La apreciación popular de que las relaciones entre los estados se asemejan bastante a los vínculos personales, y que por tanto hay que disponerse a llevarlas a buen puerto con todos sus bemoles pero sin engaños, tiene mucha más sabiduría en este contexto de crisis económica global, donde pululan los fantasmas de una guerra comercial que agitan interesada e irresponsablemente algunos lobbies sectoriales, en especial, desde los países más desarrollados.
Ciertamente, como resultado de la crisis económica-financiera internacional que se originó en los países desarrollados entre 2008 y 2009 se ha registrado durante los últimos años una clara tendencia de las naciones a adoptar medidas comerciales que afectan las relaciones tanto bilaterales como multilaterales.
Muchos países pretenden así resguardarse de los impactos que tiene en el intercambio mundial el proceso recesivo en las principales economías, como la de Estados Unidos y, más recientemente, las de Europa, donde hasta se pone en duda el futuro de la unión lograda por el Viejo Continente tras siglos y siglos de guerras iniciadas, precisamente, por razones económicas.
El comercio mundial se ha visto seriamente alterado por la reducción de la demanda interna en esos países desarrollados, por los efectos distorsivos de la aplicación de sus planes de estímulo para recuperar el consumo y, claro está, por sus propios excedentes de producción, que tienden a buscar ser colocados en mercados externos, como el argentino.
El resultado está a la vista: una avalancha de bienes que los países desarrollados intentan colocar en mercados de economías emergentes, incluido el nuestro, empujados por lobbies de sectores que fronteras adentro pugnan por sustituir con sus arbitrariedades las reglas más elementales del comercio internacional.
Recientemente, Estados Unidos, Japón y México, como antes la UE, plantearon quejas contra Argentina ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) por la supuesta restricción de la importación de bienes. Por supuesto, ello no constituye un proceso contencioso, sino que otorga a las partes una oportunidad de buscar una solución negociada a una diferencia antes de embarcarse en un proceso contencioso de solución de diferencias.
Argentina, cuyo intercambio deficitario con Estados Unidos, por ejemplo, desmiente cualquier intención en ese sentido, no tuvo más remedio que recordar por la misma vía el cierre totalmente injustificado del mercado norteamericano a sus carnes y particularmente a sus limones, del que es primer productor mundial y no se le permite allí vender ni uno solo desde 2001, lo cual sí que es violatorio de las normas de la OMC e involucra cientos de millones de dólares.
Y si los países más proteccionistas son los que compran menos, pues entonces la Argentina está lejos de serlo. En 2011, dentro del G-20, nuestro país fue el segundo que más incrementó sus importaciones. En cambio, medidos por su nivel de importaciones, Japón fue octavo y Estados Unidos, decimocuarto.
Los países desarrollados tienen que tener cuidado, porque si bien esta crisis los afecta, como a todos, no se puede pretender mantener todos los mercados y ostentar todo el tiempo una política comercial agresiva. Del otro lado hay naciones que tienen los mismos problemas.
En este contexto, hace falta diálogo, claridad y coherencia.
En 1933, inmediatamente después del histórico colapso de Wall Street, Estados Unidos abogaba por la defensa a los subsidios de la producción y, en cambio, rechazaba aquellos a la exportación.
Hoy, si las potencias comerciales no reaccionan positivamente y se dan cuenta de que hace falta establecer un acuerdo general frente a la crisis, van a terminar generando una guerra de denuncias cruzadas en busca de mantener un statu quo insostenible. Y seguir ese camino entre los estados, como en los vínculos personales, nunca termina bien.
(Diario Tiempo Argentino, 2 de setiembre de 2012)