HISTORIA / El intelectual Macedonio Fernández / Escribe: Alejandro Pandra






Se acaban de cumplir cincuenta y cuatro años de la muerte de quien fue capaz de conjugar tres cosas tan distintas como el humor, la muerte y la metafísica.

La fuerza de su espíritu -intensa y radiante- y la riqueza conceptual de su prosa y poesía serán recordadas entre las mejores páginas de nuestra literatura.

Macedonio Fernández nació en Buenos Aires el 1º de junio de 1874 y murió el 10 de febrero de 1952.


Sus originales escritos suman anécdotas, versos, sentencias filosóficas y aforismos humorísticos que en ciertos pasajes lo hermanan con los surrealistas europeos.

Estudió abogacía en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, pero nunca ejerció la profesión.

Hacia 1897, junto a otros compañeros, participó en un proyecto de fundación de una colonia utópica en el Paraguay.

En 1920 murió su esposa, Elena de Obieta, con quien se había casado en 1901 y, a partir de ese doloroso hecho, puso todo el poder de su intelecto al servicio de una sola idea: borrar la muerte.

En 1922 fundó la revista literaria Proa junto con Jorge Luis Borges, a quien fascinará con su personalidad y marcará en sus obras.

En 1923 promovió junto a un grupo de jóvenes escritores encabezado por Oliverio Girondo, Borges y Leopoldo Marechal, la revista Martín Fierro, de arte y crítica libre.

Publicó su primer libro en 1928, No todo es vigilia la de los ojos abiertos, una maravilla, empezando por el título.

En esta obra ya se reconoce como el primer autor metafísico argentino.

Creador de la nueva novela latinoamericana que se apartó de los cánones tradicionales y llevó la narración hacia la fantasía y la imaginación creadora, entre sus obras principales se encuentran Papeles de reciénvenido (1929), Una novela que comienza (1941) y Continuación de la nada (1949).


La literatura de Macedonio, alejada del culto a los lugares comunes, propone renegar de la solemnidad con la teoría y la técnica del humorismo conceptual, muy valorado por Borges, y que influyó en toda una generación de intelectuales entre los que hay que contar a Julio Cortázar.

Singular conjunción de humorismo y metafísica, desarma los aparatos lógicos, juega con el principio de identidad y hace del absurdo el eje de sus agudas ocurrencias.

Sin pedirle nada al futuro, se proyecta hacia las cuestiones fundamentales, hace de la pasión la cosa en sí, sostiene que el arte debe crear estados y no presentar ambientes o cosas, y vislumbra que el tiempo huidizo sólo puede ser representado por la intensidad, que es la esencia de lo absoluto.
Bosqueja así una teoría de la tragedia.

En el ámbito del humorismo logra sus mejores efectos cuando suspende o baraja las leyes físicas. Propone, por ejemplo, vacíos que son plenitudes, defectos que valen por perfecciones, como si las carencias y los errores tuvieran sentido positivo: (“Este libro viene a llenar un gran vacío, con otro”; “antigüedad del presente”; “el ‘no sé qué’ que más se supo”; “primero el ejemplo, luego la doctrina, si llega”).

MACEDONIO POR BORGES

Palabras escritas ante la tumba de Macedonio por Borges en abril de 1952

Un filósofo, un poeta y un novelista mueren en Macedonio Fernández, y esos términos, aplicados a él, recobran un sentido que no suelen tener en esta república. Filósofo es, entre nosotros, el hombre versado en la historia de la filosofía, en la cronología de los debates y en las bifurcaciones de las escuelas; poeta es el hombre que ha aprendido las reglas de la métrica (o que las infringe, ostentosamente) y que sabe, también, que puede versificar su melancolía, pero no su envidia o su gula, aunque tales pasiones sean fundamentales en él; novelista es el artesano que nos propone cuatro o cinco personas (cuatro o cinco nombres) y los hace convivir, dormir, despertarse, almorzar y tomar el té hasta llenar el número exigido de páginas. 


A Macedonio en cambio, como a los hindúes, las circunstancias y las fechas de la filosofía no le importaron, pero sí la filosofía. Fue filósofo porque anhelaba saber quiénes somos (si es que alguien somos) y qué o quién es el universo.

Fue poeta porque sintió que la poesía es el procedimiento más fiel para transcribir la realidad.

Macedonio, pienso, pudo haber escrito un Quijote cuyo protagonista diera con aventuras reales más portentosas que las que le prometieron sus libros.

Fue novelista porque sintió que cada yo es único, como lo es cada rostro, aunque razones metafísicas lo indujeron a negar el yo.

Razones metafísicas o de índole emocional, porque he sospechado que negó el yo para ocultarlo de la muerte, para que, no existiendo, fuera inaccesible a la muerte.

Toda su vida Macedonio, por amor de la vida, fue temeroso de la muerte, salvo (me dicen) en las últimas horas, en que halló su coraje y la esperó con tranquila curiosidad.

Antes de ser escritas, las bromas y las especulaciones de Macedonio fueron orales.

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