El kirchnerismo recuperó al pensador nacional y popular de los estantes de las librerías de viejo y lo convirtió en fuente de argumentación de decretos y políticas de Estado.
Hasta no hace mucho, Arturo Jauretche era una contraseña, un nombre en código para los que resistieron la lluvia ácida del desencanto noventoso. Se lo invocaba en esos tiempos umbríos en los boliches de las mil moscas y en una canción de Los Piojos, pero en la política de todos los días y en las universidades, Jauretche era un pensador ignorado, silenciado, casi desaparecido. Era lógico que así sucediera: haber pensado que el dólar valía un peso, reducir el vínculo con los Estados Unidos a una metáfora sexual y rematar el patrimonio nacional por chirolas, fue una moda con excesivos adeptos en la Argentina neoliberal. En ese entorno de sumisiones y abdicaciones a granel, el ideal nacional y popular jauretchiano pertenecía al pasado-pisado, al orden anacrónico que se quería enterrar con la pala globalizadora de Fukuyama y los Vargas Llosa, padre e hijo. Sus obras eran como los consejos del sabio de una tribu originaria que sentía nostalgia cipayesca por el Puerto de Palos sin haberlo visto jamás.
Recién cuando la Argentina comenzó a cambiar, el pensamiento de Jauretche pasó del olvido y la negación a este presente de confrontaciones de ideas y valores que el kirchnerismo propuso como “batalla cultural”. Fue de la mano de Cristina Kirchner que la figura del creador de FORJA –junto a Scalabrini Ortiz– se permitió el desexilio y entró a paso firme en la Casa Rosada. El 15 de setiembre de 2010, año del Bicentenario, la presidenta inauguró el Salón de los pensadores y escritores argentinos, y así como el kirchnerismo descolgó otros cuadros dolorosos e innecesarios, esa vez decidió levantar y reivindicar el de Arturo Jauretche frente a una inmensa platea. Dos meses después, en Florencio Varela, la misma Cristina inauguró la Universidad Arturo Jauretche.
Escribió Horacio González en Tiempo Argentino el 25 de Mayo pasado que la rara originalidad del kirchnerismo radica en “que promueve situaciones de transformación a la que los conservadores se oponen, y ante las que muchos transformistas se molestan (…) Deja textos en el aire sobre la base de los ya leídos y releídos. Está en estado de insinuación permanente.” Y finaliza: “Creó grietas novedosas con horizonte atípico y con insinuaciones fundacionales se abría (desde Néstor Kirchner) con instrumental salido de antiguos subsuelos argentinos.”
De esos subsuelos argentinos retornó Jauretche una tarde de 2010, convocado por la presidenta. Hoy forma parte de la brújula conceptual de muchas de las políticas oficiales. El kirchnerismo es jauretchiano en sus argumentaciones y en sus actos. Basta con releer algunos de sus escritos para comprender que aquel pensador nacional sembró en el ayer para cosechar en el futuro, que transcurre en estos tiempos que vivimos:
- Dijo Jauretche: “No existe la libertad de prensa, tan sólo es una máscara de la libertad de empresa (…) Mientras los totalitarios reprimen toda manifestación de la conciencia popular, los cabecillas de la plutocracia impiden, por el manejo organizado de los medios de formación de las ideas, que los pueblos tengan conciencia de sus propios problemas y los resuelven en función de sus propios intereses (…) Porque estos periódicos tan celosos de la censura oficial se autocensuran cuando se trata del avisador; el columnista no debe chocar con la administración. Las doctrinas, los hechos, los hombres, se discriminan en función del aviso; así hay tabúes tácitos y se sabe qué no se debe mencionar, qué camino no hay que aconsejar, qué cosas son inconvenientes.” ¿En estos párrafos, acaso, no está el germen de la política de desmonopolización que derivó en la Ley de Medios de la democracia? ¿No hay, también, un cuestionamiento severo al mal llamado “periodismo independiente? Parece escrito hace un rato.
- Dijo Jauretche: “No es posible quedarse a contemplar el ombligo del ayer y no ver el cordón umbilical que aparece a medida que todos los días nace una nueva Argentina a través de los jóvenes. No se lamenten los viejos de que los recién venidos ocupen los primeros puestos de la fila; porque siempre es así: se gana con los nuevos.” La propuesta de trasvasamiento generacional del kirchnerismo apunta a eso. Se ve reflejada en el aliento a La Cámpora, al Evita y a la Juventud Sindical. Buena parte del funcionariado estatal, en sus primeras y segundas líneas, son sub-45. El kirchnerismo es la única identidad política de mayorías que le habla y le da lugar a los jóvenes, aun contra la opinión de sus cuadros setentistas de mayor edad. Y lo hace desde la rebeldía de una gestión transformadora, no desde la agitación antiestatal, un clásico necesario de los movimientos de fines de los ’60 y principios de los ’70, cuando los Estados eran antinacionales, antipopulares, antidemocráticos o directamente genocidas.
