El mito de la discusión perdida / Escribe: Virtudes Della Santa





Una nota de nuestra columnista
acerca de uno de los debates fuertes
que pudimos disfrutar en el programa 678.
Leer este texto, tiene aun actualidad, y mucha.


Lo veía a Andahazi en la edición de 678, si muchachos, lamento mucho, pero no me flagelo viendo A dos toses ni en pedo. Lo veía, digo, repetir una y otra vez, intentando convencer, subyugar, doblegar a un Horacio González, que con calma solemne y estoicidad franciscana escuchaba, sin bajarle la mirada ni un instante, que la discusión estaba perdida.
Sin embargo, bien se muestra que en todo caso podríamos hablar de tablas, puesto que el propuesto mártir de la “inquisición K”, eligió hacer un discurso moderado y no el de barricada neoliberal insoportable al que suele apelar, y terminar reconociendo el gesto de Cristina, enarcando la ceja ante los aplausos que sacó la sola mención de la primera mandataria.
Habitaba en Andahazi, una especie de posesión demoníaca, digo, hay que ver que el devenir histórico de la derecha vernácula deba recurrir a él, en lugar de un Sebrelli o un Aguinis, o finalmente un siempre engolado, aunque ahora desbigotado, Asís. Y quería su victoria, para ofrecerla en el altar del gangoso a un Magnetto refulgente.


El éxtasis de Andahazi, no es más que un burdo recurso de acción psicológica destinado a amilanar al adversario antes de un combate. “Toda la guerra psicológica ofensiva debe tender a debilitar y quebrar la moral de guerra del adversario, desbaratando su ajuste psicológico.”, decía Ramón Carrillo en un curso sobre GP. Lo que Andahazi no sabe, como buena parte del establishment es que en política siempre se puede correr el arco, y que como decía Jauretche: “El arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen. Por eso venimos a combatir por el país alegremente. Nada grande se puede hacer con la tristeza.”
Para el caso, ya está demostrada la calidad de sus dirigentes, como Macri o Jellou Jaquet, y la de los nuestros, como Horacio González, por ejemplo.
Somos duros y de largo aliento. Sabemos que el partido es largo y estamos dispuesto a jugarlo, a jugarlo siempre, porque lo que defendemos como decía San Martín es la felicidad de todos.
La Revolución es un sueño eterno.

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