En primer lugar, significa que estamos en un cambio de época, transitando un mundo multipolar en donde se desdibuja el concepto de periferia y en el cual Latinoamérica, en tanto Patria Grande, pasa a tener un lugar trascendente en el concierto internacional.
El mundo ha cambiado, las relaciones de fuerza internacionales se han modificado profundamente tanto por la expansión del capitalismo global como por la emergencia de bloques de poder alternativos. Los viejos bloques de poder capitalistas de la posguerra han perdido peso junto con el G-7 o G-8 como espacio de toma de decisión mundial. La elección del primer papa de origen Latinoamericano, que después de mil años no es europeo y que por primera vez proviene de la orden jesuita, da cuenta de este cambio de época.
La elección del nuevo papa da cuenta de un cambio en las relaciones de fuerza al interior del Vaticano en contra de los sectores conservadores oligárquicos dominantes en la curia Romana y a favor del espectro que incluye políticamente a distintos sectores que podríamos denominar: conservadores populares, social-cristianos moderados, nacionalistas populares. La lucha aparece como la curia italiana contra los extranjeros, sin embargo este enfrentamiento recorre casi todos los territorios de la Iglesia, incluyendo a la Argentina.
Habrá que ver si, como observan el brasileño Leonardo Boff (teología de la liberación) y Hans Küng (teólogo desplazado por el Vaticano), el nuevo papa logra imponerse en la práctica a la estructura de la curia Vaticana italiana, o queda encerrado como el rostro austero y humilde de la política del conservadurismo oligárquico. Lo cierto es que las estructuras de poder de la Iglesia están dominadas fundamentalmente por ese sector y que las órdenes que más influenciaron en los dos anteriores papados, el Opus Dei y los Legionarios de Cristo, tienen enorme peso.
En un escenario multipolar, en donde el Vaticano como bloque de poder estaba jaqueado desde diversos lados –la crisis europea, el avance angloamericano sobre Latinoamérica junto al avance del protestantismo, el debilitamiento de la vida religiosa en Europa, los escándalos financieros, los problemas de pedofilia, etc.— la asunción de Francisco constituye una apertura popular para recuperar la iniciativa y salir de un lugar defensivo. Dicha iniciativa es encabezada por los jesuitas, como orden fuertemente disciplinada, ortodoxa desde lo valorativo-doctrinario, con fuerte mirada social a la vez que capacidad, influencia y cuadros en la esfera económico-empresarial y política. Estos expresan, además, un “centro” político socialcristiano, asentados en la doctrina social de la Iglesia.
Ello implica un cambio de imagen del Vaticano que, en plana crisis global y al calor de lucha entre bloques de poder por la configuración de un nuevo orden mundial, exalta a partir del nuevo papa la imagen de la austeridad, la humildad, el cristianismo popular, la pobreza material y la riqueza de espíritu. Es decir, frente al capitalismo global angloamericano y su matriz ideológica asentada en el individualismo, el consumismo, el relativismo y la opulencia, esta es una forma del Vaticano de recuperar la iniciativa y poner a la Iglesia, y a la disputa en el plano de los valores, como centro de una construcción político estratégica, por lo menos en sus áreas de influencia. En este sentido, se intenta construir una Iglesia más cercana al “pueblo” –reaparece dicha categoría en el papa por sobre la de “gente”—, con una visión “progresista” desde lo social y “ortodoxa” o “conservadora” en los aspectos morales y valorativos. Proceso similar aunque con obvias diferencias al que se vivió con el Concilio Vaticano II.
La implicancia en Latinoamérica es decisiva. Latinoamérica es el lugar del mundo con la mayor cantidad de feligreses de la Iglesia católica, con 501 millones sobre los casi 1200 millones de católicos. Indudablemente, este peso demográfico, se traduce en peso político. Y también, uno de los principales territorios de fortaleza económica y presencia empresarial de los sectores económicos allegados al Vaticano. Domina en estos sectores empresariales (como al Asociación Cristina a de Dirigentes de Empresa de la Argentina) la línea desarrollista moderada. El accionar de la iglesia (particularmente de los sectores que hoy lograron poner al nuevo papa) ha sido determinante para poner en juego proyectos desarrollistas o “productivos” en la región, junto a los grupos económicos locales y ciertos grupos europeos, como en el caso de Movimiento Productivo Nacional encabezado por Duhalde con el apoyo central del grupo Techint y la Unión Industrial Argentina, a partir de la crisis de 2001.