- Dijo Jauretche: “Asesorarse con los técnicos del FMI es lo mismo que ir al almacén con el manual del comprador, escrito por el almacenero.” La recuperación de la soberanía económica de los últimos años, vía desendeudamiento, está sintetizada en esta máxima jauretchiana. Es como un haiku japonés, de sólo 22 palabras, que resume todo un tratado de economía para países periféricos. Con el kirchnerismo, la Argentina dejó de seguir las recetas del Fondo que proponían pagar deuda contrayendo más deuda, para cancelar al contado con ajuste y exclusión social. El crecimiento de la última década confirma que los intereses del almacenero casi nunca son los del comprador.
- Dijo Jauretche: “Hasta que los argentinos no recuperemos para la Nación y el Pueblo el dominio de nuestras riquezas, no seremos ni una Nación soberana ni un Pueblo feliz.” Por carácter inverso, cuando el país entregó sus riquezas en los ’90, extraviamos el sentido de Nación y hubo salarios de hambre y desocupación. Fue el pasaje más triste desde la recuperación democrática. Las nacionalizaciones de YPF, Aerolíneas, AFJP, Aguas y Correo vinieron a reparar parte del saqueo.
- Dijo Jauretche: “El gran problema argentino es el de la Inteligencia que no quiere entender que son las condiciones locales las que deben determinar el pensamiento político y económico (…) El nacionalismo de ustedes se parece al amor de un hijo junto a la tumba del padre; el nuestro, se parece al amor del padre junto a la cuna del hijo (…) Para ustedes la Nación se realizó y fue derogada; para nosotros, sigue naciendo.” El kirchnerismo fue sepulturero del Consenso de Washington en toda la región. Desde entonces, la capital argentina está en Buenos Aires, y tanto la política como la economía se deciden aquí. El pensamiento de nuestra élite económica y cultural, de carácter off shore, hoy está en crisis. Y nos va mejor. A todos. Incluso a esa élite, que se queja tanto.
- Dijo Jauretche: “El que maneja el crédito maneja más la moneda que el que la emite. El que maneja el crédito maneja más el comercio de exportación e importación que el que compra y el que vende. El que maneja el crédito estimula determinadas formas de producción y debilita otras. El que maneja el crédito establece qué es lo que se ha de producir y qué no. Determina lo que puede y lo que no puede llegar al mercado con facilidades de venta; y maneja por consecuencia el consumo.” ¿Alguien leyó los fundamentos de la reforma a la Carta Orgánica del BCRA? Bueno, son casi un calco.
- Dijo Jauretche: “La falsificación de la historia ha perseguido precisamente esta finalidad: impedir, a través de la desfiguración del pasado, que los argentinos poseamos la técnica, la aptitud para concebir y realizar una política nacional. Mucha gente no entiende la necesidad del revisionismo porque no comprende que la falsificación de la historia es una política de la historia, destinada a privarnos de la experiencia que es la sabiduría madre (…) Será necesario otro momento histórico, un momento de revisión social e ideológico, que provoque la sugerencia de las fuerzas reales de la sociedad, para que se cree el ambiente propicio a repensar la historia, a comprender desde otro punto de vista las estructuras artificiales que se han creado, y para cuya subsistencia se hizo una historia también artificial.” El 21 de noviembre de 2011, la presidenta creó por decreto el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego, presidido por Mario Pacho O’Donnell. Un dato al pasar, como quien no quiere la cosa: cuatro de los libros que encabezan el ranking de best seller en las librerías son de historiadores revisionistas que pertenecen a este instituto.
Por último, los insistentes llamados de Cristina a la unidad nacional y el desafío a las corporaciones tiene raíces en otra sentencia jauretchiana: “Todos los sectores sociales deben estar unidos verticalmente por el destino común de la Nación (…) Se hace imposible pensar la política social sin una política nacional.”
Jauretche murió el 25 de mayo de 1974. Sus ideas, que son las del forjismo radical, las del peronismo insurgente, las de los nacionales antiliberales de antaño, se mantuvieron latentes en sindicatos, sociedades de fomento, centros de estudio y otros grupos resistentes; y en algunos libros mayúsculos como Política nacional y revisionismo histórico (que la Secretaría de Cultura acaba de reeditar), Los profetas del odio, El medio pelo en la sociedad argentina y Manual de zonceras, que no estaban de moda, porque la moda de entonces era decir que la historia había muerto y hablar de Nación en la era de los McDonald’s no valía la pena.
Casi 40 años después, las pasiones jauretchianas asoman en las palabras de Cristina y hoy son políticas de Estado. Como si hubiera sido finalmente recuperado del destierro.
Con la sensación de que ya nada volverá a ser como era cuando Jauretche bostezaba su exilio en los últimos estantes de las librerías de usados, hay que convenir que vivimos un fenomenal cambio cultural, inimaginable hace una década.
Del que somos testigos. Pero, sobre todo, protagonistas.
(Diario Tiempo Argentino, domingo 27 de mayo de 2012)