MENDOZA / El Chino Moriña, un buen tipo al que es imprescindible recordar / Escribe: Gustavo De Marinis






Siete nuevos testimonios hubo esta semana en el juicio por delitos de lesa humanidad que se desarrolla en la capital de Mendoza. Todos fueron muy valiosos y la mayoría se relacionó con la causa que involucra a cuatro ex jueces federales. Pero además, dos de ellos hicieron alusión a un desaparecido. Y cuando se alude a un desaparecido el testimonio adquiere otra dimensión, porque es cómo que se lo rescata, se lo trae, no a la vida claro, sí a la memoria. Y si se los describe, se los recuerda, se los reconoce u homenajea, se repasa la huella que dejaró... De alguna manera, dejan de ser desaparecidos.

Luis Rodolfo Moriña Yung, conocido entre su afectos como el Chino, nació el 15 de agosto de 1951. Hizo la secundaria en el Universitario Central y luego comenzó a estudiar Medicina. Tenía 24 años y estaba en cuarto año cuando el 22 de noviembre de 1975 fue secuestrado por un grupo de tareas que respondía al terrorismo de Estado, y desde entonces casi no se supo más de él. En verdad, ese era el objetivo de los verdugos genocidas, que no se supiera más nada. Pero no lo consiguieron. Hoy, 40 años después, de Luis se habla mucho y se habla bien, no sólo en familia o entre amigos y compañeros, sino públicamente, como ocurre en el megajuicio.

Una hermana, Ana María Moriña, fue quien relató ante el tribunal cómo se llevaron al Chino, militante de Tupac –rama estudiantil de Vanguardia Comunista– a las patadas y rompiendo las puertas de la casa a las 2.30 de la mañana. También narró cómo las gestiones que la familia hizo ante la Justicia no tuvieron respuesta. Finalmente, dejó una reflexión: “Hoy mi hermano tendría 64 años. Era tan buena persona que seguro habría formado una familia y sería un buen médico”.



También se refirió esta semana al joven Moriña un compañero de estudios, el ahora médico Julio César Rojas, quien por aquellos años participaba en el peronismo de base y fue secuestrado junto con un hermano, peronista como él y toda su familia. Los Rojas pasaron por la Seccional Séptima, Investigaciones, el Octavo de Comunicaciones, la Penitenciaría provincial y por un lugar que no se pudo identificar aún. Los torturaron con todo tipo de técnicas, incluidos los simulacros de fusilamiento. Siempre estuvieron atados y encapuchados, pero eso no les impidió saber los nombres de quienes compartiéron cautiverio con ellos. “Acá está media facultad”, llegó a pensar Julio César.

En la comisaría godoicruceña coincidió con Moriña. En una oportunidad, tras una tremenda sesión de tormentos, el Chino lanzó en voz alta, valiente y corajuda: “Qué lindo es ir por la calle y ver a una chica bonita, hacerle una guiñada o un saludo, seguirla, invitarla a tomar un café, quizás enamorarse y hacer el amor… No como ustedes, milicos violadores hijos de puta”. Enseguida uno de los represores le dijo: “¿Terminaste?”. La respuesta fue “sí”. Empezaron a patearlo como una pelota y se lo llevaron. Fue, seguramente, lo último que dijo e hizo el Chino, porque después de decirles semejante verdad lo desaparecieron. Pero no lo pudieron desaparecer para siempre. Porque el nombre de Luis Rodolfo Moriña Yung lo llevan las residencias universitarias de la UNCuyo, quedó para siempre grabado en una placa que luce en la casa de estudios y además, es orgullo de su familia ,compañeros y amigos. Sin duda, sería hoy “un buen tipo”, como dijo su hermana.

(www.diariouno.com.ar)

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