(viene de la edición de ayer)
Eso no significa un repliegue político del imperialismo, aunque al menos en términos teóricos el debilitamiento relativo de Estados Unidos se hará sentir también en ese terreno, dándole a Francisco un margen de maniobra mayor para enfrentar a Washington en más de un terreno, siempre girando en torno a temas fundamentales para el ultraconservadurismo jesuítico de Bergoglio, empeñado en acabar con el legado liberal de la Revolución Francesa. Por lo que se puede prever a partir de textos suyos y gestos posteriores a su elección, tras ese objetivo Francisco no vacilará en buscar apoyo en la potente dinámica de convergencia latinoamericano-caribeña, para negociar desde allí en mejores términos con la Casa Blanca. La reivindicación del concepto de Patria Grande por parte de Bergoglio (3) ha llevado al estado de éxtasis a algunos exponentes del llamado “marxismo nacional”, ha dado vuelta en cuestión de horas la oposición frontal de funcionarios argentinos que lo atacaron desmesuradamente cuando se conoció su designación y producirá riesgosos zigzagueos y violentos giros en más de una fuerza política en América Latina. Con certeza, se verá en acto al jesuitismo, forma pragmática, aviesa, pero implacable en sus objetivos, en torno a la necesidad estratégica de acabar con la revolución al Sur del Río Bravo, pero adosándose a la fuerza hoy predominante en los pueblos de la región. Puede esperarse un papa disfrazado de Chávez, tal como en la Venezuela de hoy lo hace Henrique Capriles Radonsky, quien contra toda lógica pretende copiar el discurso del líder bolivariano (de paso: Capriles integró las filas del Tradición familia y Propiedad, otra de las organizaciones que obran como tentáculos de la CIA al interior del Vaticano (las restantes son la ya citada Opus Dei, Comunión y Liberación y la Orden Militar Soberana de Malta. Por caso, esta última ya puso a uno de los suyos como secretario privado de Francisco).
Aun en los previsibles momento de tensión y aparente choque que vendrán a no muy largo plazo, el camuflaje demagógico de Bergoglio es un riesgo para las fuerzas revolucionarias pero no distanciará al Vaticano de Estados Unidos en la cuestión que interesa: la contrarrevolución en América Latina.
El Departamento de Estado, es decir, de la estrategia estadounidense, pesará sobremanera en el curso del próximo papado. No es éste el lugar para detallar los pasos que terminaron en la elección de Bergoglio con más de 90 votos sobre 115 cardenales. Baste decir que el articulador principal del bloque en favor del cardenal argentino fue su homólogo de Nueva York, Timothy Dolan. Tanto la prensa italiana como la estadounidense coinciden en señalar que, a partir de los 11 votos estadounidenses en el cónclave, Dolan tuvo un papel decisivo en la tarea de convicción sobre prelados de América Latina, África, Asia y Europa, para que finalmente una sólida mayoría votara a favor de Bergoglio. Con escasa sutileza, The New York Times subraya que lo único que le faltó a Dolan fue ungirse él mismo en el trono de Pedro, para inmediatamente señalar que su papel en la próxima administración vaticana será de sobresaliente gravitación.
Ahora bien: ¿cuáles son los puntos de acuerdos y cuáles los desacuerdos entre el Vaticano y Washington?
Aquí sí importa, y mucho, la biografía de Bergoglio. Desde el peronismo sui generis de Guardia de Hierro, en los años de alzamiento revolucionario en Argentina, cuando una poderosa corriente de sacerdotes identificados con las causas populares y la lucha contra el imperialismo y el capitalismo, resueltos al combate por el socialismo, crecía al interior de la iglesia y de su congregación en toda América Latina, el entonces principal jesuita en su país optó por la decisión central del vaticano –conducido entonces por Opus Dei a través de Wojtyla- y con una u otra conducta individual respecto de secuestros y asesinatos puntuales, no sólo avaló aquella ofensiva contrarrevolucionaria sino que su accionar redundó en una escalada sistemática en la jerarquía eclesial que lo llevó hasta la cima.
No sólo los jesuitas, sino el conjunto de la iglesia romana –con excepción de Opus Dei y sus áreas de influencia- condenan sin atenuantes el curso adoptado en el último siglo por las sociedades liberales. No sólo el conjunto de la iglesia romana, sino la Compañía de Jesús, hoy monolítica, defienden el capitalismo, al cual están integrados económica, política y culturalmente. La alianza cada vez más íntima en las últimas décadas entre el socialcristianismo y su eterna enemiga, la socialdemocracia, Lucifer liberal, confirman en la política y el sindicalismo mundiales cuál es el verdadero enemigo de quienquiera ocupe el trono de Pedro. La contradicción entre liberalismo y oscurantismo medioeval se resuelve siempre y fatalmente por un frente único entre la Casa Blanca y la Basílica de San Pedro; entre CIA y Vaticano, para enfrentar las fuerzas revolucionarias en cualquier punto del planeta.
