Cumbre americana en Panamá. No es la CELAC ni la UNASUR, organismos intergubernamentales autónomos, sino la vetusta OEA, añejo instrumento de los Estados Unidos para sojuzgar a Latinoamérica.
Por cierto que no les ha ido tan bien en los últimos años, pues el chileno Insulza no ha dejado de bregar por la soberanía de nuestros pueblos, y lo mismo parece que sucederá con su sucesor, el uruguayo Almagro.
La reunión es en Panamá; Estados Unidos tiene deudas pendientes allí. Si bien el presidente Varela es hombre de derecha y amigo del Imperio, es también un estadista con conciencia de su lugar en el actual continente. De tal modo, su discurso de apertura a la Asamblea no tuvo ninguno de los aditamentos contra Maduro o Correa que esperaban las cadenas mediáticas conservadoras de EEUU y Latinoamérica. Y se dice que, en un espacio u otro, Panamá pedirá resarcimiento por los daños ocurridos a causa de la invasión estadounidense del año 1989, cuando la gran potencia bombardeó la capital (especialmente el barrio de El Chorrillo) para derrocar a Noriega, apresarlo y juzgarlo en el país del Norte. Precisamente allí estuvo Maduro hace pocos días, reivindicando la memoria de las víctimas de aquel ataque, que se calculan en no menos de 3.000 muertos (algunos estiman hasta alrededor de 20.000).
En aquella ocasión, la potencia del Norte invadió para derrocar a su examigo. Lo hizo según un viejo y conocido repertorio: así fue con Bin Laden (pertrechado en Afganistán para enfrentar a los soviéticos en los años setentas), con Saddam Hussein (aliado para enfrentar a Irán en guerra de comienzos de los años ochentas), y con tantos otros. Estados Unidos los cría, los engorda, los apoya, y luego los enfrenta. Para atacar a los monstruos que él mismo ha promovido lanza agresiones, guerras, bombardeos e invasiones. Deja muchos muertos en el camino.
Sin embargo, Obama ha dicho esta vez -y quizá con buena dosis de verdad- que pasaron los tiempos en que su país podía entrar impunemente a Latinoamérica. No sabemos si quiera o no entrar, pero ya nadie lo acepta. El beneplácito por las relaciones con Cuba, y el apoyo masivo a Venezuela ante la insólita pretensión estadounidense de considerar a ese país peligroso para su seguridad, dan cuenta de que hoy ni los gobiernos conservadores de la región están dispuestos a ceder soberanía. El ejemplo de Ecuador, de Argentina, de Bolivia, se ha impuesto: ya tampoco Colombia o Perú son títeres de la política exterior del Norte (buen ejemplo es la presidencia del colombiano Samper en UNASUR, con su inesperada claridad en defensa de la autonomía de Latinoamérica).
Nuestra presidenta ha ido a buscar apoyo contra el acoso financiero de los fondos buitre, y en favor de la causa de Malvinas. Es de esperar que en ambos casos pueda encontrar buen eco. La fuerte diplomacia argentina en ese sentido está dando frutos, y ha llevado a producir nueva jurisprudencia internacional contra los fondos buitre, a la vez que ha aislado a Inglaterra en su arcaica posición colonialista sobre Malvinas.
Que nadie se equivoque: no cualquier gobierno defendería a Malvinas como hoy se lo hace. Ya no estamos mandando ositos a los kelpers, ni buscando relaciones carnales con el Imperio. Es claro que quien quiera una relación cercana a Estados Unidos, estaría haciendo renuncia a la soberanía en Malvinas. Hay que recordar que Washington apoyó con tecnología, espionaje y diplomacia a Gran Bretaña durante la guerra, y que obviamente ese sigue siendo su alineamiento principal. Los reiterados viajes de Haig a Buenos Aires en 1982 pidiendo la retirada argentina de las islas, debiéramos tenerlos presentes como memoria política colectiva.
Mucho ha cambiado desde aquellos años, no sólo en nuestro país. La OEA es ya otra OEA, y la presencia consecutiva del ministro socialista chileno y luego la del uruguayo canciller de Mujica en su puesto de mando, dejan claro que sectores de la izquierda ideológica son los que hoy la pueden conducir.