buscando su transfiguración, pero como -si no se las usara.
Esta tensión entre estar en el mundo luchando por la liberación del hombre en todos los frentes, sin ser del mundo, sin hacer de esta instancia terrena el destino definitivo, es lo que Cristo exige hoy al cristiano, y éste es el desafió que debe asumir sin claudicaciones para ser la sal de la tierra, mas allá de su fragilidad e impotencia.
(Fuente: La Opinión Cultural, domingo 12 de marzo de 1972)