Por qué argentino
Todo indicaba en los días previos al cónclave de cardenales que el nuevo papa provendría del continente americano. Pero los candidatos principales eran el canadiense Marc Ouellet y el brasileño Odilo Scherer. Al menos en público, nadie daba un centavo por la elección de un argentino.
Hay una causa interna que hacía necesaria la elección de un americano, más específicamente latinoamericano. Desde que el Vaticano, en funesta alianza con la CIA, se embarcó en la operación contrarrevolucionaria que doblegó a Nicaragua y exterminó en la región a los sacerdotes del Tercer Mundo, la iglesia romana perdió más de un cuarto de sus feligreses. Y se trata del bastión mundial del catolicismo. De modo que, así como en los años 1970 la cúpula vaticana debía empeñarse en la masacre contrarrevolucionaria por razones de sobrevivencia, ahora debe hacerlo en sentido inverso, aprovechando la emergencia de numerosas corrientes y líderes políticos que afirman la posibilidad de realizar una “revolución” que no conmueva las bases del sistema capitalista. La condición de jesuita de Francisco y sus alegadas dotes intelectuales lo habilitan para ese delicado juego estratégico. Su adopción franciscana le abre camino a la base social en disputa.
Ésa es, no obstante, una causa subordinada. La tónica de este movimiento estratégico en escala mayor la pone Estados Unidos, aliado en este punto con la Unión Europea y todos los regímenes empeñados en evitar que la crisis en curso desemboque en la revolución socialista.
Existen conflictos sociales, políticos y militares de magnitud en cada punto del planeta, constantemente agravados por la marcha ininterrumpida hacia el derrumbe en los países centrales. Pero la vanguardia de la respuesta socialista se desplazó a América Latina. Esta visión geopolítica, resistida a derecha e izquierda hasta no hace mucho, es ahora prácticamente común a todas las corrientes del pensamiento.
Washington necesita frenar primero y destruir después la vanguardia de esa vanguardia: la Revolución Bolivariana de Venezuela. No es una simplificación entonces afirmar que Francisco está en Roma para contribuir desde la trinchera eclesial en la batalla estratégica contra Venezuela. Los estrategas del Departamento de Estado parecieron en los últimos meses convencidos de que la muerte de Hugo Chávez permitía irrumpir en el entramado de las fuerzas revolucionarias para lograr su objetivo. Por eso, tampoco es desatinado pensar que la coincidencia entre la muerte de Chávez y la renuncia de Ratzinger no es casual. Quienes aludan a la condición milenaria de la iglesia, deberán considerar que su crisis interna es potencialmente letal. Y evaluar hasta qué punto, en el mar de dificultades que atraviesa, el Vaticano es realmente impermeable a las decisiones de la Casa Blanca. Ante el gesto escandalizado de presumibles vaticanólogos, sólo puedo decir que, sin el recurso de explicar el fenómeno atribuyéndolo a un designio divino, apelo al análisis de los hechos y su encadenamiento.
El tiempo dirá si la hipótesis tiene o no asidero.
Es posible que a la luz de la formidable, inédita manifestación de masas que provocó en Venezuela la muerte de Chávez, aquellos estrategas de la contrarrevolución hayan corregido su apreciación y desechen ya su idea de una inminente caída de la Revolución. Pero insistirán en dos puntos: dividir las fuerzas revolucionarias en Venezuela; forzar el aislamiento de este país en la región. Si eventualmente la táctica en el plano interno tuviese algún grado de éxito, podría abrir la brecha por la cual el imperialismo entrase con su devastadora fuerza contrarrevolucionaria. Dado que ya está probado que los intentos divisionistas han fracasado una y otra vez, es presumible que Francisco será tomado por Washington como una herramienta salvadora. Al interior de Venezuela esto es difícil, porque el socialcristianismo (aquí también aunado con la socialdemocracia) está en el nadir del desprestigio. Y lo mismo vale para la jerarquía eclesial local, reconocida por las masas como golpistas y por eso repudiadas.
