Rafael y Nora tenían 29 años, vivían en calle España de Villa Nueva, cerca de la plaza de Guaymallén (sí, acá cerquita, señor y señora, un lugar por donde usted pasa sin saber). Tenían un Citroën 3CV y una bicicleta; tenían cuatro hijas: Ximena, de 6 años; Soledad, de 5; Rosario, de 3, y Guadalupe, de un año. Rafael y Nora eran sociólogos, se habían recibido en la Universidad Católica de Buenos Aires y habían buscado capacitarse en Alemania. Luego dieron clases en San Juan, donde en 1975 habían sido echados por sus ideas comprometidas con un cambio social.
Decidieron venir a Mendoza y, como no podía ser de otra manera, se unieron a la militancia barrial –sí, señores, a la militancia barrial–, pues su generación no podía entender la política si no era en función del compromiso social y de base. Se unieron al trabajo de Macuca Llorens, el padre de los pobres del barrio San Martín. Junto con Llorens estaba el grupo que los represores llamaron "los jesuitas" por la pertenencia del padre a esta orden.
En este grupo de militancia barrial estaban María Inés Correa Llano, quien estaba embarazada de su esposo, Carlos Jacowzyk, y María Leonor Mercuri. Todos ellos cayeron en un período de cuatro meses. La represión funcionó similar al aparato represivo de los franceses en Argelia. La patota del D2 atrapó a Nora en la calle y ella clamó porque su hija de un año había quedado durmiendo en la casa, sola.
Igual la llevaron junto con sus otras hijas, a quienes dejaron en una oficina del D2 mientras torturaban y asesinaban a Nora. Luego, la patota atrapó a Rafael, quien venía llegando en bicicleta porque el Citroën se lo había llevado Nora. También mataron a Rafael. Las niñas se quedaron con las maestras del jardín municipal hasta que se las entregaron al abuelo paterno.
Posteriormente fueron adoptadas por la hermana de Rafael y su esposo, Alfredo Puente, quienes criaron a 11 hijas más las cuatro nenas de Rafael y Nora. Rafael le había pedido a Alfredo Puente que fuera padrino de una de sus hijas diciendo: "Para que si alguna vez le faltamos a nuestro bebé sepa que hubiéramos querido guiarlo y educarlo, para que le hagas descubrir al Señor como patrón de la historia y a sentir la belleza, la verdad y el amor como los verdaderos valores que deben orientar su vida y hacerle despertar el sentido de la justicia y sea capaz de indignarse frente a la injusticia".
Así era Rafael, así eran nuestros compañeros, aquellos que dieron su vida por un país mejor. Sus figuras día a día se recuperan, día a día están presentes, nos acompañan en los juicios a los represores. Así era el cristianismo comprometido, vale la pena recordarlo.
Así era Carlos Mugica, así era monseñor Enrique Angelelli, así eran nuestros curas palotinos, así eran Ponce de León y Macuca Llorens, así era el padre Jorge Contreras, así era Mauricio Amílcar López, así era lo mejor de nuestra sociedad. Poco a poco nos damos cuenta del valor heroico de sus acciones, de la simple pero efectiva acción comprometida y de su innegable compromiso político de cambio. No pudieron robarnos la muerte (como decía la actriz Mariú Carreras), no pudieron robarnos la muerte porque nuestros compañeros vencieron a la muerte.
La vencieron porque nuestros compañeros constituyen lo mejor de nuestra patria. Lo mejor, Rafael Olivera, Nora Rodríguez Jurado, católicos, sociólogos comprometidos, trabajando en el Movimiento Evita en el barrio San Martín, con cuatro hijas hermosas que eran fiel reflejo de sus padres. Rafael y Nora, con estudios en Alemania, con una formación intelectual que podía ser la envidia de sus asesinos.
Rafael y Nora, hoy más presentes que nunca, ayer fueron llevados al D2 y asesinados. Ahora, en el juicio, sus asesinos seguramente serán condenados pero con la condena también la recuperación de la entidad moral de sus víctimas. Nuestros compañeros son –como decía Silvio en una canción– "las luces puestas en el camino".
Nuestros compañeros guiaron al gobierno de Néstor y permiten pensar en la continuidad de Cristina. Nadie se apropia de algo que no le pertenece, y el movimiento kirchnerista no se apropia de la lucha por los derechos humanos, porque la lucha por los derechos humanos le pertenece a la generación de la que formaron parte Néstor y Cristina y debe ser la continuidad en la nuestra.
Nuestros ojos de niños se pusieron grandes, mirando sin entender lo que pasaba y sin entender qué podíamos hacer ante tanta injusticia. Hoy, nuestros ojitos de niños se transformaron en ojos de adultos y nuestras manos y nuestros pechos crecieron y podemos decir que vamos a defender este modelo de memoria, verdad y justicia desde el lugar que nos toque, y tratando de que los juicios concluyan y así termine de nacer una nueva Nación argentina de la mano de la memoria, la verdad y la justicia.
Hasta la victoria, siempre, queridos compañeros. Gracias, gracias por plantar esa bandera de rebeldía que me hace emocionar, gracias compañero Rafael y compañera Nora por enfrentar a la patota y no aceptar el sometimiento, gracias a todos nuestros compañeros por hacer que seamos, simplemente, distintos.