Persecución furiosa. Cuando el Imperio pierde los estribos, es grosero e ilegal en su actuar. Hoy Estados Unidos pretexta no tener nada que ver con la persecución a Assange, como si no fuera obvio que es allí donde está el interés primero en dar “condigno castigo” al inventor de Wikileaks.
A la vez, Gran Bretaña profiere una amenaza inaudita contra el Ecuador (y contra el mundo civilizado en general), al afirmar que va a entrar en la embajada ecuatoriana en Londres donde Assange está protegido. Nada menos. Pretende burlarse de la institución planetaria del asilo, en nombre de su supuesta “necesidad” de devolver al australiano a Suecia.
Lo curioso es que Suecia pide a Assange... ¡por un supuesto delito sexual! Nadie sabe si –muy literalmente– a este señor en Suecia algún servicio de inteligencia, por vía de dos señoritas, le “hizo la cama”. Lo cierto es que con la edad de tales mujeres, es obvio que las relaciones fueron consentidas. Sospechosa la posterior protesta por haber sido “violentadas” de alguna manera.
Pero aun si todo esto hubiera ocurrido sin que fuera una estrategia sutil pero eficaz contra Assange, es obvio que la persecución intensa contra el líder de Wikileaks no es por sus aventuras de sábanas. Es evidente que se lo está persiguiendo con un celo extremo que nada tiene que ver con supuestos o reales delitos sexuales.
Es que el capitalismo central, en las últimas décadas, ha empezado a tomar la legalidad como una débil fachada que puede ser permanentemente violentada. Nos ha puesto en un permanente “estado de excepción” –asumido sobre todo a partir del ataque a las Torres Gemelas– por el cual en nombre de la seguridad de los países centrales, estos pueden atropellar los derechos humanos y las convenciones internacionales con total impunidad.
Así se mató a Bin Laden sin combate y en una operación desconocida por las autoridades del país en que se realizó (Pakistán). Se asesinó a Kadafi en la calle y de manera sangrienta sin que se decidiera ni investigación ni juicio a los responsables, que fueron vistos por TV en todo el mundo. Se invadió Irak sin autorización de Naciones Unidas, se mata a civiles por “daños colaterales” en Afganistán permanentemente, y todo esto ocurre como si tal cosa. Es decir, se ha impuesto como normal el rompimiento de las reglas de la convivencia internacional y del más elemental respeto del derecho.
No lo hizo Pinochet. No lo hizo Videla. Estos dictadores ensangrentaron sus respectivos países –el de nuestros vecinos, el nuestro– con matanzas incalificables. Pero no se atrevieron a agredir una embajada extranjera en su territorio, pues es sabido que las embajadas cuentan con inmunidad diplomática, y no pueden ser atropelladas ni ocupadas por el país donde están ubicadas. Así, Héctor Cámpora y Abal Medina padre estuvieron seis años encerrados en la Embajada mexicana en Buenos Aires, donde pudieron resguardar su seguridad personal y su vida.
Las pretensiones de atacar a Assange en la embajada ecuatoriana son, por ello, desmesuradas e insólitas. Es destacable frente a ello la actitud valiente del presidente Correa, que lidera un pequeño país que no por ello resigna su dignidad y soberanía. Y la solidaridad recibida de los países latinoamericanos de la ALBA y los sudamericanos de la Unasur. Estas dos organizaciones plurinacionales han manifestado su pleno apoyo a la vigencia del derecho internacional y su rechazo a la prepotencia británica, esa misma que se ufana de no cumplimentar las decisiones de las Naciones Unidas que exigen un diálogo sobre Malvinas.
Afortunadamente nuestros gobiernos sudamericanos hoy son mayoritariamente de tinte progresista o popular, y no consienten estas actitudes de las grandes potencias. Es de imaginarse qué diferente sería con posiciones como las de Menem o la diplomacia de De la Rúa, por las que estaríamos pretendiendo relaciones carnales con el Imperio y esperando las órdenes que dieran desde Washington para decidir qué hacemos como argentinos. Afortunadamente hoy soplan mucho mejores vientos en nuestra Cancillería, así como en las de Brasil, Bolivia o Uruguay.
Esperemos que prime la racionalidad, y Gran Bretaña se desdiga de su intención de atacar la Embajada. Esperemos, también, que se decida a otorgar el salvoconducto que corresponde, para que Assange pueda ir hasta el aeropuerto y salir hacia territorio ecuatoriano. Es lo que corresponde y es lo que en cualquier otro caso se haría, procediendo conforme a derecho.
Si se pretende, en cambio, violar la normativa internacional con alguna treta o pretexto que pudiera inventarse (un tumulto en la puerta de la embajada, un civil supuestamente “suelto” que pretende entrar por la fuerza, etc) las consecuencias políticas son imprevisibles. Se estaría violando convenciones internacionales largamente consolidadas, en nombre de la seguridad del Imperio.
Mientras, en Estados Unidos se tiene detenido a uno de quienes fueran colaboradores de Assange. Y no se tiene noticia de que se lo vaya a someter a juicio público, y menos aún a la posibilidad de recuperar la libertad.