ARGENTINA / Lo único real es la malicia / Escribe: Horacio Verbitsky







La categórica manifestación del brigadier Rubens Omar Graffigna de que nunca tuvo relación alguna conmigo, que jamás escribí ninguno de sus discursos ni tuve relación alguna con sus antecesores en la Fuerza Aérea, confirma la absoluta falsedad de la acusación difamatoria en mi contra, divulgada con insistencia por los medios del Grupo Clarín, empeñados en la demolición de todo lo que consideren próximo al gobierno nacional, y cuya repetición la editorial Sudamericana anuncia en un próximo libro. Graffigna, de 89 años, quien está bajo arresto domiciliario respondió a la consulta de la periodista Luciana Bertoia, del diario Buenos Aires Herald, que tituló en su tapa: “Verbitsky no fue mi escritor fantasma. Estaba en desacuerdo con la Fuerza Aérea”. Estaba asombrado de que se lo vinculara conmigo, dijo que sus camaradas se burlan de esa afirmación, la descalifica como un disparate y la interpreta como un intento de perjudicarme. Esta refutación coincide con dos dictámenes caligráficos realizados por la perita pública Diana Alicia Trotta, según quien esos manuscritos no son de mi puño y letra.



El libro es una iniciativa del director de la casa editora Penguin Random House, Juan Ignacio Boido, quien sin producir un solo best seller nacional desde que lo contrataron, ha bajado sus estándares éticos. Como algunos autores de mejor nivel no se prestaron, recurrió al crítico de Gran Hermano Gabriel Isaías Levinas, GIL, un marchand de arte a quien la familia de León Ferrari acusa de no haber devuelto obras que le entregaron para ser exhibidas en Francia. Columnista de los infotainers Jorge Lanata y Alejandro Fantino, GIL acumuló un camión repleto de basura en mi contra desde una página comercial con un nombre equívoco que pretende confundirse con las Madres de Plaza de Mayo. Luciana Bertoia, de 29 años, graduada como periodista en TEA, licenciada en Ciencia Política con diploma de honor en la UBA, magister en Derechos Humanos y Democratización por la Universidad Nacional de San Martín y la Unión Europea, y doctoranda en Ciencias Sociales en la UBA hizo lo que omitieron GIL, el Grupo Clarín, Boido y los abogados de Penguin Random House: una mínima verificación del gravísimo cargo de colaborar con la Junta Militar, cuyos crímenes denuncié dentro y fuera del país desde 1976 y sin pausa hasta hoy. Bastaba con la consulta a Graffigna y con un peritaje caligráfico serio, contra un completo cuerpo de escritura mío, como hizo Diana Trotta, y no con pocas palabras escritas a la disparada en las dedicatorias de dos libros, que ni siquiera es seguro que hayan sido escritas por mí y que tampoco los muestran porque dicen que sus propietarios me temen.

Esta coalición entre mercenarios que nada tienen que perder, porque debido a su incompetencia profesional carecen de cualquier respetabilidad, medios que hasta llegaron a inventar cuentas bancarias inexistentes de Máximo Kirchner y Nilda Garré, y la mayor editora multinacional, que recluta jóvenes sin escrúpulos decididos a abrirse paso sobre la base del escándalo, da como resultado un catálogo de mentiras, que voy a refutar con datos duros. Lo único real de esa operación es la malicia de sus responsables.

Los acusadores

Además de atribuirme la redacción de esos discursos, el libro también sostiene que gracias a la protección del comodoro Juan José Güiraldes salvé mi vida cuando se produjo el golpe de Estado de 1976. Las tres fuentes citadas para afirmar que el 24 de marzo de ese año me refugió en su campo de San Antonio de Areco son el ex gobernador de Buenos Aires y candidato al mismo cargo Felipe Solá, el ingeniero aeronáutico Edgardo Carranza y Juan Güiraldes (h). Yo tengo seis que lo niegan.

Solá reconoció haber concedido una entrevista a un colaborador del Big Brother, “pero pretendía que se respetara mi testimonio, con lo bueno y lo malo”. Recuerda que “cuando con tal de atacar a Verbitsky, Levinas publicó que Güiraldes había sido un intelectual orgánico del Proceso, yo reaccioné indignado”. A raíz de eso, uno de los hijos del comodoro, Pedro Güiraldes, replicó que “sí había sido un intelectual orgánico y que él tenía los papeles que lo probaban, con lo cual yo creo que le hacía un enorme daño”. Pedro Güiraldes increpó a Solá: “¿Vos le dijiste a Levinas que papá lo había guarecido a Horacio Verbitsky en la estancia? Eso no es cierto, me parece muy difícil porque yo no me enteré”. Cuando GIL advirtió que esto desarmaba la operación, Pedro borró ese post del muro de Solá en Facebook. Pero la fábula reaparece en el libro atribuida ahora al hermano de Pedro, Juan Güiraldes, quien dice haberla escuchado de sus padres. Es el mismo Juan Güiraldes que en abril de 2014 le dijo a Hernán López Echagüe que “a mí no me consta que Horacio Verbitsky hubiera colaborado en la escritura de los discursos”. Solá agrega que ante mi rotunda desmentida y los testimonios que la avalan, dudó de la veracidad de lo que había escuchado y recordó que “ya de viejito, el Cadete decía que el mejor jinete que había visto en su vida era yo, lo cual obviamente es un absurdo”.

