Las tensiones entre ética y maximización de las ganancias sin escrúpulos, generaron la peor catástrofe de la historia de la industria textil. Mil veintiún jóvenes trabajadores, en su gran mayoría mujeres, murieron en el reciente derrumbe de una planta de ocho pisos en Bangladesh. Como demostró luego la investigación, fue un hecho “criminal” porque el día anterior, las operarias mostraron a “los patrones” las grietas en el edificio e igual las obligaron a continuar trabajando.
Si hubiera tenido un sindicato, las habría defendido y hoy estarían con vida. Pero el gobierno de Bangladesh, violando las leyes internacionales, los prohibió. En abril de 2012, un prominente organizador de los trabajadores, Aminul Islam, fue asesinado, según los medios locales, por las fuerzas de seguridad. El crimen está totalmente impune.
The New York Times informa en un editorial (28/6/13), la decisión del presidente Obama de suspender las preferencias comerciales !! que tenían las exportaciones de ropa fabricada en Bangladesh a los EE.UU y confirma que, a pesar de la indignación mundial, el gobierno de dicho país anunció que seguiría prohibiendo que haya sindicatos en las industrias exportadoras. Hay cuatro millones de trabajadores en las 5000 fábricas textiles. Como no hay sindicatos ni regulaciones, se paga el salario más bajo del mundo: 37 dólares por mes por larguísimas jornadas.
Pobreza segura para los obreros, márgenes formidables para “los patrones locales” y para las multinacionales que adquieren casi toda la producción.
Más de un centenar de organizaciones católicas, evangelistas, judías y de otras religiones, escribieron a las multinacionales de la ropa para que se dieran por aludidas. Que ellas eran corresponsables por cómo se producían las prendas que encargaban a sus proveedores “baratos”. Si no hay regulaciones ni poder de organización de los afectados, son muchos los que ignoran las prevenciones de Smith y de Keynes.
Los inmigrantes pobres que se fueron masivamente de América latina a los Estados Unidos y otros países, trabajan muy duramente en varios trabajos. Ganan poco, pero regularmente mandan ahorros a sus familias.
Las “remesas migratorias” son hoy parte fundamental del producto bruto de México, Guatemala, Honduras, Nicaragua, El Salvador y República Dominicana. Antes de la crisis, eran más de 60.000 millones de dólares anuales, gastados íntegramente en bienes básicos. Son una gran red de protección social.
Los monopolios del transporte de dinero les cobraban, a inicios de los ’90, el 12 por ciento, o más, por comisiones de envío. Los costos eran mínimos. La rentabilidad, máxima. Además había un negocio adicional, los tipos de cambio.
Las ONG, la opinión publica, la presión de organismos internacionales y el interés de otras empresas en entrar en el negocio, hicieron que el mercado se ampliara. Para 2010 el precio bajó al 5 por ciento !!. Y todavía queda mucho margen para reducirlo.
La principal tasa de referencia del mercado financiero, la tasa Libor, se fija en base a la información que dan un grupo de bancos líderes, sobre cuánto cobran unos a otros en sus préstamos. En base a ella, se establecen las tasas de hipotecas, tarjetas de crédito y otros productos financieros de uso masivo. Continúa la investigación judicial en Estados Unidos a una docena de bancos internacionales líderes, por manipularla a su favor. Varios ya han admitido su culpabilidad y aceptado pagar multas gigantescas. Las maniobras perjudicaron a millones en el planeta y los enriquecieron un poco más.
Milton Friedman, el pope de la Escuela de Chicago, con tantos discípulos ministros de Economía en la región, publicó a inicios de los ’70: “La responsabilidad social de las empresas es aumentar sus ganancias”. Friedman decía que la RSE era “puro socialismo” y calificaba de “semisuicidas” a los empresarios que la practicaran.
Un empresario líder en RSE, Bill George, señala en 2013: “Friedman excomulgó a los líderes empresariales que estuvieran preocupados por sus empleados, por la comunidad y por el medio ambiente... Sus teorías tuvieron una monumental influencia sobre generaciones de economistas y ejecutivos que siguieron su filosofía”.
Las consecuencias para el mundo fueron gravísimas, ya que legitimaron la especulación desenfrenada y la desregulación salvaje, que llevaron a la gran crisis de la economía americana y luego mundial de 2008/9 y que todavía continúa.
En América latina y en la Argentina, en particular, las políticas públicas activas; las regulaciones estatales en defensa del interés colectivo; el fortalecimiento continuo de los movimientos de los trabajadores y otros desarrollos similares, están creando una “institucionalidad social” que defiende a las mayorías.
Contra las lógicas de “todo para unos pocos, nada para los demás”, también amplios sectores de la ciudadanía comienzan a recoger una prevención moral magistral que nos legara el gran Adam Smith:
“La disposición a admirar y casi idolatrar a los ricos y poderosos y despreciar a las personas de condición pobre y humilde, es la más grande y universal causa de corrupción de nuestros sentimientos morales”.-