El libro Honor y duelo en la Argentina moderna revela el proceso que atravesó el duelo en la Argentina finisecular. En los últimos años del siglo XIX, dejó de ser un hecho marginal para convertirse en un hábito y una práctica necesaria para pertenecer y permanecer en los sectores de elite.
Jorge: Señor Blas…
Blas: ¿Qué le ocurre?
Jorge: Su señora se conduce mal conmigo…
Blas: ¿Y qué quiere que haga yo?
Jorge: Que le ordene que sea más amable.
Blas: ¿Ordenarle yo? Yo en mi casa no ordeno más que las partidas de agua de colonia…
Jorge: Pues es necesario porque yo estoy ofendido, muy ofendido, y cuando yo estoy ofendido me bato.
El diálogo forma parte de la obra ¡Mátame!, escrita por Julio Escobar, estrenada en el teatro Maipo en 1924. Décadas antes, Escobar había participado de varios duelos. Pero ya entrado el siglo XX se ocupaba de ridiculizar esa práctica en sus obras teatrales. Su viraje refleja las transformaciones en torno al duelo entre caballeros, que tuvo su auge a fines del siglo XIX y comenzó a perder visibilidad y legitimidad en los primeros años del siguiente. El fragmento del guión es uno de los hallazgos de la historiadora Sandra Gayol, quien en su libro Honor y duelo en la Argentina moderna, reconstruye este proceso atravesado por el duelo entre caballeros y rescata una práctica que quedó relegada en la historiografía argentina.
Solemos pensar las últimas décadas del siglo XIX exclusivamente en relación a la llegada masiva de inmigrantes y la consolidación del modelo agroexportador. Las postales de la época que predominan muestran barcos que anclan en el puerto, cargados de extranjeros, así como grandes extensiones de la llanura pampeana, con sus cosechas y vacas.
Gayol desempolva una escena distinta de estos tiempos: muestra a hombres de clase alta enfrentados y dispuestos a defender su honor en un choque de sables, en el marco de una práctica altamente ritualizada.
El libro, de la colección Historia y Cultura de Siglo Veintiuno, revela el proceso que atravesó el duelo en la argentina finisecular. En los últimos años del siglo XIX, dejó de ser un hecho marginal para convertirse en un hábito y una práctica necesaria para pertenecer y permanecer en los sectores de elite. Gayol explica que existían otras vías para reparar el honor, como las querellas por calumnias e injurias contempladas en el Código Penal, pero el desafío de batirse con quien había provocado una ofensa adquirió por entonces un vigor y una trascendencia notables, en una sociedad que hasta el momento no tenía una tradición duelista como la cultura europea.
Fue por esos años, en 1878, cuando se publicó el primer Manual Argentino de Duelo. La autora releva que además de una literatura especializada y la apertura de espacios destinados al perfeccionamiento en el uso de armas –como el Jockey Club, el Círculo de Armas y la nueva sede del Club del Progreso-, los diarios de la época dedicaban un buen espacio en sus páginas a las cuestiones vinculadas al honor personal e incluso aportaban recomendaciones sobre cómo batirse. Ante este panorama, el rechazo a un desafío de duelo no era bien visto entre los hombres de la elite local. De hecho, de los 1.790 combates registrados hacia el cambio de siglo, sólo 40 fueron rechazados.
Es interesante descubrir que cada duelo ponía un juego todo un universo de cuestiones: desde los guantes, sables y trajes, pasando por el conocimiento de las reglas y normas, hasta la designación de padrinos y médicos. El rol de los padrinos como reguladores y árbitros de estos encuentros era clave.
Lucio Victorino Mansilla fue uno de ellos, después de haber participado en forma directa en varios duelos. Uno de los más recordados ocurrió en 1854, cuando retó a duelo a José Mármol frente a un auditorio de dos mil personas. La autora analiza también el modo en que el duelo entre caballeros se diferenció de otro tipo de enfrentamientos: las injurias y las riñas populares quedaron fuera de este círculo que pretendía defender el honor individual y marcar un ámbito de pertenencia social.
Esta mirada hacia el duelo entre caballeros comenzó a transformarse en los primeros años del siglo XX. Las estadísticas muestran que el número de enfrentamientos se reducía cada vez más, dejando lugar a la resolución pacífica de conflictos entre las partes. Después de 1914, el contexto global le asestó al duelo un golpe definitivo. “La situación internacional luego de la Primera Guerra Mundial hacía que los lances caballerescos fueran vistos como irrisorios. ¿Qué violencia podía acarrear un desafío que raramente se concretaba y que cuando lo hacía no superaba el rasguño?”, se pregunta la historiadora. Gayol explica además que junto con esta transformación mutó la concepción del honor: ya no una cualidad que dependía de exteriorizar actitudes y buscar la aprobación de los demás, sino un valor interior asociado a la honradez y la autoconciencia.
A lo largo de 284 páginas, con un gran relevamiento entre los medios de prensa de la época y abundantes ejemplos, la historiadora busca desafiar dos miradas convencionales: una que sostiene que el duelo fue un hecho marginal en la vida social y política, y otra que defiende que el honor y el duelo son prácticas de peso sólo en una sociedad jerárquica, reducida y estamental. “Postulamos, por el contrario, que ambos fueron vitales en el proceso de construcción de la modernidad argentina”, concluye Gayol.
(Fuente: Sandra Gayol, Honor y duelo en la Argentina moderna, Buenos Aires, Siglo XXI, 2014, 2008, págs. 103-130).