El ingeniero aeronáutico Carranza es autor de la pretendida novela Los Montoneros de su Majestad. Enconado contra los organismos de derechos humanos me recrimina allí “descabezar a las Fuerzas Armadas y enfrentar a la única institución que queda en pie en la Argentina: la Iglesia”. Luego de una cita del Antiguo Testamento menciona a diez justos “que entregaron su vida en la tarea de salvar a nuestro pueblo en las horas oscuras del horror”, entre ellos varios obispos y sacerdotes. Con indisimulado antisemitismo, agrega: “No creo que Verbitsky encuentre diez entre los suyos”. Esta es la clase de basura a la que apesta GIL.



La realidad

Seis testimonios demuestran mi presencia y mi militancia en la Capital cuando según GIL estuve escondido en la estancia. A mi exposa y madre de uno de mis hijos, la directora teatral Laura Yusem, le consta que “Horacio durante toda esa primera etapa de la dictadura y específicamente el primer mes estaba en Buenos Aires porque yo lo veía, para que mi hijo se encontrara con su padre”. Mi mujer en aquel momento, la economista María Wagner, agrega: “¡Qué se va a ir al campo de Güiraldes, es ridículo, son fantasías para involucrarlo en algo que no corresponde! Estuvo todo el tiempo conmigo. Tendría que haber pasado por sobre mi cadáver, encerrarme en el baño o drogarme. Durante esos primeros meses tan difíciles, cuando caían todos los compañeros, él estuvo trabajando día y noche para sacar información afuera de lo que estaba pasando en el país. Tenía un contacto, tenía una red para eso”. Ese contacto es Teobaldo Altamiranda, hoy de 85 años y directivo de la asociación de Familiares de Detenidos-Desaparecidos. La dictadura secuestró en 1977 a su hijo Rubén. Altamiranda formó parte de la resistencia peronista y fue correo secreto de Perón. Como navegante de Aerolíneas Argentinas, llevaba y traía mensajes a Puerta de Hierro. En junio de 1973 Perón pidió que integrara la tripulación del vuelo que lo trajo a la Argentina. Altamiranda colaboraba con Rodolfo Walsh, quien “me presentó a Horacio Verbitsky, que para mí era el Perro. El trabajo que realizaban Walsh y Verbitsky yo lo transportaba a Europa, me reunía con periodistas en España y daba a conocer el drama que estaba viviendo el pueblo argentino. En la semana del golpe, me reuní con Horacio y con la gran compañera de Rodolfo Walsh, Lilia Ferreyra, en un café, creo que era en la calle Venezuela, y ahí el Perro me empezó a pasar información de lo que estaba ocurriendo en el país”.

Otra de mis compañeras de entonces era Lila Pastoriza. Ambos colaborábamos con Walsh en la difusión de las violaciones a los derechos humanos. “Los días posteriores al golpe fueron de intercambio muy intenso de información, para ver qué tipo de canal les dábamos a las denuncias. Y también preparábamos algunos instrumentos de prensa clandestina que empezaron a circular un poco después. Es decir, tenemos una relación continua, nunca supe que se fuera de vacaciones a ningún lado, ni cosa por el estilo, ni que se recluyera en ninguna parte”.

Mi responsable directo era Gerardo Bocco, quien hoy es geógrafo de la Universidad Nacional Autónoma de México. Desde allí me envió un video: “Fui compañero de militancia de Horacio, entre 1975 y 1978, cuando tuve que abandonar el país. Como responsable tuve que estar al tanto de su seguridad, como era práctica común en esa época. Durante las semanas que antecedieron y siguieron al golpe de marzo de 1976 establecimos controles diarios, tanto personales como telefónicos. De hecho, durante un tiempo, viví en su casa debido a cuestiones de seguridad. Cualquier otra versión, falta a la verdad y a la ética”.

Agrega la periodista Dora Salas: “Verbitsky era concuñado de Luis Guagnini que fue primero mi amigo y luego mi pareja. Nos veíamos todas las semanas con él y su pareja de entonces, María Wagner, desde antes del golpe de Estado, cuando se produjo y después, hasta el secuestro de Luis Guagnini y mío, el 21 de diciembre de 1977. Me consta por eso que Horacio nunca estuvo escondido en ninguna parte excepto en su propia casa, en la ciudad de Buenos Aires”. Que cada cual saque sus propias conclusiones sobre la exactitud y la calidad de estos testimonios directos, contra las versiones de segunda mano que acarrea GIL, de oídas y ni siquiera confirmadas por la fuente citada.