Con la nueva iniciativa Vaticana, vuelve a ponerse en juego el concepto de la Patria Grande, el cual se enfrenta tanto a las pretensiones Americanistas y su proyecto ALCA, como a las pretensiones globalistas y su plan denominado Acuerdo del Pacífico, el cual divide a Latinoamérica, aísla al MERCOSUR y obstaculiza la posibilidad de desarrollar un bloque de poder propio, condenando al MERCOSUR a ser un área de libre comercio subordinado al proyecto financiero global. Desde hace años esta puja se cierne sobre Latinoamérica. En los 90’ estuvo encabezada por Juan Pablo Segundo en su programa de capitalismo “productivo” o capitalismo con rostro “humano”, por oposición al capitalismo salvaje que representaría la globalización financiera neoliberal con núcleo en Nueva York y Londres. El programa incluía la propuesta del jubileo 2000, para reprogramar y condonar la deuda externa sobre los países más pobres. Este programa, localmente encarnado en su momento por Duhalde, también proponía la construcción de la Comunidad Sudamericana de Naciones, con la creación de un mercado interno regional y el desarrollo de un bloque de poder Sudamericano, en oposición a las iniciativas anglosajonas y lo que ellos denominaban el bloque “financiero”. En este sentido, Bergoglio afirmó en 2005: “En las próximas dos décadas América Latina se jugará el protagonismo en las grandes batalla que se perfilan en el siglo XXI y su lugar en el nuevo orden mundial en ciernes.” También así debe comprenderse su postura con el tema Malvinas.
El apoyo inmediato al Francisco por parte de Correa, Maduro, Castro (los referentes del ALBA), así como también por Dilma Rousseff y por Cristina (eje MERCOSUR-UNASUR), no sólo debe entenderse por el protagonismo latinoamericano que implica la elección o por cuestiones de índole diplomática, sino también porque acumulan en el mismo sentido en el plano de las relaciones de fuerza internacionales. Por otro lado, se debilita al interior de la iglesia Latinoamericana la línea conservadora oligárquica estrechamente vinculada al bloque de poder americano y a los neo-conservadores norteamericanos representados en el partido Republicano. Esto quiere decir que se debilita el principal enemigo del proceso de transformación Latinoamericano (en tanto necesita imperiosamente del control de Latinoamérica, su “patio trasero”) al debilitarse una de sus alianzas.
A su vez, en el plano local y Latinoamericano dicha política tiene un doble filo cuya resolución la veremos con el correr de los días. Así como por un lado debilita al principal bloque opositor de los procesos de transformación popular, este cambio puede significar el fortalecimiento de sectores que pretenden contener o frenar dichos procesos, en la medida que estos pretenden de trascender los límites impuestos por el desarrollismo y los grupos económicos locales, tratando de fortalecer los proyectos nacionales populares y latinoamericanos asentados en el trípode Estado-Producción-Trabajo. En este sentido, el posible fortalecimiento político a nivel regional de uno de los apoyos centrales del nuevo papa, que sintetizamos como conservadurismo popular, puede jugar como un obstáculo a los procesos de transformación popular latinoamericanos. Por otro lado, los sectores denominados progresistas con una agenda más focalizada en derechos civiles y reformas democrático-liberales que confluyen con los proyectos populares podrán verse afectados.
Con el nuevo papa pierde en el escenario internacional la derecha del social-cristianismo europeo, representados en Merkel, Rajoy, Monti y Sarcozy, que hoy conducen políticamente el bloque de poder del EURO asentado en el eje germano-francés. La nueva imagen del Vaticano, con su giro popular, contrasta con la estrategia alemana de ajuste, privatizaciones y saltos de productividad para ser competitivos en el capitalismo global, a costa de las mayorías populares europeas. Por lo menos en el plano discursivo, es decir, en el plano de la legitimidad y la construcción del consenso, aparece una contradicción.
Este es el nuevo escenario que abre la elección del nuevo papa del “fin del mundo”, al frente de uno de los poderes más importantes del planeta, que ratifica a partir del análisis de las relaciones de fuerzas internacionales el escenario de oportunidad histórica para los pueblos que estamos viviendo. Como observamos, se agudizan todas las contradicciones entre los distintos bloques de poder mundial, en donde se debilita todo lo viejo, entran en crisis las instituciones moldeadas por los viejos poderes imperiales y oligárquicos, y se desarrollan con contradicciones y dificultades los proyectos populares de Patria Grande y liberación Nacional y Social de los pueblos oprimidos de Latinoamérica y de todo el mundo.