ARGENTINA / Las cosas y las palabras / Escribe: Carlos Chino Fernández






Para la lógica de funcionamiento de los medios de comunicación masivos, es lo mismo la muerte natural de Jorge Ibáñez, el suicidio del esposo de Nazarena Vélez, la derrota de Vélez la última fecha o, los linchamientos callejeros (asesinatos o intentos).

Siempre y cuando el rating pague, no existe ningún cuestionamiento moral o ético a pesar de los comentarios de los ingenuos o mal intencionados periodistas.


De lo extenso y variadas que han sido las notas acerca de los aberrantes linchamientos conocidos por todos, nos queda en la memoria la idea central-según una nota publicada por Telam-[1], que estos linchamientos sirven para delimitar a quienes están dentro o quienes están fuera de la sociedad.

En nuestras sociedades anónimas del siglo XXI, sociedades conformadas por castas pos-modernas, cada día que pasa, se consolida un acelerado proceso de desintegración comunitaria.

En las sociedades conformadas por castas típicas del Medioevo oriental, la diferencia de status y de privilegios, era compensada en función del reconocimiento de una cierta jerarquía espiritual que ostentaban las castas superiores.

Por el contrario aquí en el occidente contemporáneo, se viene desenvolviendo un tipo de sociedad estamental, en donde cada estamento se desarrolla de forma aislada de los otros agrupamientos humanos.

Orden estructurado en función del poder del dinero.

Una vez roto los lazos sociales comunitarios de la sociedad pre-moderna, aparece el problema del conocimiento del otro, (Simmel George, 1858-1918).


Este desconocimiento del otro en las sociedades modernas, alimenta una relación anónima entre los seres humanos. Personas que se vinculan entre sí, más por las funciones que cumplen en la sociedad que por sus rasgos esencialmente humanos.

Las personas [jóvenes en general], que han sido víctimas de un linchamiento, son vistas por el resto de la sociedad como extraños, anónimos y enemigos.

Sin importar siquiera las razones que han llevado a delinquir.

El anonimato aparece ligado a una cosificación del otro, a través de la abstracción de su humanidad. Para G. Simmel, Mx. Weber o, F. Tönnies, la cosificación es la norma de la sociedad moderna.

Si acompañamos este razonamiento desde las mismas bases de su fundamentación, solo las relaciones cara a cara estarían en condiciones de revertir el proceso de des-humanización violento de nuestras sociedades contemporáneas.

Ahora bien, el interrogante entonces sería: ¿Es posible la reconstrucción de relaciones próximas en nuestras sociedades, especialmente en las mega-ciudades, que son la quinta esencia de la vida alienada y anónima?

Sociedades, cuyas relaciones sociales son generadas por la misma racionalidad de la formalidad monetaria.

Es imprescindible pensar en nuevas formas de organización políticas sobre la base de la comunidad, descentralizando funciones que se concentran en los estados nacionales o provinciales.

Volviendo a los casos de linchamiento-asesinatos de los últimos días: En realidad, estos fenómenos no son nuevos, solo que ahora involucran a sectores de clases medias en banda o turba que asesinan o violentan a otras personas de sectores excluidos o, en principio, con necesidades sociales elementales sin cubrir.

No hay que desconocer la manipulación de los medios de comunicación en estos casos, pero lo cierto es que existe un entramado social cuya atomización ya se han encargado de explicar antropólogos y sociólogos.

Barrios privados cercados con electricidad, seguridad privada y cámaras de vigilancia en la frontera con asentamientos habitacionales precarios.


Ciudades navegables para ricos, que generan inundaciones en las ciudades con décadas de existencia.

Vivimos en una mega ciudad en donde no dejan de erigirse complejos habitacionales de lujo, al mismo tiempo en que aumenta la población que habita en viviendas precarias o directamente carece de tierra, o techo propios.

Esto también es violencia simbólica y de la otra.

La discusión de un nuevo código penal –si bien puede ser un aporte-, le pasa lejos al problema social de fondo.

La persona pateada y ultrajada recientemente en las calles de Rosario hasta su muerte, es valorada por los victimarios como un ser en una escala menor a un perro.

Valoración sostenida por no pocos energúmenos de los centros urbanos de nuestro país, es de suma gravedad.

Más que el aumento de robos y hurtos comunes de los últimos tiempos.

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