El asesinato impune no es asunto liviano, y menos aún divertido. Sin embargo, las películas de Bond (y luego las de Rambo y tantos otros), nos lo presentaron como "de onda". Matar era cosa elegante, para el personaje que encaró Sean Connery. Licencia para matar: nada menos que esa licencia para la barbabie y el estropicio se nos presentaba como deseable, simpática, llena de lo que luego se llamó glamour.
Entre piscinas, muchachas esplendorosas, extrañas destrezas en defensas orientales y hoteles de lujo, se nos presentó el espionaje de las grandes potencias como normal, lógico, obvio. Británicos o estadounidenses operando en cualquier sitio del mundo sin atención a gobiernos, leyes ni policías locales, resultaban "naturales" para enfrentar a implausibles enemigos, generalmente sofisticados personajes con paranoicas miradas acerca de cómo destruir el mundo. Afortunadamente, los asesinos ilegales que obraban en nombre del Imperio nos salvaban de tales malhechores, los cuales siempre eran discretamente presentados como "orientales", exóticos, quizá aliados de lo que fue la URSS.
Bond, en la empobrecida versión que dio el cine de las novelas de Fleming, nos acostumbró a tomar el mal por bien, el espionaje como si fuera una obviedad, y la ilegalidad como algo tolerable. Más aún, nos hizo creer que quienes nos espían son nuestros benefactores, y que no sólo no debiéramos rechazarlos, sino además tendríamos que agradecerles.
Pero la realidad no es como aquellos filmes; no en vano Roger Moore se volvió un Bond autoparódico, que se burlaba de sí mismo. Y vemos cómo hoy, el espionaje dejó de ser una ficción para planetarse como oscura realidad que desde el Norte se ciñe sobre el mundo.
Se vigilan tus mails, el Facebook de tus hijos, nuestras llamadas teléfonicas. Todos los mensajes en Twitter, todos los movimientos de gobernantes, de opositores, de grandes empresarios, de sindicalistas, de intelectuales, de militantes, de gente común.
Estados Unidos no niega la declaración de Snowden; por el contrario, la empecinada persecusión y cacería del joven, muestra sobradamente que éste ha dicho la verdad, y que el Imperio ya no aspira a convencer de que su declaración es falsa, sino sólo de que castigará a todo el que se asome a esa verdad no discutida. Estados Unidos espía ilegalmente: he ahí lo denunciado por Snowden, he ahí lo que estados Unidos no ha sabido ni podido negar.
Muchos, ingenuos ellos, creen que el sayo no les llega. "Yo soy opositor", dicen torpemente, como si esta cuestión planetaria tuviera algo que ver con oficialismo u oposiciones (al margen de que el gobierno argentino, como otros latinoamericanos, haya sostenido una postura digna y firme en el tema). Por supuesto, la lista de espiados incluye también actuales opositores, que fueron oficialistas o podrán serlo en el futuro. "Yo soy proyanqui", se atajan otros; no saben que lo proyanqui no quita lo sudaca, y que no nos preguntarán si somos indios, morochos o rubios, de izquierda o de derecha, cuando detengan un pasaje de latinoamericanos en Europa. Si los dejamos atropellarnos hoy en la persona de Evo Morales, mañana los atropellados pueden ser otros, y por cierto que otros cualesquiera, cada uno de nosotros incluido.
Realmente, nada de simpático tiene el espionaje. Tenemos derecho a la privacidad y a la seguridad de que nuestras comunicaciones no sean interceptadas. Tenemos derecho a la soberanía nacional, a que desde otros países no se espíen nuestros mensajes. El espionaje internacional viola a la vez las garantías personales y la soberanía nacional; es doblemente violador de las leyes. En nombre de salvaguardar ese espionaje es que se persigue a Snowden, en una cruzada que no puede entenderse cuán frontal y cruda es en su planteo y realización.
La UNASUR, la OEA, el Mercosur, han elevado su voz contra la ilegalidad que nos convierte a todos los ciudadanos del mundo en rehenes de agencias de seguridad a las que no hemos autorizado. Pero vista la actitud cómplica de no pocos gobiernos europeos que avergüenzan por su incapacidad para defender las libertades personales, así como el patético silencio de muchos sectores civiles y oposiciones políticas en nuestro país, cabe que recordemos que no podemos confundir la dura realidad con una película de Bond. Esto es más serio, esto nos perjudica, esto nada tiene que ver con entretenernos un rato mientras el personaje simpático e imbatible se toma un martini seco a orillas de la piscina.-