Otra consideración merece la táctica del debilitamiento en los apoyos de Venezuela en la región. Y allí es donde aparece Argentina. Sea por el abrazo asfixiante que, mientras se redactan estas líneas, Francisco ha comenzado a practicar sobre el gobierno argentino, sea por el hecho de que el actual elenco oficial afronta enormes dificultades y en el cuadro actual está descartada la posibilidad de reelección de la presidente Cristina Fernández, es pensable que a corto o mediano plazo Argentina pueda ser desplazada hacia un bloque enfrentado con la revolución en marcha en Bolivia, Ecuador, Venezuela y otros países del Caribe, a los que se suman naturalmente Nicaragua y Cuba. Baste recordar que días atrás el candidato socialdemócrata Hermes Binner, preguntado acerca de si en Venezuela hubiera votado en octubre último por Chávez o Capriles, respondió sin vacilar que su opción era Capriles. Es presumible en Argentina una amplia coalición electoral para 2015 que tenga como eje de reagrupamiento la estrategia latinoamericana de Estados Unidos, ahora asumida explícitamente por el papa Bergoglio en su ataque a las revoluciones en curso, al regalarle a Fernández un libro con documentos del Celam donde se condena el “avance de diversas formas de regresión autoritaria por vía democrática que, en ciertas ocasiones, derivan en regímenes de neto corte neopopulista”. Firma el Consejo Episcopal Latinoamericano; redacta la CIA.
En un libro publicado en 2007 sostuve que Argentina es una clave regional, aunque en el actual período histórico lo es por su debilidad, no por su fuerza (4). Su peso específico en América Latina, su nivel de desarrollo, los altos parámetros de experiencia y combatividad de obreros y estudiantes en términos históricos, no obstante sumidos en una coyuntura de confusión, desorganización y total parálisis, ubican al país como fiel de un delicado equilibrio continental, pasible de presiones y políticas extremas desde los dos extremos de la batalla estratégica.
Desde el año 2000, cuando comenzó el proceso de convergencia desigual pero generalizado en América Latina, Argentina ha navegado a dos aguas. La resultante de esa marcha ambigua estuvo determinada por el fenómeno general: concordancia latinoamericana en detrimento de los intereses imperialistas. Para ninguno de los países que han sostenido una conducta regional igualmente ambigua e igualmente en colisión con la hegemonía estadounidense, es posible mantener esa posición de manera indefinida. Pero en Argentina los plazos son más cortos. Es un rasgo de aguda inteligencia táctica y osadía estratégica el que han demostrado los gestores de la operación que dio como resultado la elección de Bergoglio.
Ahora cabe a las fuerzas revolucionarias genuinas en América Latina demostrar si están o no a la altura de tamaño desafío. Esto vale también para millares de católicos, sacerdotes y seglares, que ante una reedición del giro contrarrevolucionario de los años 1970/80, aunque a la inversa en su forma, están ante la opción de seguir sometidos a las órdenes de Roma o acometer un cisma revolucionario, antimperialista y anticapitalista.
La unidad de revolucionarios cristianos, marxistas, o militantes de cualquier otra religión, sólo tiene futuro sobre esas bases. Ése es el ejemplo de la Revolución Bolivariana de Venezuela, a emular en todo el continente, desde Alaska a la Patagonia.
Notas:
1.- Véase si no la encíclica Spe Salvi, redactada por Benedicto XVI:
«hay un texto de san Gregorio Nacianceno que puede ser muy iluminador. Dice que en el mismo momento en que los Magos, guiados por la estrella, adoraron al nuevo rey, Cristo, llegó el fin para la astrología, porque desde entonces las estrellas giran según la órbita establecida por Cristo. En efecto, en esta escena se invierte la concepción del mundo de entonces que, de modo diverso, también hoy está nuevamente en auge. No son los elementos del cosmos, la leyes de la materia, lo que en definitiva gobierna el mundo y el hombre, sino que es un Dios personal quien gobierna las estrellas, es decir, el universo; la última instancia no son las leyes de la materia y de la evolución, sino la razón, la voluntad, el amor: una Persona».
2.- Luis Bilbao; CIA-Vaticano: Asociación Ilícita. Editorial Búsqueda, Buenos Aires, agosto de 1989.
3.- Véase si no: “América Latina puede y tiene que confrontarse, desde sus propios intereses e ideales, con las exigencias y retos de la globalización y los nuevos escenarios de la dramática convivencia mundial. A la vez, América Latina necesita explorar, con buena dosis de realismo pragmático - impuesto también por su propia vulnerabilidad y escasos márgenes de maniobra - nuevos paradigmas de desarrollo que sean capaces de suscitar una gama programática de acciones, un crecimiento económico autosostenido, significativo y persistente; un combate contra la pobreza y por mayor equidad en una región que cuenta con el lamentable primado de las mayores desigualdades sociales en todo el planeta”. Jorge Bergoglio, prólogo a “Una apuesta por América Latina” de Guzmán Carriquiry, Buenos Aires, Sudamericana, 2005.
4.- Luis Bilbao; Argentina como clave regional. Búsqueda Editorial; Buenos Aires, mayo de 2007.