Si algo inquebrantable e irreversible dejó el peronismo desde aquel 17 de octubre hasta nuestros tiempos ha sido la visibilización y la ocupación del espacio público por los sectores más humildes y postergados.
Este movimiento que se define como humanista y cristiano –en lo filosófico– y como promotor de la movilidad social ascendente ha sido y es el modelo de construcción política, social y cultural más inclusivo de la historia.
Los democráticos, populares y transformadores gobiernos del General Perón y los de Néstor y Cristina son prueba cabal e irrefutable de estas verdades.
Y al mismo tiempo la génesis y la esencia de tanto odio y rechazo de las minorías del privilegio y de vastos sectores de una clase media mezquina, excluyente e insegura de su rol y pertenencia.
Colonizados por el pensamiento dominante y despreciado por las oligarquías, ese "medio pelo" busca su destino y su ilusión de despegue copiando y repitiendo los clichés y las "civilizadas barbaridades" de la aristocracia de pacotilla argentina.
Y como siempre en nuestra historia, acompañados y justificados por intelectuales de derecha y de izquierda.
Ayer y hoy.
Durante el primer período peronista, el de la gran y definitiva revolución cultural, aquellos que habían vivido recluidos e invisibilizados, irrumpieron definitivamente en las calles y en cualquier lugar al que nunca habían accedido.
Desde el Teatro Colón al centro de las ciudades y a sus lugares de entretenimiento y disfrute.
Hay cientos de testimonios de los que se manifestaron en octubre del ’45 que desde los barrios llegaban por primera vez a Plaza de Mayo y desde entonces la hicieron suya.
A pesar de las resistencias y desprecios, los descamisados, los humildes de la Patria llevaron sus risas, sus colores y su desparpajo a donde no habían imaginado los dueños de todo.
La Mar del Plata exclusiva con sus chalets y sus afrancesados palacetes y sus clubes de golf y de tenis se fue poblando de otras voces, otras músicas y de hoteles sindicales, cambiando para felicidad de las mayorías, el recoleto e hipócrita status quo de esa ciudad.
Apoyada y promovida por el Estado peronista la cultura popular llegó a los escenarios y su música se escuchó en las radios, por entonces el único medio de difusión.
Se creó un Teatro Obrero en la CGT y se incentivó a autores nacionales a la producción de obras de teatro, de música y de cine.
Era necesaria la no neutralidad estatal en la búsqueda de la preservación identitaria frente a la poderosa maquinaria imperialista y a los colonizados vernáculos de siempre. Hugo del Carril o Antonio Tormo –luego prohibidos por los "democráticos" cómplices de la dictadura del ’55- expresaban al pueblo trabajador, a su sensibilidad y sus gustos.
Estas políticas fueron duramente atacadas por el extraño –o no tanto– maridaje entre la derecha conservadora y la pseudo izquierda progresista.
Todo formaba parte de un plan, de una doctrina y una estrategia política.
En esa misma época se designaban agregados obreros en las embajadas y se votaba la Constitución de 1949, que muchos añoramos.
Como siempre, los años más felices siempre fueron peronistas.
Hoy, el espacio a ocupar por los sectores populares es el de los medios de comunicación masivos. Nadie puede pensar que los privados y comerciales van a incluir a los sectores más postergados.
De la misma manera que no se incluye profundamente destinando espacios a relatar o a mostrar la vida y las costumbres de quienes viven en los márgenes del consumo voraz.
Existe aún una visión paternalista, documentalista y sociológica de los más pobres.
Pero falta una presencia real, activa, generadora de sus propias iniciativas, gustos e identidad.
En 2007 en un Foro de TV estatal en Brasilia, me entregaron un afiche que conservo en mi escritorio.
Es la imagen de un chico negro de espaldas con la camiseta de su selección, mirando un televisor.
El texto dice: "¿Dónde está el negro en la televisión pública?" Obviamente, del lado del espectador.
En esta última década peronista de inclusión y ampliación de derechos, la batalla cultural puede dar pasos transformadores y decisivos si se abre y promueve la participación concreta y sin "tutorías estéticas" de los creadores y representantes de esa "cultura del subsuelo" en los espacios de las diferentes televisoras públicas nacionales, provinciales y universitarias.
El Estado nacional ha producido una transformación fenomenal en el campo de la producción audiovisual.
A través de diversas agencias y organismos gubernamentales han concretado un banco de producciones de más de 4000 horas donde el país profundo, diverso, polifónico y multicolor está plasmado y presente.
Todo con la coordinación de la Secretaría de Comunicación Pública y los aportes decisivos del INCAA y del Consejo Asesor de la TDA.
Deberíamos reflexionar sobre nuestras propias dificultades para despojarnos de los modelos inoculados por los intereses mercantiles y segmentadores.
Liberarnos de los criterios de belleza blanca y europea, juventud eterna, de la "patria fashionista" y de los mandatos del star system de la industria.
Animarnos –como en la radio- a mostrar y promover talento aunque no use minifalda o tenga el color y la tonada de la inmensa mayoría de los argentinos.
Rescatar con generosidad los valores de la cultura villera y popular compartiendo espacios en nuestras pantallas.
El peronismo siempre fue culturalmente contra hegemónico, resistente y librador de batallas contra toda estrategia de dominación.
Y si Cristina nos dice que la Patria es el otro, esos otros deberían ser incluidos y visibilizados en nuestras pantallas como protagonistas, como cualquier compatriota.