HISTORIA / ¿Qué es el nacionalismo? (primera parte) / Escribe: Juan José Hernández Arregui






“Al autorizar la publicación fragmentada del capítulo de mi libro Nacionalismo y Liberación lo he hecho cediendo al interés que me honra del grupo de compañeros nucleados alrededor de esta revista —con quienes comparto la responsabilidad de su publicación—, los que han considerado necesaria su inclusión al margen de adhesiones o críticas totales o parciales a su texto, por entender que el tema contribuye al debate esclarecedor sobre la necesidad de utilizar determinados métodos de investigación útiles al ahondamiento de la cuestión nacional en el doble plano teórico y práctico de las ideas. También quiero dejar expresado que las supresiones operadas por razones de espacio restan coherencia y unidad metodológica al trabajo, pero no invalidan el contenido y orientación de las tesis en él planteadas y susceptibles de un mayor desarrollo crítico por parte de los colaboradores y lectores.”

“Finalmente aclaro que las líneas de puntos que figuran entre párrafo y párrafo significan textos suprimidos por razones de espacio, no obstante el interés de los problemas allí planteados, y que figuran en la segunda edición de Nacionalismo y Liberación, Metrópolis y Colonias en la era del Imperialismo.”

Juan José Hernández Arregui


Nuestro objetivo es el replanteo de la teoría nacionalista, renovándola, no desde Europa, sino desde las perspectivas peculiares de un país colonizado. ¿En qué consiste esta rotación de la mirada histórica? O de otro modo: ¿Qué es el nacionalismo? Pocos conceptos en el vocabulario político contemporáneo tan mentados como el de nacionalismo. Y ninguno más controvertido, incluso, dentro de las mismas corrientes nacionalistas. Pero las disputas más confusas y las desinteligencias más intransigentes, enconan a los individuos y las clases sociales, ni bien se ahonda en el mismo. El hecho no debe extrañar. La palabra nacionalismo implica la dilucidación previa de dos órdenes de cuestiones complejas e interrelacionadas. Una teórica, por lo general no clarificada por quienes manejan el vocablo, y que es más bien objeto de estudios especializados —económicos, históricos, lingüísticos— y otra práctica, de ahí la imposibilidad de entendernos cuando hablamos de “nacionalismo”, espoloneada la cuestión por exigencias presentes, vivas, actuantes, que dividen en tendencias antagónicas internas a los pueblos coloniales de hoy.

Dejando de lado, provisoriamente, el análisis de los múltiples e intrincados componentes del nacionalismo, sólo es viable desentrañar su esencia (que es el objeto de este libro), partiendo de una oposición crucial que puede resumirse así:

1) El nacionalismo posee un doble sentido según corresponda al contexto histórico de una nación poderosa o de un país colonial. Hay, pues, en el umbral del tema, una distinción, no de grado sino de naturaleza, entre el nacionalismo de las grandes potencias —EE.UU., Inglaterra, Francia— que son formaciones históricas ya constituidas, y el nacionalismo de los países débiles que aspiran, justamente, a constituirse en naciones.

2) El nacionalismo adquiere connotaciones irreductiblemente contrarias según las clases sociales que lo proclaman o rechazan.

En síntesis, el concepto político de nacionalismo no es unívoco, da origen a dispares ideologías, a interpretaciones de clases falsas y comprometidas, como veremos, de la realidad política nacional. Y que, en tanto ideologías de clases, en última instancia, aunque pregonen el patrimonio más altisonante, son la negación misma del nacionalismo, si es que por nacionalismo, entendemos, en su acepción verdadera, la teoría y práctica de la revolución nacional liberadora del coloniaje, que únicamente puede encarnarse —aunque a esa liberación nacional contribuyan otros factores de poder, Ejército, Iglesia, burguesía nacional etc.— en la actividad revolucionaria de las masas.

