
¿Cuándo se deja de ser niño y se comienza la adolescencia o se arriba a la condición de joven? ¿Cuándo se deja este estadio para ser adulto? ¿Cuándo se deja de ser adulto para ser viejo o como hoy mejor se estila decir: “adulto mayor”?
¿Qué significado tienen cada una de estas categorías?
¿Pueden tener estos interrogantes una respuesta sencilla? En una primer mirada parecen adolecer de una formulación ingenua que oculta una complejidad que se intuye mucho mayor. Su formulación literal nos pone en un plano en el que la significación social de las distintas categorías se relaciona exclusivamente con el sujeto y su evolución biológica en el tiempo. El niño, el adolescente, el adulto, el adulto mayor, pueden ser personas distintas (en términos sociológicos) pero se trata del mismo ser humano.

Aparece entonces, la dificultad de tomar como variable central de distinción, el ‘tiempo’ y esto trae consigo la problemática del cambio y el análisis de sus consecuencias en función del sistema desde el que se lo observa. Temporalidad biológica y temporalidad social responden a distintos sistemas de referencia, son tiempos ‘distintos’. La idea, la palabra, el concepto ‘juventud’ mantiene en su interior, sin resolver, estas divergencias y complejidad que no se hacen perceptibles a simple vista.
No parecería –en este sentido- que atendiendo a las particularidades de la diferenciación funcional del ser hombre biológico o del ser hombre social encontremos un conocimiento que pueda ir más allá de lo descriptivo. A poco que reflexionemos nos encontraremos con la paradoja de que la sociedad, constituye e instituye un espacio especial y complejo al que denomina ‘juventud’, que a su vez la ha constituido -a ella misma- en un tiempo anterior. ¿Cuál, si no, es el lugar social en el que se prefiguran y condicionan las visiones de lo que será la sociedad? Por ejemplo: los modos de producción y consumo, la familia, el ocio o los valores, es decir la socialización.
En otras palabras la paradoja del huevo y la gallina.
Entonces, una alternativa al abordaje en cuestión consistiría en plantearnos que la unidad de la diferencia: tiempo biológico/tiempo social, es sólo observable como “Espacio Social”, como “lugar” en donde los grupos sociales elaboran sus identidades con aspiraciones de preeminencia en el tiempo social futuro. De ello se deduce que los fenómenos que se registran en este lugar deberán responder a interrogantes formulados en otros términos, más allá de las circunstancias etarias. El espacio social “Juventud” no sólo está ocupado por los “jóvenes” biológicamente hablando.
Es en este espacio social, que por su naturaleza –constituido y constituyente- define la evolución y perfil de todo el sistema y porta en sí el imperio de garantizar su supervivencia, en el que se puede indagar acerca de la génesis de los procesos sociales. Los acontecimientos de los ’70, por ejemplo, no se entenderían sin atender a lo ocurrido con la juventud (entendida como espacio social) en los ’60, del mismo modo que no sería completamente entendible lo acontecido en el 2000 si no se tuviera en cuenta lo ocurrido durante la última Dictadura Militar: cifras de 1982 contabilizaban que un millón ochocientas mil personas se habían ido del país, aproximadamente la población de Córdoba en ese año; podemos inducir que el grueso correspondía a grupos sociales del espacio que nos ocupa. Y así siguiendo.
La tremenda importancia de lo planteado es un conocimiento explícito para el sistema social, pero puede o no -de hecho en general no lo es- ser auto consciente para los grupos sociales involucrados. A lo largo de la historia vemos que en los momentos en que estos fenómenos se hicieron patentes para sus actores los cambios reclamados como alternativa de construcción social llegaron a altos niveles de radicalización.
El rumbo de la evolución es un tema del sistema en permanente tensión y conflicto en tanto supone, por un lado, la naturaleza contingente de los fenómenos involucrados y un alto grado de incertidumbre subsecuente, y por otro los altísimos costos involucrados en los cambios. Lo que en términos de edad biológica llamamos juventud, en términos de tiempo social es sólo un momento en el proceso de afianzar determinadas funcionalidades y estructuras y puede insumir varias juventudes.
En un determinado estado de equilibrio (dinámico e inestable) la posibilidad de mantener bajo control estos factores que afectan directamente la direccionalidad de los procesos internos del sistema social y que garantizan su identidad, supone poner en juego todo el potencial de poder o, si se quiere, de energía que ese estado ha acumulado. Esto impulsa, explica y justifica los esfuerzos y costos invertidos desde el mercado, la política, las religiones, etc., por hegemonizar los significados alrededor de los fenómenos que se registran en ese espacio social.

En este espacio, entonces, y con todo el poder con que cuentan los distintos grupos sociales en pugna se dirime la evolución del sistema social. Es, de acuerdo a lo expresado, un espacio en permanente disputa entre los distintos paradigmas sociales que nos organizan y que coexisten buscando su primacía en cuanto a lo que cada uno supone como correcto.
No es un dato menor –necesario de ser señalado- que no es una disputa incruenta. Es el espacio en dónde se paga el mayor costo en vidas de la evolución social.