Al margen del chascarrillo implícito en el título, es mucho lo que se dice y no tanto lo que se piensa con detalle sobre el tema minero.
Por cierto que tuvimos el desfile en Vendimia de las organizaciones ambientalistas; fue casi tan nutrido como el del año anterior, si bien esta vez se sumaban organizaciones de muchos otros sitios del país.
La manifestación fue ordenada y respetó la premisa de no afectar el espíritu vendimial, condición con la cual se la había autorizado. Los comentarios en diarios dejan claro que hay parte de la población que entiende que no debiera autorizarse una manifestación de ese tipo para el día de Vendimia, pero en todo caso creemos sano que no se coarte la manifestación de la protesta social, tal cual el Gobierno nacional ha sostenido desde el año 2003. Y es muy bueno que ello se exprese hoy también a nivel provincial.
La caída del peso político de Solanas (presente el año anterior), y el hecho de que San Jorge en Uspallata ahora no sea una amenaza cercana, probablemente hicieron menos nítida la protesta, que sin embargo se hace vigente por casos de otras provincias, como el Famatina en La Rioja o la explotación por La Alumbrera en Catamarca.
No todos los apoyos políticos parecen compatibles con la línea mayoritaria del reclamo; hay sectores que con sus banderas remontan a posturas que muy poco tienen de popular o de antimonopólico. Pero sin dudas no son las mayoritarias.
El reclamo ambientalista es ciertamente justificado. Se enfrenta a la depredación planteada desde grandes empresas monopólicas de nivel planetario, cuya noción es la del simple saqueo de nuestras riquezas y depredación de nuestro suelo y ambiente. Y ello no debe permitirse.
Sin embargo, con ser justificado, el reclamo no siempre es suficiente. Porque, por ejemplo, deja claro su rechazo a la minería contaminante, pero no su aceptación de la minería no-contaminante. Con ello, pareciera que el rechazo es a cualquier forma de minería, sin diferenciar siquiera –por ejemplo– la metalífera de la no-metalífera.
También se mezcla la cuestión monopólica con la de la contaminación, y hay que atender ambas, pero diferenciarlas entre sí. Es que puede haber pequeña minería contaminante, no solo la megaminería puede serlo; tal es el caso cuando se usa mercurio, según señalan quienes conocen del tema.
A su vez, también debiera avanzarse en no concentrar todo el ambientalismo en la minería, pues ello erosiona su credibilidad. Hace poco murieron 25.000 peces en Mendoza por contaminación del agua que nada debía a la minería. Y en esa ocasión los grupos ambientalistas no hicieron presencia. La agricultura también produce márgenes de contaminación de suelo y agua, y si bien nadie pretendería negarla o anularla por completo, habría que analizarla. El agua es atesorada por compañías que la envasan y comercializan en grandes cantidades y muy singularmente en nuestra provincia, sin que escuchemos que se proteste al respecto.
Hay, además, que estipular científicamente cuándo una explotación minera está dentro de márgenes que no afecten con importancia al ambiente, y también establecer que en esos casos dejen una ganancia importante al país, y no el absurdo 3% establecido en la ley Menem.
Las luchas contra la minería han abierto a una necesaria conciencia sobre el cuidado ambiental y la depredación de nuestros recursos no renovables. Esa apertura debe complementarse con la discusión sobre los modelos sociales de economía donde exista una minería posible, y con un ambientalismo que mire a otras actividades para analogizarlas con la minería. Solo así se podrá comprender la aparente contradicción entre las limitaciones que habría que poner a la explotación minera en San Juan, y la mayoritaria aceptación social hacia la minería en esa provincia, donde, nos guste o no a muchos de nosotros, el gobierno de Gioja se alza con más del 60% de los votos.
(Diario Jornada, Martes 6 de Marzo de 2012)