El 28 de junio de 2009 a las 5.30 hs. de la madrugada, un grupo de 200 soldados secuestraban al presidente de Honduras Manuel Zelaya, lo sacaban en calzoncillos de su casa y lo subían a un avión con rumbo a Costa Rica.
Ese mismo día Roberto Micheletti, presidente del Congreso de Honduras, usurpaba el cargo y conseguía apoyo “institucional” del Congreso.
Zelaya, un político del tradicional partido Liberal hondureño, ganó las elecciones en 2005 del país más pobre de América Latina después de Haití. A lo largo de su gobierno fue propiciando un viraje hacia la promoción de los sectores populares. Este proceso fue inadmisible para el poder enquistado en Honduras incluida la embajada estadounidense.
Honduras no es sólo Honduras. Honduras es una muestra de la continuidad de las derechas en su negación de la democracia cuando no consiguen los votos suficientes. Hay “institucionalistas”, “republicanos”, que tienen el tupé de sostener que casos como el golpe a Zelaya o a Lugo en Paraguay no son golpes porque hay participación del parlamento. Absurdo argumento, que se derrumba por lo palmariamente “truchos” que son los incidentes desencadenantes pero sobre todo por el cambio de políticas que le suceden. Honduras y Paraguay derivaron a regímenes absolutamente subordinados a Estados Unidos y a las oligarquías locales en una reimplantación del neoliberalismo más ramplón muchas veces aliado a mafias de los tóxicos.
Así como estas historias negras, que en el caso que recordamos costó la vida a muchos luchadores sociales y a muchos periodistas; los pueblos más atentos, activos, impidieron intentonas en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Argentina. En todos los casos hubo sectores parlamentarios “institucionales” aliados de las maniobras destituyentes. A veces, incluso, traidores dentro del mismo dispositivo político oficialista.
Alumbrar, contar estas historias, vivas, presentes en los anhelos de las derechas del continente, ayuda a exorcizar el factor sorpresa con el que operan y la complicidad de los medios hegemónicos que resulta imprescindible para que operaciones así puedan prosperar.