Cuarta mano

El libro también recoge versiones de cuarta mano. Dice que durante el exilio en México el periodista Eduardo Molina y Vedia le dijo al ex militante de las FAL Sergio Bufano que yo colaboraba con la Fuerza Aérea. Me reuní con Bufano, quien admitió haber contado ese presunto diálogo. Le pregunté si podía reconstruirlo con mayor precisión. Sólo atinó a agregar que la fuente de Molina y Vedia había sido Susana Viau. Como Molina y Vedia murió, me dirigí a su hermano Juan:

–¿Alguna vez hablaron de mí y le escuchaste decir algo que avale o deseche esa versión?
–Estoy seguro de la falsedad de tal afirmación. Te respetaba completamente.

Lila Pastoriza habitaba con Lilia Ferreyra el departamento contiguo al de Molina y Vedia en la Villa Olímpica de México. “Estábamos en relación cotidiana con Eduardo. Hablábamos muchísimo de la Argentina, de la militancia, de nuestros amigos comunes entre los cuales estaba Horacio. Jamás dijo que trabajara para los militares. Es imposible que si hubiera pensado eso no lo hubiera hablado con nosotras”.

El hijo de Eduardo, Ernesto Molina y Vedia, tampoco cree que su padre hubiera dicho tal cosa:

–Ese tipo de juicios sobre las personas era común en otros miembros de la colonia argentina, pero no en él. Cuando hemos hablado sobre aquellos años o comentado algún artículo tuyo, jamás le escuché nada por el estilo. No me resulta verosímil.

También coincide la periodista y lingüista Eva Grosser, esposa de Molina y Vedia hasta su muerte:

–No me lo puedo a imaginar diciendo eso de vos. Siempre leíamos Página/12, tus artículos, simpatizaba con sus contenidos y propuestas. Nunca le escuché un comentario negativo sobre vos.

Estos testimonios son mucho más consistentes que la sola palabra atribuida a dos muertos por Bufano, un hombre que ha dedicado demasiados años de su vida a deplorar la militancia revolucionaria de la que fue parte.



La ofensa del heroísmo

Con ese fin, Bufano dirige Lucha armada, una revista que financia el representante en la Argentina de una empresa israelí vendedora de equipamiento de inteligencia, comunicaciones y seguridad. Allí Bufano escribió que para “ofrecer una imagen heroica” de Paco Urondo, Montoneros dijo que en junio de 1976 se había batido junto a su mujer, su hijita y otra compañera, “pero ellos eran demasiados, esa tarde aciaga”. Sobre la base de una anotación privada de Rodolfo Walsh, Bufano sentencia que se acudió a la mentira para ocultar que Urondo “había tomado el cianuro apresuradamente, sin ofrecer resistencia hasta la muerte”. El suicidio, agrega, “no puede ser tolerado por la dirección montonera, que en su periódico oficial modifica los hechos”. Su conclusión además de tendenciosa es falsa. La autopsia, realizada el 17 de junio de 1976 por el médico forense Roberto Edmundo Bringuer, rebate que Paco se haya suicidado. Ante el tribunal mendocino que en 2011 condenó a sus asesinos, Bringuer explicó que el cianuro deja el cadáver muy rosado, como si hubiera tomado sol, y un fuerte olor a almendras en el jugo gástrico, cosa que no ocurrió en este caso. La versión de la pastilla que citó Walsh con los pocos imprecisos datos que tenía a su alcance en diciembre de 1976, provino de René Ahualli, La Turca, quien iba en el pequeño Renault 6 con Urondo, su compañera Alicia Raboy y la beba de ambos, Angelita Urondo Raboy. Luego de una persecución en la que agotaron las municiones de la pistola y el revólver que llevaban como únicas armas, Paco les dijo a sus acompañantes que acababa de tomar la pastilla y las instó a huir. La conclusión del juicio fue que mintió para que La Turca y Alicia trataran de escapar mientras él se ofrecía como blanco para sus perseguidores, que se dividieron: el policía Celustiano Lucero golpeó a Paco en la nuca con la culata de un fusil, que según la autopsia fue la única causa de su muerte; Ahualli ingresó en una vivienda y escapó por los fondos; Alicia no encontró una salida y fue secuestrada y desaparecida. Angelita fue recuperada de la Casa Cuna por su abuela Teresa Raboy y su tía Beatriz Urondo. Es hoy una extraordinaria escritora y busca noticias sobre el destino de su madre. En otro artículo, Bufano escribió que por una “repetida y extrema pulsión por matar” muchos militantes revolucionarios “olvidaron elementales bases éticas y morales”. Es comprensible que sienta como una ofensa actos de heroísmo como el de Paco Urondo y que en vez de reconocerlo lo agravie, como ahora lo hace también conmigo. Le dije que había cometido un acto irresponsable y, como era de prever en tan escurridizo personaje, se alzó de hombros y se fue sin responder.

(Página 12, domingo 16 de agosto de 2015)

Image Hosted by ImageShack.us