Ha logrado entusiasmar a mucha gente. Con una sonrisa constante y repetitiva que poco le conocimos cuando fuera cardenal en Argentina, el ahora Papa Francisco, con apenas unos pocos gestos, ha conseguido ganarse el favor de muchos.
Con zapatos gastados, pagar el propio hotel, no querer el sillón pontificio, dejarse abrazar por algún joven, ha bastado para que muchos crean que hay una nueva etapa en la historia de la Iglesia. En tiempos de orfandad de valores y de falta de liderazgos, ese casi nada de hechos concretos basta para ser visualizado mediáticamente en el mundo, si es que a tales gestos se los propala desde el lugar papal.
Los elogios mediáticos, reiterativos y de mínima reflexión, insisten, por ejemplo, en la autenticidad adjudicada al Pontífice. Es raro, cuando justo en este país es que hemos conocido un pasado de Bergoglio que poco tuvo que ver con sus gestos actuales. Nunca fue el obispo de los pobres, ni el de las villas: cualquiera puede leer por Internet los diarios de la última década para confirmarlo. Pudo tener rasgos de humildad, pero no para multiplicarlos mediáticamente. Mucho menos apelaba a facilismos del tamaño de bendecir camisetas de San Lorenzo, o a la obviedad de tomar mate en medio del recorrido de su periplo público.
Pero es que a través del presente, se resignifica el pasado. Muchos creen -y lo curioso es que lo creen con sinceridad- recordar un Bergoglio que saludaba gente a raudales, que se desvivía por parecer simpático, que llamaba a los jóvenes a la rebelión. Pero, en verdad y rigor, todos sabemos que ello nunca sucedió.
También sabemos que eso al mundo no le importa. El mundo lo conoció ahora, y cree que Francisco se inició ahora, o supone que es hoy como siempre fue. Desconoce su pasado, y sólo sus gestos actuales delinean lo que podría ser su tendencia en relación con la Iglesia y con la sociedad.
Relación que no será fácil. Dentro del tono almibarado que tienen casi todas las coberturas sobre la estada del Papa en Brasil, un programa que se emitió desde Buenos Aires la noche del viernes recorría todas las teclas de lo convencional: eran sólo dulzuras y maravillas en relación al ex-primado de Argentina. Hasta que alguien, entre tanta carencia de sutileza, hizo algunas preguntas serias: ¿cambiará el Papa la cuestión del celibato para los sacerdotes? ¿permitirá sacerdocio femenino? ¿tenderá a la aceptación del matrimonio igualitario?
Se hizo un silencio y se acabó la simpatía. Un conocido sacerdote televisivo que jamás ha caminado otro espacio que el de los sentidos comunes más esperables, se puso súbitamente serio, y lanzó que el Papa no va a cambiar cuestiones doctrinarias, y que todos conocemos sus posiciones al respecto. Se terminó el Papa de los cambios y de las renovaciones; así, la verdad relució por un momento. Bajo todo el ruido, hay quienes no quieren que se mueva ni una sola nuez.
Y aunque poco se ha comentado en estos días, este Papa no ha cambiado a nadie en los puestos de dirección de la curia vaticana. Y quedó muy malparado cuando, una semana antes de llegar a Río, se descubrió que en Montevideo estaba -lejos del sitio de sus transgresiones- el religioso que nombró el mismo Francisco para sanear las finanzas vaticanas. Alguien de conspicuo mal comportamiento, el cual Francisco (un argentino que desconoce el Vaticano) había ignorado por completo. Es decir: desde la curia hubo quienes quisieron engañarlo, y por cierto que lo habían logrado. Haber votado para Papa a quien desconoce los pasillos vaticanos, para muchos no ha sido una estrategia inocente.
Podemos creer en la buena fe del Papa; que su reconversión romana -casi punto por punto repetidora de los gestos de Néstor Kirchner en 2003, nos guste o no la figura del ex/presidente- busca relegitimar a la Iglesia para bien. Por ahora, los gestos son bastante mediáticos, y no tienen incidencia en la condición de la Iglesia. Pero pueden llegar a tenerla, en la medida en que promueven entusiasmo colectivo; el Papa está ganando cierto poder, que se verá luego cómo sería capaz de instrumentar.
Entretanto, sólo podemos saber que, esté él dispuesto a lo cosmético de los gestos o a lo quirúrgico de los cambios, en cualquier caso sus palabras tienen consecuencias más allá de sí mismo. Y el simpático "hagan lío" lanzado a los jóvenes ("que se abran mil flores", dijo acá un ex-presidente que a su vez retomaba la frase de un viejo líder revolucionario), puede resonar mucho más allá de la voluntad de su emisor, hacia la lucha por los pobres y la recuperación de una teología de la liberación, que no ha sido parte de la bibliografía a la que ha solido apelar el actual vicario en el sitial de Cristo.-