ARGENTINA / Las mujeres que fueron parte de la guerra / Escribe: Mariana Carbajal






Pocos recuerdan, tal vez, que a la guerra de Malvinas también fueron mujeres. Seis instrumentistas quirúrgicas, que se alistaron como voluntarias, estuvieron en la bahía de Puerto Argentino, a bordo del Rompehielos ARA Almirante Irízar, que funcionó como buque hospital, a unos seiscientos metros de las islas. Tenían entre 19 y 30 años y nunca se habían puesto un uniforme de fajina. “Los heridos llegaban muy sucios, de color negro, por la turba. Los lavábamos con cepillo. Se los veía muy delgados, mal alimentados, muchos tenían los pies congelados. Llegaban con una gran necesidad de hablar. Nos contaban de sus casas, nos comparaban con las hermanas, las novias”, recuerda Norma Navarro, una de las seis veteranas de Malvinas. Otras jóvenes enfermeras, con rango militar, –alrededor de una docena– fueron reclutadas por la Fuerza Aérea y se desempeñaron en el hospital de campaña que se montó en Comodoro Rivadavia. Hubo también radio operadoras. Pero su participación fue invisibilizada y quedó casi en el olvido.

En mayo del año pasado, Navarro regresó a las islas: fue la primera mujer en volver después de la guerra y lo hizo junto a un grupo de ex combatientes, que eran conscriptos en aquellos días trágicos de 1982. En el contingente se encontraban algunos de los soldados que ella misma asistió cuando llegaron al Irízar heridos del combate, como Mario Volpe, presidente del Centro de Ex Combatientes Islas Malvinas (Cecim) La Plata y vicedirector del Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur. En el Museo, que funciona hace poco menos de un año en la ex ESMA, una foto muestra a las seis voluntarias con ropa militar, abrigadas con camperas, y las recuerda junto a otras mujeres “valientes” de Malvinas, como María Sáez de Vernet, quien ayudó desde 1829 a fundar la colonia argentina en Puerto Juis junto a su esposo, el gobernador Luis Vernet, y María Cristina Verrier, única mujer del Operativo Cóndor que arribó a Malvinas en 1966.



Junto con Navarro estuvieron en el Irízar María Cecilia Ricchieri –la menor de las seis, con 19 años–, Susana Maza, Silvia Barrera, María Marta Lemme y María Angélica Sendes. La mayoría trabajaba desde hacía ya algunos años en el Hospital Militar Central como personal civil del Ejército Argentino. Provenían de distintas especialidades. “El jefe de Quirófano pidió once instrumentadoras quirúrgicas. Pero al final viajamos seis. Teníamos que decidir en el momento porque al día siguiente a la mañana partíamos”, contó Navarro. Dice que no lo dudó. Era ya fines de mayo de 1982, y la guerra llevaba más de un mes. De familia militar, su padre ya estaba retirado entonces, pero tenía un hermano en el Colegio Militar y su primo “preferido” que había terminado la conscripción, ambos con posibilidades de ser convocados para ir a Malvinas. “Y al final terminé yendo sólo yo, que era mujer”, dice Navarro. Estuvieron unas dos semanas, aproximadamente, trabajando a la par de los médicos en el buque hospital. “Si a los ex combatientes los silenciaron cuando terminó la guerra y no hubo para ellos recibimiento ni nada, imaginate a nosotras. No hay mucha gente que sepa que fuimos seis mujeres a Malvinas”, agrega en diálogo con Página/12. Vive en el barrio de Almagro. Al regresar de Puerto Argentino, siguió desempeñándose en el Hospital Militar hasta 1987, cuando pasó al Garrahan, pero hace algunos años que ya no ejerce.

Probablemente, el hecho de haber sido voluntarias, civiles y pertenecer al sector de la sanidad, profundizó el olvido que acompañó el proceso de “desmalvinización”, que siguió por dos décadas en el país. El primer reconocimiento del Estado nacional les llegó, destaca, con el kirchnerismo, en 2012, durante la gestión del ex ministro de Defensa Arturo Puricelli, que las homenajeó –junto a otras mujeres que fueron reclutadas para la guerra–. “Nos compararon con Juana Azurduy”, señala.



Hoy Navarro tiene 59 años.

En un principio, su destino era un hospital montado en tierra, en Puerto Argentino. “Pero como la situación estaba muy complicada, se decidió que no bajáramos porque existía la posibilidad de que nos hicieran prisioneras”, cuenta Navarro. Dice que, cuando llegaron al rompehielos, los hombres se sorprendieron al verlas, y las cargaban con un mito que repiten los marinos y que sostiene que las mujeres en un barco traen mala suerte. Recuerda que al Irízar los heridos llegaban en helicópteros o en gomones. Y eran subidos a la cubierta como podían, luchando contra el oleaje. Tenía entonces 26 años.

–¿Qué le pasó a usted con la guerra? –preguntó este diario.

–Fue todo muy rápido. Pero lo que más me impresionó en aquel momento fue darme cuenta de que ahí había gente muriendo. La noche del 13 al 14 de junio fue dantesca. Estábamos a unos seiscientos metros de tierra. Veíamos que caían las bombas por todas partes, los vuelos rasantes. La artillería de un lado y del otro.



Dice que por muchos años no habló del tema: “Me había afectado mucho, te quedan muchas cosas”. Pero prefiere no abundar en detalles. Los primeros años, después de la guerra, solía ir a las misas que recordaban a los fallecidos en combate, pero un día decidió no ir más porque se entristecía mucho y no podía dejar de llorar. A diferencia de los ex combatientes, ella no volvió a reunirse con las otras instrumentadoras ni con veteranos de Malvinas. Se vieron en escasas ocasiones, por algún acto. “Sentía que no tenía un referente”, dice. Hasta que en los últimos años conoció a los integrantes del Cecim La Plata, “y me hizo muy bien poder hablar con ellos, ver si determinadas cosas eran como yo las recordaba”. Volver a Malvinas, 32 años después, también fue “muy importante”, dice. “Tuve una mezcla de emociones.” Para poder volver, dice, se tuvo que preparar mentalmente casi cuatro años.

(Página 12, jueves 2 de abril de 2015)

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