El proceso que comenzó en 2003 en nuestro país se caracterizó por un tortuoso, inédito y exitoso camino de recuperación respecto a la catástrofe económica y social que prohijaron los noventa y sus líderes mercadistas. En un muy (pero muy) reducido análisis podríamos afirmar que 2001 marca el momento en que nuestro país, al borde (o en el medio) de una de las crisis institucionales, políticas, sociales y económicas mas fenomenales de su historia, llega a un punto donde no resiste un centímetro más de ajuste, es decir esta agotada la capacidad de expoliación del pueblo argentino. Y para sorpresa de propios y extraños, como en 1916, como en 1946, como (de alguna forma) en 1973, los sectores dominantes deben resignar la administración del estado nacional, deben dar un paso al costado. Comenzaba otra historia (impensada para muchos).
Por descarte, de lástima, sin siquiera pagar $2,50 (en la Mendoza de aquel 2003, el PJ ni se molestó en poner fiscales en las elecciones… ¡y salió quinto cómodo!), como por ese azar -con el que a veces nos sorprende la historia- apareció Néstor.
La salida del infierno significó un enorme paso que, en las medidas concretas, no fue ni mas ni menos que la “normalización”, básicamente social, de la situación de desastre vivida. Aunque mil veces repetidos, recordemos algunos de los pasos dados: estatización de la jubilación privada, paritarias, recuperación de trabajo, DDHH, asignación universal, matrimonio igualitario, ley de medios, cláusula gatillo para la actualización de las jubilaciones, incorporación de jubilados “caídos” del sistema de protección social, reubicación del Estado como actor político (subordinación del denominado “mercado”), el no a Bush y al ALCA, la construcción de Unasur; por sólo mencionar las mas importantes y significativas.
Al comienzo del segundo mandato de Cristina la sociedad argentina ha recuperado niveles razonables y “civilizados” de estabilidad y equidad social.
UN SIMIL ECONÓMICO PARA LA RECUPERACIÓN SOCIAL
Los procesos recesivos implicaron una baja de la actividad económica y la salida de estas situaciones, supuso un relanzamiento de la actividad económica. Los primeros tramos de la salida de la recesión se apoyaron básicamente en lo que se denomina la “capacidad ociosa” de que dispone el aparato económico. Es decir, el aumento de la actividad se realizó en base a la infraestructura que, durante la retracción de la economía, se dejó de usar. Por ejemplo: si durante el período recesivo la fábrica de clavos dejó de producir un 50%, la otra mitad (el otro 50 %) de su infraestructura estaba ociosa (máquinas, servicios, etc.); el relanzamiento de la actividad utilizó en primer
lugar ese 50 % ocioso. Esa “capacidad ociosa” fue entonces la palanca de la reactivación económica y productiva. Cuando esta capacidad estuvo cubierta, cuando se está utilizando el 100% de la capacidad productiva, se hace necesario e ineludible recurrir a nuevas inversiones (maquinarias, mas personal, etc.) para acompañar y profundizar el relanzamiento económico. La capacidad (o voluntad) de los agentes económicos para concretar las inversiones necesarias, es la que va a definir en última instancia, el nivel y/o éxito de proceso económico. En este sentido es de destacar que dichas inversiones son un paso inevitable que determinará en definitiva, los niveles de crecimiento.
Vueltos a la situación nacional, nos atrevemos a aventurar la siguiente hipótesis: existe (existió) una “capacidad ociosa” de recuperación social, estamos diciendo que la Argentina, en la salida de su enorme debacle económico-social utilizó “capacidad ociosa” de recuperación. Es decir que los avances en la recuperación social y política (asignación universal, jubilación, educación, reposicionamiento político del Estado, entre otros) estuvieron basados en la capacidad (capacidad del Estado nacional) de redistribuir y reordenar ingresos y presupuestos, revalorizando su carácter de árbitro de la disputa económica. Sin afectar, en lo básico, los intereses de los grupos concentrados de la economía.