Toda teoría nacionalista que prescinda de la potencia numérica y la conciencia histórica de las masas, es una abstracción inservible mutilada de la lucha nacional del pueblo. Un nacionalismo literario, reaccionario y apócrifo. Y es que los intereses materiales de las diversas clases sociales que se contraponen en la lucha política de un país, aunque se escuden en la misma palabra, generan imágenes nacionales divergentes. Hay pues un nacionalismo reaccionario y un nacionalismo revolucionario. Un nacionalismo ligado a las clases privilegiadas —aunque adopte a veces cierta actitud crítica frente a ellas— y un nacionalismo que se expresa en la voluntad emancipadora de las grandes masas populares.

Mantener el equívoco entre ambas concepciones del nacionalismo, en el que están conjuradas todas las potencias colonialistas del presente, tanto como las clases sociales encumbradas de los países coloniales, y destinado a velar el sentido real del nacionalismo revolucionario, ha sido, respecto a estas nacionalidades, sin soberanía real, una de las más diestras y calculadas defraudaciones de la filosofía del imperialismo.

Pero la simple enunciación de una tesis de nada vale si no se desciende a la raíz de ios problemas en ella implicados. Es por eso necesaria, a través de una recorrida panorámica, la exposición histórica del nacimiento de las nacionalidades durante los siglos XVI y XVII con las grandes monarquías absolutas; la transformación de este principio de las nacionalidades en el siglo XIX; su final degeneración, ya en nuestro tiempo, en los moldes del fascismo europeo, asociada tal recapitulación, a la crítica sin concesiones al nacionalismo de las grandes potencias imperialistas y a la defensa, no menos enfática, del nacionalismo de los pueblos coloniales.

Cuestiones, todas ellas, vinculadas a la necesidad de la revisión histórica, y con particular referencia a la Argentina, a la aparición del fenómeno de masas peronista y a sus relaciones con el liderazgo; al papel que en la liberación ha de cumplir el proletariado, nervio y sostén de ia industrialización nacional, entendida esta última a través de principios económicos y políticos, denegatorios, en su expresión más radical, de la estrategia neocolonialista de las potencias mundiales. A su vez, estas múltiples cuestiones, están raigalmente insertas en la tesis de la unidad de la América Hispánica. Ultimo reducto completo, con la excepción de Cuba, que en el mapa le resta al imperialismo. En especial, al norteamericano. Se prueba, en este orden, que la debilidad económica de Iberoamérica —que dentro de cuarenta años tendrá 460 millones de habitantes— no responde a ninguna fatalidad étnica, geográfica o cultural, sino a la política disolvente de las grandes naciones. El anticipo de la unificación económica y cultural de Iberoamérica, pasará pronto a ser una empresa común de resolución política y casi seguramente militar. El destino histórico de la América Hispánica, depende, y esto en términos absolutos, de la concentración, hoy desmenuzada por EE.UU. y Europa, de su potencial económico y su filiación cultural.

No queremos aquí hacer, como alguien dijo con relación a la filosofía crítica de Hegel, un agujero abierto en la camisa de la madre de Dios, pero sí suplantar las almibaradas ilusiones, las ensaladas de ideas, las revoluciones polvoristas, mediante la clarificación de la gran cuestión: la liberación nacional. Y es que, como el mismo Hegel observase: “Los laureles del mero querer son hojas secas que nunca han sido verdes.” Dicho de otro modo: no es lo mismo teorizar sobre la revolución nacional iberoamericana que realizarla. Es auspicioso que gran parte de la juventud sea revolucionaria. ¿Pero de qué revolución hablan? Hay muchas formas de pensar “revolucionariamente”. Y la propia dialéctica de la historia conduce incluso a los grupos más reaccionarios a hablar de nacionalismo y revolución. Tales corrillos hacen hasta algunas concesiones a la cíase obrera. Mas ya sabemos que todo millonario es filántropo en su lecho de muerte. No hay que comenzar la casa por el techo sino por la base. Y la base son las masas. Y esas masas no son entelequias. Son en la Argentina masas peronistas. He aquí el punto de partida en un país colonial de toda teorización revolucionaria: “La vida social es esencialmente práctica. Todos los misterios que descarrían la teoría hacia el misticismo, encuentran la solución racional en la práctica humana y en la comprensión de esa práctica” (Marx). Y esto tiene relación con el fenómeno peronista y sus críticos de izquierda que olvidan, a sabiendas o no, la reflexión de Marx: “Cualquier paso adelante, cualquier progreso real, tiene más importancia que una docena de programas.”