Decimos “sin afectar” y no es demasiado feliz la terminología. En realidad de lo que se trata es de afirmar que los sectores dominantes de la Argentina todavía no encuentran por donde entrarle al cambio de paradigma. Esto parecería tener estrecha relación con la incapacidad de alternativa, en tanto un proceso de “normalización” económica en función estricta de los intereses de los poderosos, no deja de implicar formas de ajuste (precio del dólar, “enfriamiento” de la economía) que en definitiva todavía aparecen como no viables en nuestro país. La memoria colectiva instalada en los años del desastre parece seguir definiendo cierta agenda. Es decir: todavía la sociedad argentina se resiste a medidas recesivas. El gran, enorme, valor K es haber utilizado este “hándicap” de los poderosos para avanzar hacia un esquema de país que fisuró el modelo de acumulación financiera.
Dicho esto, seguimos atreviéndonos a afirmar que comenzamos a asistir a una suerte de paradoja en nuestra realidad: la novedad del momento es que esa “capacidad ociosa” en la que estuvo basado el proceso de recuperación social, parece haber llegado a un tope. Esto implica que para seguir avanzando se necesitan “nuevas inversiones” que, para el caso, significan avanzar sobre intereses concretos de sectores concretos. La crisis energética y la crisis del sistema de transporte, nos indican que los esquemas productivos de los 90 (del menemismo), están mostrando su cara mas cruda: su solo objetivo de superbeneficios económicos a costa de la miseria popular ya no permiten un contrabalanceo en base a subsidios y para colmo están colapsando. A esto hay que sumarle el “incomodo” y “perenne” (por ponerle un
calificativo) proceso de aumento de precios (por no decir proceso inflacionario) y lo que aparece como una fuerte e insólita -para el momento- puja salarial docente, parecen indicarlo (no obstante cabría aclarar que el conflicto salarial es un clásico de los gobiernos populares: congreso de la productividad en el 55, planteos de la CGT en el 74 y 75).
El éxito del estado neoliberal de los ’90 estuvo centrado en su capacidad de arbitraje a favor de los sectores dominantes, en su capacidad de conducir el desarrollo económico en base a la especulación financiera, en su capacidad de desguace y privatización de los servicios y estructuras del estado en función de la reconversión del capitalismo argentino y concomitantemente, en la capacidad de generar consenso social a favor de esas políticas y de la Argentina resultante, es decir una Argentina para el 40% de sus habitantes.
Como afirmamos, el proceso iniciado en el 2003 ha implicado no solo el quiebre de ese modelo de acumulación basado en la especulación financiera y la exclusión, sino que esta sentando las bases de un modelo productivo con base en el mercado interno y la inclusión de los sectores sociales otrora marginados. Es decir: un nuevo bloque hegemónico, un nuevo frente social con claras connotaciones hacia el desarrollo de las fuerzas populares, parece ir tomando forma.
La novedad del 2012 pareciera ser que se hace necesario explicitar el horizonte estratégico de un nuevo tipo de Estado que exprese la unidad de ese bloque popular, generar un nuevo relato a partir de nuevos avances hacia la recuperación de la nación: energía y transportes nacionales, redistribución de la riqueza. A primera vista, esto resulta una obviedad, lo que no es obvio es que pareciera que este desafío esta tocando a la puerta y que se necesita tanto decisión política como fortaleza popular para penetrar con éxito esta instancia.
La compañera Cristina ha demostrado sobradamente su convicción para avanzar en el sentido de las necesidades del pueblo y la Nación Argentina. Sería el momento (de una buena vez por todas) de comenzar a mirarnos seriamente hacia adentro, nosotros las autodenominadas fuerzas populares, y reflexionar sobre nuestra capacidad para bancar la parada que se viene.
La reacción esta vivita, coleando y agazapada. Algunos hasta se animan a sacarse simpáticos retratos aquí nomás, cerca, en el pedemonte.