Debe recordarse, dentro del pensamiento de Marx, desacreditado no sólo por sus enemigos, sino por “marxistas” indoctos, que lo único que hace la actividad humana es retardar o acelerar sucesos que ya marchan en determinada dirección. Y es una característica de todo proceso histórico que los resultados nunca coincidan exactamente con la visión previa de la mente. Por eso, cuando se afronta el complejo problema de la revolución anticolonialista, conviene retener en la cabeza estas templadas palabras de Kant: “A los ideales hay que reducirlos a los límites de la legitimidad.”

La ofensiva de la clase terrateniente contra el pueblo, sus héroes, y sus grandes aunque oscuros recuerdos históricos, es hoy más desenfrenada que nunca. Y este odio de clases se alza desde el fondo del pasado y se proyecta al presente, con el pretexto del “totalitarismo” de las masas, contra aquellos que ayer y hoy acaudillaron los ideales populares. Se llamen Artigas, Bustos, Ibarra, Felipe Várela, López Jordán, Irigoyen o Perón. No se trata de analogías plañideras. Tenía razón Leopoldo von Ranke cuando advertía: “Semejanzas fugitivas guían engañosamente con frecuencia lo mismo al político que se inspira en el pasado, que al historiador que quiere basarse en el presente.” Pero tampoco de quebrar la unidad de la historia de las masas nacionales. No son la misma cosa las montoneras aplastadas durante el siglo XIX y la clase obrera argentina de hoy. Pero sí dos etapas, no iguales pero interligadas, de la formación del proletariado nacional. Esto explica por qué la oligarquía unifica en un mismo concepto el caudillo y las montoneras del siglo XIX —que al fin de cuentas ya están muertos—, con ese proletariado actual que tiene el inconveniente de estar vivo. Y al mismo tiempo organizado por Perón en clase nacional, en voluntad multitudinaria contra el coloniaje. Y Perón es también un caudillo, en el noble y populoso sentido que le da al término la lengua española, y no una oligarquía sin ideales o un “nacionalismo” y una “izquierda” sin pueblo.

Pocos mejor que Perón han destacado esta antinomia de lo nacional y lo antinacional en el pensamiento argentino. A un gran político no le interesan las ideologías —palabra ésta a la que Perón le da más bien el sentido de teorizaciones muertas separadas de la práctica— sino los resultados que una ideología anudada a la cuestión nacional, pueda reportarle al pensamiento argentino. Perón valora tales libros. Pero el juicio de un gran patriota tiene relevancia no con respecto a un esles o antinacionales que tales escritores promueven. Y escritor determinado, sino con relación a las ideas nacionales ideas no caen del cielo. Pertenecen al país del cual el escritor las toma. Perón, en las cartas que me ha enviado, lo que en realidad se ha propuesto es denunciar a la intelectualidad que ha desfigurado la cultura argentina, “hasta entonces —dice textualmente en una de ellas— servida en su mayoría por vendepatrias y cipa-yos”. Y en otro juicio: “Imperialismo y Cultura (…) es ” un libro admirable en el que, por primera vez, se hace una disección realista de la política intelectual argentina, en el que la juventud argentina del presente y del futuro ha de encontrar una fuente pura en que beber, dentro de este mundo de simulación e hipocresía. Nada puede haber más importante ni más imperativo, para un escritor de conciencia, que decir la verdad cuando todos intentan sofisticarla atraídos por las pasiones y los intereses. Los argentinos deberemos agradecer siempre a Ud., esas verdades que tan profundamente deben calar en la juventud de nuestra tierra, que representa el porvenir mismo de la patria. Pero la situación de la República Argentina no es un problema aislado ni una posición intrínseca: es la situación y el problema del mundo.

(sigue en la edición de mañana)

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